Opinión
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De archivos: Saramago y Derrida
S

igmund Freud, incansable explorador de los escritos literarios, después de su análisis de la Gradiva de Jensen nos dice: Los escritores son aliados preciosos y hay que colocar bien alto su testimonio puesto que conocen, generalmente, una cantidad de cosas entre el cielo y la tierra de las cuales nuestra sabiduría no ha tenido ni la menor idea.

En la línea de Freud trato de relacionar el pensamiento de Jacques Derrida sobre el Mal de archivo con la literatura de José Saramago, en especial Todos los nombres relativa al archivo y su componente destructivo. Los poetas nos muestran el camino de las cosas del mundo que los demás no percibimos conscientemente.

En Todos los nombres, de Saramago, registré el enorme placer de perderme en el confuso laberinto de expedientes sin salida, pasadizos oscuros y cuenta de papeles empinados e inencontrables: lo desconocido que se difuminaba en la conservaduría de un Registro Civil. Diseminados en los estantes, medio enterrados unos, casi ocultos por las telarañas y el polvo otros, veíanse y no se veían la infinidad de registros sobre la vida y la muerte, arrojados en diferentes épocas formando columnas que llamaban la atención sobre lo efímero de la persona.

Don José, el personaje de la historia de amor de Saramago transcurre su vida en largos y solitarios paseos por los pasillos del Registro Civil o encaramándose en una escalerilla con folders de la parte superior de los estantes, olvidados y escondidos en oscuros rincones y examinados de cerca conservan escritos datos de hombres, mujeres y niños que fueron inscritos en el momento de nacer o morir.

La flojera de dulces arrebatos, bella interceptadora de la realidad envuelta en vagas fantasías, refugiadas en el Registro Civil al que da vida José Saramago, el genial escritor portugués. Al compás del ir y venir de la luz y la oscuridad del cuarto reposan las actas de nacimiento o defunción que resurgen, se extinguen en el polvo, con olor a hojas de papel mojado que un día fueron vírgenes, y desde una papelería alumbraban el camino del sol.

Este domingo soleado fue propiciador de la magia que despierta la historia alucinante de Saramago, misterio que araña y enfría la piel y adentra en el juego de la vida-muerte. Porque, ¡eso sí!, la raza amante del sol ni en los cubículos de los registros civiles se resigna a renunciar al astro rey. ¡Que perezcan el cerebro, el corazón, el hígado, los genitales, los brazos y las piernas!, pero que los ojos se salven por si algún día una vieja hechicera quiere desafiar al tiempo. En la lectura de montañas de expedientes de vivos y muertos, un rayo de sol jugará con la muerte.

Fantasía perdida en la noche de los tiempos y basada en la cultura de los expedientes y la burocracia que busca el sol. Un día la fiebre de la civilización destruirá los registros civiles junto a la amplia idea del interminable naufragio de las cosas, el miedo ruin, egoísta en que nada ha de quedar. Sólo nos consuela la importancia de resguardar los ojos a la hora de la muerte.

Ese instinto de muerte que estudió Freud y en su libro Mal de archivo: una impresión freudiana, Jacques Derrida aborda con el tema de la escritura; asunto de archivo. Huella, impresión, traza…, para él, Mal de archivo. Derrida aborda esa problemática mediante un diálogo exegético con sicoanálisis.

Esto, según Derrida, es un asunto de capatio benevolente; ya que inmediatamente después Freud sugiere que esta archivación no sería tan vana y de pura pérdida; en esta hipótesis aparecerá lo que tiene que aparecer, una tesis irresistible, la posibilidad de una perversión radical, justamente la diabólica pulsión de muerte, de agresión, de destrucción. Pulsión de destrucción de la economía o más bien en la aneconomía síquica, en la parte maldita de ese gasto en pura pérdida.