a Carlos Paul en estas páginas hizo una completa y minuciosa descripción del nuevo proyecto de Teatro Español, conformado por gente de teatro de diferentes lugares hispano hablantes, que ha sido bautizado como Dos Orillas (incluyendo teatro Español, la coordinación de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, el Teatro Solís de Montevideo, el FIT de Bogotá, el Teatro Sucre de Quito y el FIT de Caracas) se empieza con la adaptación al teatro de Flavio González Mello, la cuarta que se hace, según entiendo, de Tirano Banderas, la novela de Ramón del Valle Inclán que sigue siendo pertinente en nuestro país y en tantos otros, por cuanto la disidencia es aplastada a sangre y fuego y la soberanía se pierde ante los embajadores de lugares extranjeros. Cierto, México no es Santa Fe de Tierra Caliente, pero le falta poco y tras la revolución de la que nos enorgullecíamos existe una involución social y política vista también por el espejo cóncavo del teatro.
Según el adaptador, su versión parte de lo que observa la prostituta vidente, quien no ubica tiempos verbales, por lo que narrado, maliciosamente puede ser pasado, futuro o presente. González Mello es uno de los más talentosos dramaturgos con que contamos y al que hay que añadir la asesoría literaria de Juan Villoro. Conserva a los personajes principales de la novela, lo que obliga al director y a los actores a doblar papeles. El director catalán Oriol Broggi –quien, por otra parte logra homogeneizar hasta cierto punto los diversos acentos de actores y actrices de su reparto– tiene un trazo escénico sin mayores complicaciones y el recurso, en el que participa también como escenógrafo, de la cortinilla lateral no es muy grato a la vista y cubre en un tramo lo mejor de su escenografía, que es la parte superior y más alejada en el escenario, tras una pequeña escalinata y un medio barandal y de donde casi no se mueve Santos Banderas a partir de la mitad del espectáculo. Para ser justos hay que mencionar que el director maneja con mucho tino los tiempos y los ritmos, desde la aparición de la hija de Santos que arrastra su locura y arma un escándalo, hasta la escena de Zacarías que llora al hijo pequeñito comido por los cochinos.
El viejo en la cárcel no es otro que el propio don Ramón con sus barbas de chivo (como lo tildara Miguel de Unamuno) y pienso que esa caracterización se debe tanto a lo pedido por González Mello como a la interpretación del director. Lo que a mi parecer sí es parte de los diálogos escritos por el dramaturgo es el grito del revolucionario levantado en armas contra el tirano: la historia me absolverá
, poco apreciado por un público falto de memoria de la historia reciente de nuestros países, pero que logra, con su ambigüedad en ese contexto y para los mejor informados, confirmar la ubicación de lo que se cuenta en tierras latinoamericanas y en un pasado no tan remoto, a pesar de que no se utiliza vocabulario popular de diferentes regiones como en el original, lo que sería un purismo exagerado.
La parte más cercana al ácrata Pío Baroja –y a las contradicciones de su personaje– posiblemente sea la escena de la mujer a la que Santos Banderas obsequia su reloj de bolsillo porque la encuentra hambrienta y con un niño y la indiferencia del burgués con el que ella regatea el precio del mismo. La corte de embajadores que rodea al tirano, en sus breves apariciones, delinea con amplitud a quien está dispuesto a negociar lo mejor de Santa Fe de Tierra Caliente con los extranjeros. A los mexicanos nada de esto es ajeno.
Todos los papeles son interpretados por, en el orden alfabético con que se presenta el programa, Emilio Buale, Carles Canut, Pedro Casablanc, Joaquín Cosío, Rafa Cruz, Emilio Echevarría, Vanesa Maja, Mauricio Minetti y Susi Sánchez. La iluminación es de Albert Faura, el vestuario es de Ana Rodrigo; audiovisuales de Francesc Isern, espacio sonoro de Enrique Mingo y Oriol Broggi. El coordinador del proyecto es Borja Sitjá. Un acierto: el diseño del cartel de Juan Naval con una calavera medio europea, medio mexicana, que recuerda la descripción de Tirano Banderas.