evisado el módem, para comprobar que estamos en Internet, y seleccionado el título de esta contribución a nuestro periódico, entro en materia: la violencia ha sido definida en casi todos los países, en muy diversos momentos, y en más de una vez, según la situación en la que se genera y prevalece. Salvo muy escasas excepciones en los medios, no solamente del país en el que se da, sino que es cubierta, atendida por muchos medios y se convierte en nota muy destacada, y en muchas ocasiones en la principal de primera plana. Y, por supuesto, la televisión acude sin falta invariablemente.
La confusión y la dispersión son contrarias a la naturaleza de espíritu y, para no incurrir en ellas, empezaremos consultando el Diccionario de política, de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, editado por Siglo XXI, para buscar una definición clara y aceptable para nosotros, los mexicanos, que estamos invadidos de noticias día y noche, según las cuales el Distrito Federal, y no creo que sea por ser el más violento, nos mantiene en guardia y bastante tensos, a los que vivimos aquí. En ocasiones nos preguntan de fuera si podrán llegar más allá del aeropuerto sin peligro. Así están las cosas. Ni modo.
Una joven familiar nuestra muy cercana, de 20 años, al salir de su casa en la colonia Roma, en la zona en la que hay un edificio tras otro de departamentos, habitados todos, de pronto, según esta jovencita relata, empezaron a llegar policías de todas direcciones en camiones especiales, y armados hasta el límite de la imprudencia, rebasando desde luego el de la prudencia, por mucho. Uniformados con ropa de combate, en actitud de ¡éntrenle, que a eso venimos! Mi joven intelocutora puso pies en polvorosa, avisando a su hermana, que no había salido del departamento que ocupan con sus padres, para que no salieran del edificio hasta que todo se hubiera normalizado. Allí mismo, su padre pasó por otra experiencia muy ingrata: se produjo una balacera tupida, entre los ocupantes de dos vehículos, estando él también por entrar a su casa. Nuestra joven amiga se fue al Centro Histórico al Claustro de Sor Juana a seguir los trámites para inscribirse en algún curso, y le salió otra vez un grupo muy numeroso de policías, desaforados, corriendo con sus armas ya un tanto sofisticadas; de lo que seguramente se trataba era de capturar algún delincuente que muy probablemente había sido localizado por allí.
Así está la capital, y no se diga nada de la provincia, en la que se producen, para todo efecto práctico, diariamente, acciones muy sangrientas. Un gobernador de uno de los estados donde hay más violencia que en los demás y ejecutados por grupos que actúan también en otros estados de la República fue entrevistado por los medios recientemente. Él dijo que está tranquilo, porque lo respaldan 4.5 millones de coterráneos, y que mientras esto sea así lo demás es lo de menos, sin explicar dónde están los más de 4 millones de ciudadanos que lo respaldan, pues con ese numeroso apoyo ya era como para que hubiera controlado la situación en su estado, en el que es la Federación la que le está sacando las castañas del fuego, a todas vistas.
Pues bien, con el trasfondo que muy sintéticamente y con toda la brevedad posible hemos intentado describir, ahora seguimos, como lo dijimos más arriba, con la definición del Diccionario de política de Bobbio y su grupo de politólogos y sociólogos: en primer lugar, habrá que establecer las diferencias entre violencia y fuerza, pues son términos opuestos. La primera es un recurso de la población, de una reunión de pobladores, ciudadanos de un estado o de la capital, que, agrupado y armado a la manera de la policía, y cuando hay las posibilidades de superarlos a ellos desde sus posiciones, generalmente no actúan por sí mismos, están organizados con una identidad de propósitos visibles, y son dirigidos por un líder, que ocasionalmente tiene a una especie de estado mayor que lo acompaña y transmite sus órdenes.
Entre los más notables teóricos de la violencia figura Sorel, quien sostenía que ésta se transforma en revolucionaria, tiende a crecer y dominar ciertos espacios, por encima de las autoridades civiles y militares, llegando a bloquear la acción de las autoridades civiles. Su meta tiene siempre la connotación de rebeldía ante las estructuras defensivas correspondientes a su área de acción.
Por otra parte, tenemos diversas definiciones de fuerza
. Para Juan Jacobo Rousseau, gran filósofo de la democracia que acuñó el concepto de contrato social
, no es otra cosa que la estructura que crea las instituciones que mantendrán la democracia en un país, que habrá de procurar la sujeción del pueblo a las leyes, a la Carta Magna, para robustecer sus instituciones creadas las circunstancias que normalmente surgen después de una revolución, como es el caso, precisamente, de México. Y no hay que olvidar también aquel aforismo que dice: cuando una revolución fracasa, se pierde un siglo entero
.
En general, los politólogos de la democracia consideran que un sistema social de estas características, de gobiernos logrados por partidos políticos que se acogen al apoyo verdaderamente popular, y sostienen cierta ideología de raíces populares, muchas veces luchan con recursos insuficientes para contrarrestar la violencia desencadenada por grupos de inconformes con algunas características de las acciones de un gobierno que tiene la obligación de sostener un statu quo que permita el desarrollo económico y el progreso social.