a Reserva Federal marca desde Washington la dinámica monetaria y financiera en la economía mundial. Desde el comienzo de la crisis en septiembre de 2008 se ha mostrado así de nuevo. Primero fue una muy grande y sostenida expansión de la cantidad de dinero en esa economía. Se redujeron casi al límite las tasas de interés (0.25 por ciento) y se crearon recursos para los bancos y otras empresas financieras que habían quedado muy tocados.
Esto se llamó la política monetaria no convencional
y según los expertos creaba una nueva situación normal
en los mercados de dinero marcada por las bajas tasas de interés. El papel del banco central ha sido clave y su capacidad de crear dinero y alterar su valor es un asunto de la mayor relevancia para una sociedad, por ejemplo, por su impacto en la distribución de la riqueza. Otra marca del ejercicio de la democracia a la manera siglo XXI.
Después de cinco años de una recuperación tibia aún del producto y el empleo, a fines de 2013 la Fed empezó a reducir su intervención en el mercado monetario. Esta había llegado a 85 mil millones de dólares al mes, en diciembre bajó a 75 mil millones y hace unos días a 65 mil.
Tanto en el periodo de la fuerte expansión monetaria, como ahora que empieza a reducirse, esa política repercute en el comportamiento de los mercados de dinero y de capitales, el endeudamiento público y las corrientes de recursos en ese país y en todos los demás. El terreno se prepara para una normalidad más reconocible, con mayores tasas de interés.
Los capitales buscan siempre el rendimiento más alto posible, esa es su naturaleza. Si los rendimientos en dólares bajaron drásticamente en Estados Unidos, entonces fluyeron a las economías emergentes con tasas más altas. Lo mismo pasó en la zona euro cuyo ajuste post crisis significó también que el Banco Central Europeo impusiera menores intereses.
Los receptores: Brasil, Indonesia, Turquía o Sudáfrica revaluaron su moneda y recibieron fondos para invertir y aumentar sus reservas internacionales. México financió buena parte de su endeudamiento interno mediante la inversión extranjera en títulos emitidos por el gobierno y acumuló en un momento dado más de 180 mil millones de dólares de reservas internacionales. Esta fue el ancla de la estabilidad macroeconómica con bajo crecimiento del producto y el empleo.
Ahora que ha empezado el retraimiento de la Fed y se espera que repunten la tasas internas de interés, la reacción de los inversionistas es protegerse de los ajustes que se vuelven necesarios en los emergentes que antes eran tan apetitosos. Lo único que se sabe con alguna certeza es que una vez que empiezan estos ajuste en los flujos de dinero y de capitales no se sabe dónde van a parar. Lo que es cierto es que los gobiernos que recibían los fondos y ahora los ven salir, buscan hacer algo todos al mismo tiempo pues las presiones financieras se agravan rápidamente.
El caso de Turquía es ilustrativo. Llegaron muchas inversiones y se reforzó la economía. Una buena parte se usó para estimular la especulación inmobiliaria con la construcción de numerosos centros comerciales y con el destino turbio de una parte del dinero recibido. El tinglado se está viniendo abajo. En Argentina, la mala gestión económica es ya una tradición. La actual turbulencia en el tipo de cambio se adjudica a la especulación de un banco extranjero, pero no puede eludirse la forma en que se usan los recursos públicos, las fuertes presiones inflacionarias desde hace ya mucho tiempo y la escasez de reservas para apoyar al peso. Como se dice: se necesitan dos para bailar el tango. Y también la samba o el jarabe tapatío.
A principios de este año el poderoso banco Goldman Sachs recomendaba a sus clientes reducir sus colocaciones en los países en desarrollo hasta en una tercera parte, pues esperaban un desempeño significativamente más bajo
de las acciones, bonos y monedas durante los próximos 10 años. Otro de los grandes bancos JP Morgan Chase esperaba que los bonos denominados en moneda local en esos mismos países rindieran sólo 10 por ciento de sus ganancias promedio registradas desde 2004. Y Morgan Stanley proyectaba que el real brasileño, la lira turca y el rublo ruso tuvieran caídas hasta de 17 por ciento.
Unos países podrán aguantar un poco más de tiempo que otros el nuevo embate del dólar, pero sólo eso. Y claro está que desde los centros de influencia ideológica del neoliberalismo lo que se exige a los emergentes es más y más reformas para adaptarse a las vueltas de la tuerca de la acumulación liderada por el dólar.
El nuevo equipo de la Reserva Federal seguirá con la contracción de la liquidez. Todavía no es clara la magnitud ni el ritmo que tendrá, pero lo que no puede evitarse es la repercusión en los países que habían hecho virtud de las entradas de capital especulativo y que siguen teniendo bases endebles para crear más inversión productiva, generar mucho más empleo remunerado, elevar el nivel de ingreso y de consumo de la población, orientar el gasto público a donde se debe y evitar la especulación dineraria o en sectores como el inmobiliario. Ahora la presión para otro ajuste contractivo viene de afuera, igual que ocurrió con la expansión. Internamente los desequilibrios estructurales persisten.