a cobrado gran visibilidad la práctica mediática de invisibilizar los movimientos sociales y en particular al zapatismo. La celebración del vigésimo aniversario de éste hizo muy evidente tal estado de cosas. Pero hay otras perversiones y distorsiones de la mirada colectiva que siguen en la oscuridad.
Aquellas prácticas de los medios reflejan actitudes de buena parte de sus audiencias y públicos. Los medios no ven o no quieren ver lo que la gente tampoco ve; pocas veces son ellos quienes desatan la invisibilización. No es cierto que la gente sólo se entere de lo que los medios difunden. La idea que ellos propalan, de que sólo lo que procesan cobra existencia social y política, es pura propaganda para vender sus productos. Lo que necesitamos preguntarnos es por qué segmentos tan amplios de la población están siendo incapaces de ver lo que pasa en la base de la sociedad mexicana. Es ya significativo que no vean al zapatismo. Pero lo es todavía más que no vean lo que ocurre a unos metros de sus narices.
Como complemento de esta peculiar miopía, mucha gente parece estar viendo lo que no está ahí. Alucina. Tiene visiones quiméricas, como las que ofrecen los sueños o las discusiones acaloradas. Ve espantajos, como los que se usan para asustar a la gente sencilla, o ectoplasmas, esas emanaciones materiales que pretenden producir ciertos espiritistas. “Este pueblo –decía Pedro Páramo– está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso.”
Esta forma de alucinación colectiva se explica en parte por contagio. La gente está continuamente expuesta a la cháchara de funcionarios y dirigentes sociales y políticos de las más diversas ideologías que toman como reales a sus espectros. En su boca, el Congreso, la ley, el partido o el Estado aparecen como seres vivos, como personas, no como lo que son, meras entidades abstractas que deben ser tratadas como tales. Siguen usando sin rubor, como si aún fuera posible aludir con ellas a condiciones empíricas, categorías que hace muchos años pertenecen a tiempos ya idos. Su incapacidad de gobernar se explica en parte por su profunda inserción en ese mundo espectral, en el que se pertrechan para no ser afectados por la realidad que supuestamente dirigen. Mucha gente empieza a compartir esos espectros.
El contagio se hace más profundo en quienes están acostumbrados a mirar hacia arriba. No sólo llegan a pensar como estado
, como si ya hubieran llegado ahí
, a las posiciones superiores de gobierno que conciben equívocamente como personificaciones del estado; no sólo pretenden ver
el mundo desde ahí
, como si fuera posible encarnar esa entidad fantasmagórica que llamamos estado
… Es algo peor. Las personas reales y concretas que así actúan se imponen a sí mismas la condición de átomos de categorías abstractas y ven
como ciudadanos, electores, consumidores…, no como lo que son.
La pura alucinación. Perdido contacto con la realidad inmediata y una vez abandonados los saberes locales que nos permiten orientarnos en el mundo y conocernos y reconocernos en el transcurrir cotidiano, quedamos irremediablemente expuestos a la manipulación y el desconcierto, al ejercicio autoritario que nos imponen por igual policías o líderes carismáticos, especulaciones ideológicas o formulaciones científicas…
Los muertos pesan ahí más que los vivos. Los cadáveres de categorías del pasado, las formas de percepción que en otros tiempos fueron guías útiles para entender el acontecer siempre complejo de los entornos cambiantes, se vuelven lastre, mero prejuicio. Las construcciones novedosas de una realidad que cambia con rapidez se acomodan forzadamente dentro de esas figuras anticuadas del lenguaje y de la mente, hasta hacerlas irreconocibles.
Y así no vemos ni entendemos lo que pasa. Pasamos de noche por las innovaciones radicales que hombres y mujeres ordinarios realizan todos los días. Nos la pasamos esperando a Godot, a lo que nunca llega ni llegará, a condiciones que no se repetirán, a las formas de la revolución que ya no tendrán lugar, a condiciones del mundo que pertenecen a otra era, a luchas que ya carecen de sentido o a metas inalcanzables... Nos entregamos a meras ilusiones, transformamos el presente en un porvenir siempre pospuesto que aparece como repetición mecánica del pasado.
Pero romper con todo aquello en que nos formamos, en lo que creíamos, lo que nos hizo ser quienes somos, requiere formas de coraje que no siempre están a la mano.