Ayer en la Plaza México la bravura-basura correspondió al hierro de Santa Bárbara
Jerónimo, torero de gran sello y singular calidad
El Capea, otra inmerecida inclusión
Lunes 3 de febrero de 2014, p. a31
Plaza semivacía y reflexión forzosa: de nada vale blindar, proteger y defender la llamada fiesta brava si taurinos y autoridades no encuentran la manera de preservar el elemento fundamental de ésta, la bra-vu-ra. Una lástima –¿o una vergüenza?– que en la asamblea anual de los ganaderos y en el rumboso foro mundial de la cultura taurina celebrados recientemente en Tlaxcala y en las Islas Azores, renombrados filósofos y plumas medio famosas se dediquen a teorizar sobre cómo defender la tradición tauromáquica, pero sin mencionar la degeneración de la casta en el comportamiento del toro moderno
, al gusto de apoderados, figurines, empresas, autoridades y crítica, es decir, de la tauromafia que mangonea, no de un público tan impotente como ansiosos de emocionarse a partir del comportamiento de un toro con unos mínimos de codicia, de transmisión de peligro, de verdad tauromáquica.
Por otro lado, el criterio empresarial de los falsos promotores, del degradado espectáculo, en la México y en el resto de las plazas, ¿en qué está pensando a la hora de contratar ganaderías?, ¿en el precio, en las gangas, en el pago a plazos, en la comodidad, en el tedio colectivo o en la puntilla de la fiesta?
Carajo, defenderse de los ataques de los antitaurinos
, parece más un despliegue de hipocresía que la defensa honesta de una tradición que demanda, en principio, la verdad inapelable de una bravura, a ver si se entiende, capaz de matar. Lo demás es lo de menos o tal vez pretexto etílico de acomplejados.
¿Y la corrida de ayer?
Ah, sí, la corrida. Bueno, el festejo número 17 de oootra temporada diseñada de espaldas a la afición por los intocables promotores de la plazota, corrió a cargo de la desubicada ganadería de Santa Bárbara y de los diestros Federico Pizarro, Jerónimo y –explíquese usted, porque yo no– del joven hispano-mexicano Pedro Gutiérrez El Capea, sin otro merecimiento que el chantaje taurino-sentimental de su padre, calamitoso paisano
que vio en tierras aztecas la reconquista taurina de los pasmados mexicanos, ahora en beneficio de su limitado vástago. Sorry, Peter, but is true.
Lo bueno es que Federico Pizarro, primer espada, se topó primero con un paliabierto que con trabajos fue a un encuentro con el caballo, lo dejó hacer chicuelinas y gaoneras y llegó a la muleta clarote y soso, lo que permitió a un Pizarro fino, maduro y solvente, una sólida faena derechista, sin agobios y por momentos inspirada, concluida con muletazos de pitón a pitón, más un pinchazo arriba y una entera fulminante, enterada labor por la que el público demandó la oreja con insistencia, que finalmente fue concedida por el juez Jorge Ramos. Ante su segundo, más deslucido y con menos recorrido, vamos, un buey de arado muy bien lidiado, Federico, centrado, empeñoso y sobrado de recursos, en plena madurez y curtido por vivencias penosas y gozosas, consiguió dar la vuelta. Ah, si los empresarios mexicanos supieran ver y combinar toreros…
Jerónimo es un estilista extraordinario, un torero con sello intemporal y resonancias de raza, que en un país menos pasmado en lo taurino y en lo demás ya tendría un cartel bien consolidado y unos partidarios más que numerosos.
A su primero, clarote y soso, lo toreó soberbiamente con el capote, con verónicas inusuales y chicuelinas asilveriadas, más un sentido trasteo derechista. Dejó una entera desprendida y dio una vuelta al ruedo que en otra tarde y con otro juez hubiera sido con una oreja en la mano. Su segundo, aun más deslucido que su primero, lo brindó al matador en retiro Raúl Ponce de León –Ponce el bueno– que tantas tardes de memorable torería brindara en este mismo escenario, ante reses con menos kilos pero más emotividad.