Regresó el toro con la emoción que da la bravura; los De Haro, con exigencia y calidad
Pepe López se llevó otra con uno de regalo
Ricardo Rivera, entre altibajos, también obsequió
Lunes 30 de diciembre de 2013, p. a35
En México hay toros bravos y toreros buenos. Lo que no hay, como en el resto del mundo taurino, son empresarios con sensibilidad, autoestima y respeto por la fiesta y por el público. Por eso y por tantos abusos de las tauromafias es que a estos taurinos se les está viniendo abajo su teatrito.
Así, mientras en España cinco voraces diestros –Morante, El Juli, Manzanares, Perera y Talavante– que sólo figuran, pero que se sueñan imprescindibles para la fiesta, intentan apoderarse de la plaza de Sevilla, incluso con el ingenuo respaldo de un encubierto pero adinerado grupo empresarial mexicano, en el coso de Insurgentes se dio la undécima corrida de la temporada menos chica 2013-14.
En otra absurda combinación –toros hechos para toreros poco toreados– alternaron el capitalino Federico Pizarro, el moreliano Pepe López y el colombiano Ricardo Rivera, para lidiar un bien servido encierro de cárdenos de la rehuida por empresas y figurines ganadería de De Haro –¡salud siempre, Manueles!– que, luego de más de dos décadas de no venir a esta plaza, mostró las cualidades y defectos propios de la sangre, la edad y la buena crianza. Lo más desatinado no es que toreros modestos enfrenten corridas con edad y trapío, sino que aquí este ganado no lo quieran ver ni en pintura los diestros que figuran, nacionales e importados.
El desaprovechado Federico Pizarro, con nueve corridas toreadas este año y 15 orejas en la espuerta, realizó con su primero, el emotivo Gonzalero, una faena de altos vuelos, no sólo por la seriedad y comportamiento del toro, que al igual que sus hermanos fue en dos ocasiones al caballo, sino por el despliegue de recursos de Pizarro: valor sereno, cabeza fría, colocación, mando y ligazón, para coronar su intenso trasteo con una estocada casi entera en lo alto. Ya se sabe que en esta plaza las premiaciones en exceso son para los extranjeros o los nacionales que se despiden, sin embargo, la oreja exigida por el público fue de primer mundo.
En un doblón inicial Federico resultó prendido violentamente por el muslo derecho, pero con una actitud y unas aptitudes que poco han valorado las empresas, supo estructurar una faena por ambos lados no a un pasador sino a un astado que no perdonaba errores ni dudas. Al juez Ruiz Torres, tan generoso casi siempre, se le olvidó ordenar arrastre lento a los despojos del bravo toro. De su segundo, con menos transmisión, Pizarro en un natural se llevó un rayón en el muslo izquierdo y decidió cortar por lo sano.
Pepe López, con sólo tres paseíllos este 20013, no logró remontar la sosería de su primero, al que despenó de una entera. Con su segundo, que mereció mejor suerte, se vio desconcentrado en los naturales y mal con la espada. Y al de regalo, del mismo hierro, entrepelado y bien puesto, que tras dos puyazos llegó con calidad y recorrido a la muleta, se lo enredó en la cintura en una labor entregada, más que enterada, pues los toreros se hacen toreando no en las antesalas. El estoconazo mató sin puntilla y la oreja fue de ley, así como el arrastre lento a los despojos de Camorrista.
Ricardo Rivera, de Cali, avecindado hace años en Guadalajara, confirmó su alternativa con Volcánico, al que veroniqueó con sabor, y lo que parecía una faena de oreja se fue diluyendo por la falta de sitio. A su segundo, sin clase, lo lidió sobre pies y oyó dos avisos, y con el de regalo hubo disposición sin estructuración, pues voluntad no mata oficio.