as pláticas orientadas a buscar una salida pacífica a las cinco décadas de guerra entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han cumplido sus primeros seis meses y el saldo de los intercambios realizados en ese lapso –que han tenido lugar en Oslo y en La Habana– es positivo por dos razones. Primero porque la negociación misma, aunque ha pasado por momentos particularmente difíciles y tensos, no se ha interrumpido, lo cual es en sí un signo alentador; asimismo, porque los representantes de la administración que encabeza Juan Manuel Santos y los delegados de la organización guerrillera han sido capaces de delinear una agenda de temas realista e incluyente: la necesidad de formular una política de Estado para el desarrollo rural, la participación política futura de los actuales integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tras un eventual desarme, las modalidades del fin del conflicto, la pertinencia de replantear la actual estrategia contra las drogas y las formas de reparación a las víctimas causadas por los dos bandos.
Con ello culmina la primera fase de las reuniones –cuya existencia fue reconocida por Santos a principios de septiembre del año pasado– y ahora empiezan las discusiones de fondo sobre los cinco puntos arriba referidos, a fin de redactar un documento que pueda ser firmado por las dos partes. Una vez que ese texto se logre –si se logra–vendrá, de acuerdo con los objetivos fijados por los negociadores, una tercera etapa: la de la aplicación de los acuerdos.
Cabe recordar que los encuentros entre ambas partes fueron reconocidos por Santos a principios de septiembre del año pasado y han tenido que enfrentar en todo momento la manifiesta hostilidad del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien ha hecho cuanto ha podido por descarrilar el proceso de pacificación.
Si bien el delegado insurgente Iván Márquez ha reivindicado el ritmo de la negociación –calificado de lento
por diversos actores políticos colombianos–, es claro que en los próximos meses el proceso de pacificación se verá sometido a presiones políticas crecientes, conforme se aproximen los comicios presidenciales previstos para mayo de 2014. Santos, quien ha anunciado su intención de presentarse como candidato a un segundo periodo, deberá mostrar a los electores un saldo positivo y logros concretos en las pláticas con las FARC, en tanto sus adversarios, especialmente los de la derecha colombiana, a quienes da voz el propio Uribe, buscarán descalificarlo por lo que consideran una concesión y un acercamiento hacia la organización guerrillera.
Cabe esperar que la negociación pueda concretar en documentos precisos y sólidos los puntos de su agenda y que se dé paso, con ello, a una desmovilización de los combatientes de las FARC y a su integración a los cauces democráticos e institucionales. Ello significaría una victoria de todos los colombianos sobre la guerra y un factor de optimismo y estabilidad para la región andina y para América Latina en general.