uando se considera el desempeño de una economía y se plantean medidas de política pública para afectarlo en una dirección determinada sea mediante ajustes, o de manera más firme con reformas, aparece inevitablemente el asunto de los plazos en que tales acciones pueden tener algún impacto.
Puesto que el comportamiento social es siempre cambiante –empezando por los cambios demográficos y las innovaciones tecnológicas–, y el crecimiento del producto no ocurre de manera ilimitada, sino de forma cíclica, pues enfrenta distintos límites, es más simple considerar el corto plazo (digamos hasta un año). Tratar el plazo largo es más difícil; es mayor la incertidumbre ya que en esencia el futuro es desconocido y más grande el grado de complejidad.
A largo plazo hay que considerar aspectos de índole estructural e institucional que son más rígidos y afectan las decisiones públicas y privadas para asignar los recursos disponibles del modo más productivo. La continuidad política es un factor determinante, pero que puede ser muy escaso en las sociedades con las formas actuales de la democracia. El mercado falla, el gobierno y los políticos también.
Estos son aspectos centrales en la formulación de las teorías y las políticas económicas. Se pueden manejar mejor las condiciones estáticas que las de naturaleza dinámica, mejor al análisis parcial que el de índole sistémico y mejor el corto que el largo plazo.
Una de las características de la crisis económica mundial es precisamente la dificultad política de atender las necesidades inmediatas como son el extendido desempleo y el castigo a los servicios sociales y las pensiones y, extender igualmente, la visión a largo plazo.
Tal fricción vuelve impracticable construir escenarios sistémicos que orienten las medidas de intervención, como pueden ser las políticas fiscal, monetaria, laboral, industrial o financieras. Todo esto se advierte claramente en la gestión de la crisis en la Unión Europea y, en particular, en la zona del euro. Después de cinco años esa zona se ha ido hundiendo hasta instalarse ya en una recesión económica y de estancamiento político.
Puede decirse firmemente y sin riesgo de candidez que Keynes tenía razón al sostener que era tan perverso como estúpido permitir que hubiera desempleo. También, como afirmaba, deben enfrentarse con indignación las mentiras políticas. Eso es otro de los fenómenos que están creciendo en las sociedades europeas y, ciertamente, no sólo en ellas.
Ha aparecido un debate al respecto que señala cómo ciertas posiciones políticas fuerzan los ajustes recesivos que afectan de modo primordial la capacidad del Estado para combatir la recesión, pues con ello pretenden aflojar las resistencias para las reformas que pretenden como resultado de la misma crisis. Este es un tema relevante para el análisis político y económico.
Desde esta perspectiva, ese sería el caso de la gestión que ha ido imponiendo rigurosa y consistentemente el gobierno alemán en la eurozona para imponer el tipo de ajuste que favorecen políticos, grandes empresas y los bancos. Así lo admitieron muchos países como pauta de gobierno: España, Francia, Italia y Gran Bretaña pueden ser considerados en ese grupo, pero tienen cada vez más dificultades para mantener las austeridad a ultranza.
Otros países como Grecia, Chipre o Portugal están de plano de bruces en la lona en un verdadero knock out
. La situación es insostenible, las condiciones en las que esa región saldrá de esta crisis pueden ser muy distintas a las que se presentan en el ideario político dominante.
Eso no quiere decir que el capitalismo no sea un sistema provechoso para algunos o que esté herido de muerte. La crisis de referencia tiene un rasgo relevante y es la desigualdad con la que golpea a distintos sectores. No en balde el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos ha advertido abiertamente que se está gestando una nueva burbuja en los precios de diversos activos, por las actividades de esencialmente especulativas de los bancos para sacar ventaja de las políticas monetarias muy expansivas que mantienen bajas las tasas de interés.
Por otro lado, en todas partes se habla de carencia de créditos para las empresas de tamaño pequeño y medio y la concentración de los préstamos en los acreedores de mayor tamaño, para no afectar la rentabilidad del capital de las instituciones financieras.
Esto pasa en México en particular con los bancos más grandes, que no con los más pequeños. La iniciativa de reforma que se discutirá hasta septiembre en el Congreso quiere incidir en estos asuntos. Abre pues una puerta para un debate profundo sobre la arquitectura del sistema financiero del país. Hay una oportunidad para que los legisladores estén a la altura de tal debate, pues son muchos los elementos que se han presentado, pero no están necesariamente articulados para conseguir que el sector financiero se engarce positivamente con el crecimiento del producto.
Otra vez es relevante el plazo en el que las políticas deberán conseguir sus objetivos y el tipo de sistema financiero, económico, laboral, productivo y legal que dejaría establecido. La historia de reformas económicas recientes ha promovido un sistema financiero que propicia estabilidad macroeconómica, pero sin fuerza para crecer sostenidamente. Los datos recientes del desempeño productivo del primer trimestre del año vuelven a comprobar este hecho.