¿Una catástrofe en el horizonte?
a campaña de calumnias y desinformación contra Morena aumenta en proporción directa al crecimiento de la organización. Muy preocupante, el salvaje secuestro y tortura que sufrieron unos jóvenes en Puebla acusados de intentar sabotear la conmemoración del 5 de mayo. Sólo a un estúpido se le puede ocurrir que AMLO y/o Morena son un peligro para México. El movimiento estabiliza la política. Después de 13 años de lucha no ha roto un vidrio ni herido a nadie.
Hace poco leí un artículo de Arnaldo Córdova sobre las dificultades del gobierno de Peña. Sería deseable que el doctor Córdova explorara más en este tema. Después de una etapa inicial el horizonte se ennegrece. Mucha gente empieza a preguntarse en qué terminará todo esto.
Algunos catastrofistas piensan que entre la mitad y el final del sexenio pudieran darse una explosión o una implosión. El país estallaría en crisis y se interrumpiría la vida institucional (la democrática ni siquiera se ha iniciado). Estos escenarios presuponen una crisis de credibilidad generadora de una ruptura económica, financiera, política y social. La inconformidad que crece se asociaría con la delincuencia organizada, que suministraría información y armamento moderno, y también a los grupos guerrilleros latentes: entonces emergería una rebelión social.
¿Y una implosión? El modelo vigente no ha logrado hacer crecer al país. El bajísimo 2.2 por ciento de los últimos 30 años se anula por el crecimiento demográfico. Si esto se mantiene, un millón de jóvenes al año no encontrarían trabajo. El empobrecimiento y la miseria irritarían a todos. La restricción del mercado de consumidores y la ineficacia de la administración pública resquebrajarían el aparato institucional, de por sí muy dañado. El gobierno tendría que dimitir aunque no hubiera rebelión.
Estos escenarios no parecen buenos futuribles. El Ejército y la policía con tecnología sofisticada y asesoramiento extranjero podían aislar y luego aplastar una rebelión. La estructura financiera y el Estado nacional tienen muchas reservas como para mantenerse vigentes aunque las cosas se dieran mal. Rebelión o implosión, son indeseables. Los activos de la nación se verían mermados, los más pobres pagarían en vidas y miserias el desastre. Ninguna revolución violenta ha terminado bien. Después de décadas, los revolucionarios se corrompen y llegan a imitar cada vez más fielmente a los opresores que ellos derrocaron.
El escenario negativo más viable es la prolongación de la decadencia. Aunque se mantengan los equilibrios institucionales y financieros y el modelo económico se actualice un poco, la corrupción, el cinismo, la impunidad y simulación encontrarán sus propios equilibrios y un estado de cosas se mantendrá, pero víctima de una enfermedad colectiva, incurable, irreversible y fatal.