e detengo un buen rato frente al retrato de Misia Sert realizado por Vuillard, La nuca de Misia. Inclinada al piano, el cuello de cisne de la mujer palpita en sordina, bajo su espesa cabellera levantada en un chongo espeso que le sirve de corona. En el silencio de la tela, brotan las notas musicales que flotan, fijas, en el aire de ese espacio cerrado.
Otra Misia, pintada por Toulouse-Lautrec, extiende sus brazos marmóreos hacia el teclado. De perfil, lee la partitura. Un vestido blanco, amplio y vaporoso, se abre como los pétalos de una flor gigantesca hacia abajo con un guiño de ojo a las bailarinas del Moulin Rouge.
Una Misia opulenta, sentada, de frente al pintor, sonríe, ensoñadora, a Renoir. Las Misias se suceden bajo las miradas de los artistas, Bonnard, Redon y otros impresionistas, que atrapan con sus pinceles algunos de sus instantes para salvarlos de las pinceladas feroces del tiempo. Es la misma mujer, Misia Sert, y es otra en cada cuadro. Es Misia y es Lautrec, o Renoir, o Vuillard... ¿Quién habita en cada tela, la modelo o el pintor? Autorretratos en mujer. Misia les sirve de rencarnación. Y Misia los habita.
A la vez sugerente y turbadora, la exposición Misia: reine de Paris, que se exhibe actualmente en el Museo d’Orsay, es un verdadero viaje a la Belle époque. Como en todo verdadero viaje, se vive el extravío de los sentidos, pérdida jubilatoria ante el encuentro con lo desconocido, la reaparición de lo defintivamente acabado en ese silencio fuera del tiempo, donde cesa su tic-tac.
Lugar ideal para este homenaje a Misia el museo consagrado a los impresionistas que alberga la antigua estación de ferrocarriles de Orsay. Después de todo, Marie Sophie Olga Zénaide Godebska (1873-1950) fue la modelo, la musa, la mecenas de pintores y escultores impresionistas. Pero tambien la amiga y consejera de músicos y escritores del medio siglo que se inicia con la Belle époque. Su salón fue frecuentado por celebridades y personajes durante casi 50 años.
Hija de un escultor polaco y nieta de un violonchelista y pianista belga, educada por su abuela en Bruselas, donde en su infancia conoció a Liszt, aprende a tocar el piano con Gabriel Fauré. Excelente intérprete, da un primer concierto en 1892, pero se niega a seguir una carrera.
Amiga y vecina de Sthépane Mallarmé (sus restos yacen en el mismo cementerio), así como de Ravel, quien le dedica Le cygne y transcribe Misia
y Godebska
en dos grupos de notas musicales frecuentes en su obra.
Inspira a Proust su princesa Yourbeletieff y le sirve en mucho para el personaje de madame Verdurin. Verlaine, Wilde, Colette, Coco Chanel (con quien la liga una relación particular), Satie, Diaghilev, Cocteau, Morand, Picasso, Lifar, Stravinski y tantos otros la llaman simplemente Misia.
Los periodistas la denominan La reina de París. Tuvo un primer matrimonio con Thadée Natanson, fundador de la famosa publicación La revue blanche (sirve de modelo a Lautrec para la portada del primer número). Su segundo marido fue el millonario Alfred Edwards, creador del diario Matin. Su último cónyuge fue el pintor José Maria Sert. Después de la muerte de éste, toma como amante a quien fue secretario de Sert. Le dicta unas memorias
más noveladas que reales.
Más Mme Verdurin que la verdadera, apreciando y despreciando hombres y mujeres a primera vista... Misia excitaba el genio como algunos reyes saben fabricar vencedores con la sola vibración de su ser
, escribe Paul Morand.
Misia morirá morfinómana, en la miseria, desconocida por las nuevas generaciones. Cuando, azar objetivo, al regreso de esta exposición, leo un texto de Elena Poniatowska, donde con unas cuantas pinceladas hace un retrato de Pita Amor y narra su trágico final cuando Pita, llamada Reina de la noche, causa risa y pide la limosna de una copa a cambio de un dibujito suyo, me pregunto si se puede sobrevivir con gloria a la gloria. De haber sido héroe. O de haber sido reina.