l conteo rápido del IFE (no confundir con encuesta de salida) dio como resultado de 37.93 a 38.55 por ciento para Peña Nieto y de 30.90 a 31.86 por ciento para López Obrador, es decir una diferencia de 7.03 a 6.69 por ciento. El PREP, con 98.95 por ciento de las casillas computadas, nos marca una diferencia de 6.51 por ciento en favor del candidato del PRI. El conteo rápido se hace con base en las llamadas sábanas
de un determinado número de casillas escogidas aleatoriamente en el país. Si hubo errores en el llenado de las sábanas
estos errores no sólo afectan el conteo rápido sino también el PREP. Los resultados, si hubo cualquier tipo de error u omisión, pueden ser distintos a los que se han dado como buenos oficialmente, por lo que si hubo inconsistencias deberán corregirse. Es de pensarse que una diferencia de poco más de 3 millones de sufragios entre los punteros presidenciales hace difícil que se revierta con la revisión de los paquetes de votos y el recuento por inconsistencias en las actas. Pero aun así el IFE debe despejar todas las dudas que tengan fundamento.
Aun asumiendo que los datos presentados por el IFE sean más o menos correctos, es claro, de todos modos, que se trató de una elección inequitativa (recursos y parcialidad de medios), con compra y coacción de votos, carruseles y otras triquiñuelas que día a día están saliendo a la luz. Según entiendo, el martes ya habían sido detectadas 113 mil actas con inconsistencias. No sé qué resultados arroje su revisión.
A reserva de lo que resulte de las impugnaciones en curso, AMLO ganó en muchos sentidos, aunque sea declarado perdedor por las instancias oficiales correspondientes. En primer lugar, millones de mexicanos estamos con él y su propuesta, y no hemos cambiado de posiciones. En segundo lugar, si tomamos en cuenta que en marzo de este año el promedio de preferencias que le daban varias encuestas al candidato del Movimiento Progresista era de 20.8 por ciento, contra 29.2 para Josefina Vázquez Mota y 48.9 para Peña Nieto, lo alcanzado por el tabasqueño en 90 días de campaña fue, si le creemos más o menos a los sondeos, un logro titánico. Rebasó a JVM y disminuyó su diferencia con el mexiquense de 28 puntos a poco más de seis. Le quitó 4 puntos a Josefina y 10 puntos a Peña. Y esta tarea fue lograda con muchos menos recursos que los del PRI y teniendo en contra al gobierno calderonista y al duopolio televisivo, en un país donde 80 por ciento de la población dice informarse por la televisión.
Sé, desde luego, que un triunfo es un triunfo y que lo demás no tiene significado en un sistema electoral donde se gana con un voto de diferencia. Pero no debe menospreciarse lo alcanzado por Andrés Manuel aunque no venza, pues a pesar de haber competido contra dos partidos fuertes (el PRI, que era débil hace seis años, en 2009 se fortaleció mucho y arrasó tanto en elecciones federales como locales) y contra un gobierno y poderes fácticos muy influyentes, obtuvo más votos que en 2006 (en números absolutos). Es un líder indiscutible.
Por otro lado, en Morelos, Tabasco y el Distrito Federal las izquierdas dejaron atrás a sus contendientes; no sólo ganaron en favor de AMLO sino de los candidatos a gobernador que hicieron muy bien su tarea. Los candidatos a gobernadores, Graco Ramírez y Arturo Núñez, ganaron con holgura, y más todavía Mancera en el DF. Estos triunfos compensan en parte la frustración y tristeza, compartida con millones de mexicanos, de que pudiera perder Andrés Manuel.
En Tabasco, que yo recuerde, nunca había perdido el PRI, ni a la mala ni a la buena. Ya ocurrió. En Morelos el tricolor creía que desplazaría al PAN, como ya lo había hecho en las intermedias de 2009, pero perdió lo principal aunque triunfó en la capital del estado. Dicho de otro modo, AMLO ganó la Presidencia de la República tanto en Morelos como en Tabasco; en estos estados hubo un merecido triunfo compartido de presidente y gobernador. Perdió Peña y perdió el PRI, dejando al PAN en un bajísimo lugar (15.1 por ciento). Para la mayoría de los que vivimos en Morelos López Obrador es nuestro presidente, le guste o no al de Atlacomulco.
Lo que más celebro, debo decirlo, es que el PAN perdiera y pasara a ser una tercera fuerza electoral, que difícilmente volverá a levantarse nacionalmente. La gente votó, en general, contra Felipe Calderón, y los únicos perjudicados de su desgobierno fueron los panistas. Bien se lo merecían por las trampas que hicieron en 2006 y por la ineptitud de sus dos presidentes. La cuenta regresiva de Calderón ya comenzó, y cuando salga de Los Pinos lo celebraremos con diciembre me gustó pa que te vayas
a toda voz.
Peña, por otra parte, convirtió su triunfo en una tontería pueril y demagógica que nadie le cree: Ganó México
. Esto no es cierto. Él y sus poderosos apoyos en medios y dinero aparentemente ganaron, pero si esto se confirma pierde el país, pues éste tendrá más de lo mismo con una diferencia: mayor autoritarismo que con los panistas. El régimen neoliberal y subordinado a Washington continuará y, como consecuencia, seguirán los privilegios, la corrupción, el empobrecimiento de la mayoría de la población, las desigualdades sociales y el desempleo, la violencia (de la que ya hizo gala Peña en Atenco) y la intolerancia demostrada con los jóvenes. El PRI es el PRI aunque se disfrace de renovado y rejuvenecido. Mucha gente cree que el mexiquense es muy joven y que esto es garantía de algo bueno para el país, pero se olvida que López Mateos y Echeverría fueron presidentes a los 48 años, tres años más que Peña, y que Calderón y Salinas eran incluso menores en el momento en que fueron impuestos para ocupar Los Pinos. Y así nos fue.
Estamos atentos a la revisión de la elección que ha sido demandada de acuerdo con la ley. En el momento de escribir estas líneas los resultados electorales no son definitivos. Los que ya felicitaron a Peña Nieto simplemente se adelantaron.