Opinión
Ver día anteriorMiércoles 4 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Atlacomulquización del poder como riesgo
E

l sueño de diversas generaciones de políticos mexiquenses se ha cumplido; un miembro de la familia y actor político oriundo de Atlacomulco conquista la Presidencia y consuma una obsesión: el regreso del PRI a Los Pinos. Después de la jornada electoral y la notable debacle del PAN, vivimos un momento de desorden porque un montón de referentes están cambiando; dichos cambios se confirmarán conforme los asiente el tiempo y los tribunales electorales dicten sentencias definitivas. Hay sentimientos de relativo caos, ya que más de 65 por ciento de la clase política en el país está mudando con la elección de 2012 que, como sabemos, no sólo fue presidencial, sino de manera simultánea en 15 entidades del país. De los resultados federales y generales del nuevo mapa político del país, los analistas fijan su mirada ahora en las realidades regionales cuyas dinámicas son tan diferentes como los resultados contradictorios y hasta de contrastes. Alternancia en Tabasco, Jalisco, Morelos y Chiapas, por ejemplo, y por otro lado, carro completo en el DF y el estado de México.

Sin embargo, el resultado de la jornada electoral del 1º de julio ha despertado temores y desasosiegos, pues se teme una eventual restauración y regresión política en México. Recordemos que la Restauración de mediados del siglo XIX fueron diferentes movimientos conservadores para reimplantar el viejo sistema de dinastías monárquicas en Europa, la nostalgia, pues, por el ancien régime como reacción al mundo tumultuoso que provocó la Revolución Francesa. Existen, en muchos, muchas alarmas por el peligro de una potencial regresión que destruya ciertos progresos en la vida democrática de la República. ¿Habrá un regreso al universo autoritario, corrupto y excluyente del viejo PRI? Los sesudos analistas como Jorge Castañeda refutan tal tesis, argumentando que el México contemporáneo ha cambiado de tal forma que sería muy difícil una notoria regresión; hay actualmente un mosaico de nuevas realidades de pesos y contrapesos que frenarían un amenazante retroceso; además, la actual composición plural del Poder Legislativo frenaría tal pretensión.

Los riesgos ahí están, no se pueden ocultar, como tampoco las tentaciones de actores cuyo ADN es profundamente antidemocrático y autoritario, pese a las leyes de los equilibrios democráticos que México ha transitado. Las posibilidades de regresión no son especulaciones ociosas. En muchas entidades de la República se ha venido operando, o en otros estados de plano jamás transitaron en busca de modelos más participativos y democráticos, como en el estado de México, donde el PRI ha gobernado de manera ininterrumpida durante ocho décadas. No son pocos los que temen que su regreso a Los Pinos se convierta en la restauración del autoritarismo y en el retorno del presidencialismo absolutista que prevaleció durante el siglo XX. Sin embargo, la experiencia política de Enrique Peña Nieto es un sistema de poder más cercano al viejo PRI que a los cambios democráticos que el país requiere. El motor del mundo político de Peña Nieto se basa en el sistema de lealtades. La política de la entidad se centraliza en Toluca, centro del gran poder mexiquense, alimentada por prácticas y principios que creíamos fosilizados. Hoy se están repitiendo en otros estados por otros gobernadores que también se hacen llamar nuevo PRI.

El sistema político mexiquense funciona a la perfección cuando convierte con prebendas a los ciudadanos en súbditos, sometiendo los medios de comunicación mediante gratificaciones abiertas o subterráneas. El sistema gira en torno a la distribución del enorme presupuesto y el gobernador se convierte en el eje de decisión final; de ahí emana su inmenso poder. Las estructuras de gobierno son maquinarias aceitadas y disciplinadas; una burocracia tipo bonapartista que somete a los demás órdenes de gobierno, principalmente el sistema legal, a los intereses del Ejecutivo, garantizando así impunidad a las prácticas de corrupción y coacción social.

El modelo mexiquense culmina con el dominio del órgano electoral como un territorio colonizado. En tiempos electorales el gobierno deja sus funciones de Estado para convertirse en la maquinaria electoral más experimentada del país. Ahí está el caso sonado del video que capta in fraganti al funcionario José Bernardo García Cisneros, ex director general y ex consejero electoral del IEEM y presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje del Valle de Toluca, también a Luis Enrique Martínez Ventura, presidente municipal de Valle de Chalco Solidaridad, orquestando apoyos sociales del gobierno a cambio de votos. ¿Y que pasó con ambos funcionarios? Fueron exonerados.

Las oposiciones tanto del PAN como del PRD son igualmente parte de dicho modelo. Han consentido y validado prácticas torcidas basadas en la simulación. Es común en los dichos de la entidad afirmar la cooptación de una oposición complaciente que hacia finales de los noventa tuvo la oportunidad desperdiciada de democratizar el estado de México. La compra y coacción de votos no se da solamente entre la población necesitada. Arturo Montiel montó una operación con casi toda una bancada panista durante su mandato como gobernador. Utilizó la teoría del caos, consumando la degradación del orden y el desorden como ente organizador.

Peña requiere reinventarse. Su experiencia política, en especial como gobernante, ha ido a contramano de los titubeantes y jaloneados avances democráticos del país. No basta la alternancia en la alternancia en el poder, sino la alternancia con alternativas; ése es el gran reto. Si bien México no es Atlacomulco, el inexistente llamado grupo Atlacomulco ha guardado una memoria de poder ininterrumpido, goza de extraordinaria experiencia política, incalculable capacidad financiera y está pletórico de leyendas negras; ahora acaricia la culminación de uno de los más grandes sueños: alcanzar la silla presidencial.