n los 20 años que tengo vinculado a la producción histórica, primero como estudiante y luego como profesor, nunca había visto a los historiadores académicos actuar como comunidad frente a los desafíos de la vida pública. No es que mis maestros no se involucraran a escala individual con los grandes problemas nacionales o con los relativos a la educación superior y la investigación científica –y también en eso fueron mi ejemplo Alfredo López Austin, Álvaro Matute, Arnaldo Córdova, Carlos Martínez Assad, Javier Garciediego, Josefina MacGregor, Renato González Mello, Víctor Orozco y tantos otros–, pero sí extrañábamos la ausencia de una comunidad de discusión más allá de lo historiográfico, más allá de nuestras instituciones.
Por ello, no puedo menos que saludar con enorme alegría dos fenómenos simultáneos: las discusiones que en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dieron por resultado el documento La historia que necesitamos para el país que queremos
y, por otro lado, la instauración del seminario Ética para historiadores (o México falsificado), en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
El primer documento fue resultado de varias sesiones de discusión en las que alumnos y profesores debatimos la situación actual de la ciencia –o arte, no discutamos– histórica, y de los aspectos de ella en que nos parece que el Estado debe tomar parte: a) la redefinición y custodia del patrimonio histórico, arqueológico, artístico y cultural, tangible e intangible, lo que entre otras cosas implica descalificar la noción de elitista de cultura
para entenderla como creación colectiva en permanente construcción; b) la construcción de una cultura cívica que evoque procesos y momentos relacionados con los valores de un estado liberal, democrático, laico, incluyente y tolerante, y que busque preservar su propia existencia, la integridad de su territorio, su soberanía y su organización como un estado de derecho
; c) el replanteamiento de la enseñanza de la historia en los niveles básico y medio, para hacerla el fundamento de una ciudadanía comprometida, autónoma, crítica y plural que se precisa para la construcción de un futuro más justo e igualitario
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La reflexión sobre estos problemas se convierte en un llamado a la acción: a mediano plazo, las decenas de historiadores que redactaron el documento y los centenares que lo firmaron (entre los que se cuentan algunos de los de mayor prestigio y reconocimiento público), llamamos a votar por Andrés Manuel López Obrador en esta coyuntura electoral, como lo hicimos público en conferencia de prensa el jueves 7 de junio. A mediano plazo –y mucho más allá de la coyuntura electoral, con ánimo plural e incluyente–, convocamos a la constitución de un Observatorio Ciudadano de la Historia, el 16 de agosto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, para dar seguimiento crítico a los temas atrás señalados y a los que se vayan presentando. El documento completo puede consultarse en politicahistoriografica
Por los mismos días en que empezaba a reunirse ese grupo en la UNAM, en Tlalpan nació, como ya dije, el seminario Ética para historiadores. En efecto, desde antes de que empezara a publicar esta serie de artículos, algunos colegas y amigos reunidos en torno a la parrilla de mi casa habíamos venido comentando sobre la necesidad de poner un hasta aquí a los falsificadores, plagiarios y vividores de la historia que en estas páginas he tratado de desenmascarar. Este grupo empezará a presentar públicamente los resultados de sus discusiones en los foros de La Jornada/Casa Lamm, un lunes al mes, lo que se inició el 11 de junio con la mesa redonda Historia, ¿para qué?, donde recordamos el sentido social, formativo y creador del conocimiento histórico.
Confío en que estas acciones lleven a un creciente número de historiadores a la reflexión sobre el significado social de nuestro trabajo, así como a cerrar el camino a quienes han venido vaciando de contenido y significado nuestra historia. ¡Saludamos al Observatorio Ciudadano de la Historia y al seminario Ética para historiadores, esperando que sean una campanada para enfrentar la crisis en que está sumida la ciencia histórica!