omo si fuera poco que se pague con nuestros impuestos el alquiler del Teatro Helénico a un instituto tan deleznable como lo es el que lleva el mismo nombre, ahora Televisa se apodera de este espacio que en teoría rige el CNCA. Y esto no sería tan grave si fuera con gracia y pundonor, pero lo que hicieron con la obra de Arthur Miller el cómico Jorge Ortiz de Pinedo y su hijo Pedro, traductor y adaptador de la misma, violenta todas las premisas de lo que entendemos por un buen teatro. Ignoro si la talentosa Lorena Maza, ahora al frente de este centro cultural seguirá por esta línea de mal teatro comercial, pero esperemos que pronto no sea así. Tampoco entiendo la insistencia en adaptar a un clásico contemporáneo como es Miller y no dejar que el público lo conozca tal y como es, aunque algunos detalles como es el de los hijos de Eddie y Beatrice, mencionados con alguna frecuencia pero nunca vistos en escena –se supone que están con la abuela– pueden ser suprimidos, y aun extremando, que el lenguaje del narrador Alfieri pierda los tonos poético del principio y el final. Pero lo que no es admisible es que se cambie el desenlace y con él se trastoque la personalidad del protagonista.
Contra mi costumbre de no escribir acerca de los desenlaces de las obras para no matar el interés del posible espectador, creo que está justificado hacerlo con el de Panorama desde el puente dado que es un drama conocido que incluso se puede bajar por Internet (yo me atengo a mi vieja edición bonaerense de Jacobo Muchnik) y a lo mejor hay quien lo recuerde de la escenificación de Seki Sano en 1958. Eddie no se suicida como pretenden adaptador y director, sino que Marco lo mata en la pelea cuerpo a cuerpo que sostienen, forcejeando le dobla la mano y le hunde el cuchillo que el primero saca de su bolsillo. La importancia de esto reside en que Eddie no siente culpa por lo que ha hecho, antes bien, reta al otro a disculparse porque lo señala como el delator que sí es y nunca se suicidaría. Personaje más complicado de lo que aparenta y no sólo por su amor obsesivo por Catherine, a más de 50 años de distancia puede verse como el producto de la sociedad patriarcal –con su homofobia y su idea de los roles de género– en la que nació, pero también como un hombre de poca consistencia moral que se refugia en subterfugios, como el de no sentirse bien, para no cumplir con su deber marital antes que enfrentar la realidad de lo que le ocurre. Subterfugios que se convertirán en mentiras abiertas que lo incapacitan para mostrar culpa por lo que hizo, aunque sí tenga cierta preocupación por los migrantes recién recibidos que sufren también las consecuencias de su delación. El cambio de desenlace tuerce la lectura que se pueda dar a las acciones del protagonista.
David Antón diseñó la escenografía en que se puede observar la salita y comedor del departamento de la familia Carleone que, sin techo, deja ver el puente de Brooklyn, sitio emblemático para los emigrados de una Italia de postguerra, empobrecida y carente de oportunidades de trabajo. Dos feos módulos movidos por tramoyas, el del despacho de Alfieri (Patricio Castillo) y el de la prisión combinan poco con este diseño. José Solé dirige con el buen trazo que acostumbra, pero con inconsistencias como es que los hombres –las mujeres no y tampoco Castillo, que tiene su propio acento– hablen español con acento supuestamente italiano y gesticulen desorbitadamente en lo que parecería una parodia de ítalos imaginados por un cómico televisivo. Eddie (Mauricio Islas) se sienta a la mesa familiar en camiseta, lo que contradice algún parlamento en que Beatrice (Lumi Cavazos) se dirige a Ca-therine (Sara Maldonado), lo que es pecado menor ante el tono impreso a su montaje y las fallas actorales de un elenco poco experimentado en teatro –a excepción de Lumi Cavazos y Patricio Castillo– con trayectoria mayor o menor en series televisivas: Mauricio Martínez como Marco, Fabián Robles como Rodolfo, además de los ya mencionados, por no hablar de los que incorporan papeles menores. En lo personal, me apena lo que ocurre con Solé, Premio Nacional de Ciencias y Artes y del que se conocen excelentes montajes, que no sostenga un nivel que lo ha acreditado –por supuesto que con altas y bajas lamentables– como uno de nuestros importantes directores.