i algo nos ha probado la experiencia de las últimas semanas es la imprevisibilidad de los cambios en la arena política. ¿Quién iba a imaginar que el apacible curso electoral se vería afectado por una sublevación juvenil iniciada en la Ibero? Cuando ya todo parecía atado, y bien atado, para el candidato del PRI, aparece un grupo de jóvenes que no aceptan al futuro vencedor fabricado por Televisa y exigen la democratización de los medios
, frase que no obstante ser cuestionada por los expertos
es un mensaje claro que la mayoría entiende. En última instancia, la reacción estudiantil es una expresión del más puro democratismo: para elegir en conciencia requerimos estar informados, y hoy no lo estamos. Esa es la condición para que el ejercicio del voto no sea un ritual vacío sino un acto de libertad. La oportunidad del reclamo universitario fue tal que en unos días las televisoras cambiaron la actitud displicente que tenían ante el debate presidencial y adoptaron medidas para satisfacer las más inmediatas exigencias de los jóvenes, aunque el Estado –a través del IFE y la Secretaría de Gobernación– quedara como un testigo subordinado del poder legal de las empresas.
Nacido en el contexto electoral, #YoSoy132 tiene razones que van más allá del primero de julio, en la línea de la protesta de los indignados que exigen devolverle a la sociedad, al 99 por ciento, el control de sus vidas, la desmercantilización que rige a la sociedad global. El movimiento recién surgido está atado en su origen a un acto de rechazo a Peña Nieto, pero ha insistido en su naturaleza apartidista
, que ellos, acertadamente, no confunden con el apoliticismo que tanto se ha predicado como si fuera una virtud ciudadana. Apartidismo significa autonomía, capacidad para tomar decisiones sin intervenciones ajenas, igual que en el 68, donde las asambleas soberanas decidían la postura a seguir en el Consejo Nacional de Huelga y éste sólo aceptaba en su seno a representantes elegidos por cada escuela. Y al mismo tiempo se trata, sí, de un movimiento político. De hecho, sin el componente político tal vez no estaríamos hablando ahora de un movimiento autónomo, diverso, plural y potencialmente capaz de hacer aportaciones significativas a la dudosa calidad de nuestra democracia. Dada la coyuntura en la que aparece, el #YoSoy132 no se hubiera desplegado sin fortalecer objetivamente a uno de los candidatos, y éste, por razones obvias, tenía que ser López Obrador. Si la primera reacción contra Peña resulta de la manipulación informativa de lo ocurrido en la Ibero, no es ilógico que los primeros beneficios políticos los recibiera quien había denunciado hasta la fatiga la conexión entre Peña Nieto y sus poderosos patrocinadores de la tv. Fue López Obrador y ningún otro quien planteó la asociación entre el PRI y las empresas mediáticas como la palanca para construir, a través de los años, al candidato vencedor, en un juego desigual que contraviene a la democracia pero nadie osa frenar. No llegó López Obrador a sumarse a los jóvenes con ánimo oportunista, pues más bien ellos se hicieron eco de las ideas que el candidato de las izquierdas expuso en el primer debate y antes en los encuentros en las universidades. En ese contexto es que la democratización
de los medios adquiere un sentido político fundamental que debe expresarse en las urnas. Con la expansión de los participantes es probable que muchos no simpaticen con López Obrador, lo cual es natural en una movilización tan heterogénea. Pero muchos si lo harán.
Al romper con la inercia de que ya había un seguro e inalcanzable ganador, las cosas cambiaron. Algo muy fuerte comenzó a moverse, trastocando el cuadro idílico que se había dibujado para el retorno del PRI. Y volvieron las campañas sucias, los chantajes en nombre de la legalidad y las instituciones, en fin, regresó el discurso del miedo que en último extremo explica el pasmo de la ciudadanía en las encuestas. La TV se llenó de espots calumniosos y denigrantes, sin que hubiera mecanismos para frenarlos a tiempo. Las instituciones una vez más fueron superadas por la velocidad de la confrontación que ha entrado en terrenos peligrosos. El descenso en las encuestas de Peña y la caída de Josefina, la candidata del gobierno, fue la señal para revivir el espíritu del 2006, alentando la idea de que los adversarios del lopezobradorismo harán todo cuanto esté a su alcance para impedir la llegada a la Presidencia de su candidato. López Obrador puso en tensión las cuerdas para hacer notoria la fragilidad de la situación y rompió muchos cristales, pero de inmediato volvió al discurso que le ha permitido subir en las encuestas, a sabiendas de que la gran diferencia no reside en la retórica sino en el hecho político y moral, me atrevo a decir, de que él es el único que propone la transformación verdadera
del país, sustentada en una gran coalición de fuerzas populares que no quieren repetir las experiencias negativas de las últimas décadas. Como en toda coalición, habrá debate en torno a si el proyecto ofrecido es o no viable sin otras reformas sustantivas, por ejemplo en lo fiscal, pero el énfasis en la austeridad y el combate a la corrupción, la perspectiva de privilegiar el empleo a los jóvenes y la atención a los más pobres, sin sesgos clasistas ni prejuicios, augura un México más respirable que el actual.
Ahora, López Obrador está en posibilidad de vencer a Peña Nieto, si consigue atraer a una parte significativa del voto útil
panista y ganar a los indecisos. Por eso, son de esperarse reacciones no muy apacibles de sus enemigos. Por lo pronto, se ha desatado una oleada desinformativa para reditar la visión del candidato de las izquierdas como un político intolerante y poco digno de confianza. Es lo de siempre, tirar la piedra y esconder la mano. Pero algunas interrogantes están en el aire: ¿alguien controlará a los gobernadores priístas si las cifras confirmaran la ventaja de López Obrador? ¿Aceptarán la derrota? ¿Alguien impedirá el apoyo blanquiazul al puntero
a cambio de favores futuros? ¿Se mantendrán ecuánimes las grandes corporaciones que al final son el soporte de Peña Nieto, comenzando por la que a su antojo maneja la maestra Gordillo, reina de la política negocio? ¿Cómo jugarán los poderes fácticos ilegales, y a favor de quién? Y Calderón, ¿cuál es su carta secreta más allá de la impaciencia tuitera? Por lo menos, Fox ya dijo que haría hasta lo imposible para que no gane López Obrador. Como en 2006. ¿Y tú?