son iguales, pero uno es fascista
l doctor Perogrullo nos enseña que todos pertenecemos a la especie humana. Pero ésta reúne tanto a Gengis Khan como a Francisco de Asís, a Torquemada y a Rousseau, a Hitler y a Marx. En una palabra, somos todos iguales en la pertenencia a la especie, pero hay algunos iguales
bastante diferentes. Esto vale para las candidaturas presidenciales: no es lo mismo quien pertenece a un grupo que robó, torturó, masacró y violó estando en el gobierno, y que tiene lazos estrechos con el narcotráfico y la trata de blancas, que aquel que es un honesto reformista del sistema y a quien, cuando mucho, se le puede criticar por sus carencias políticas. Un candidato a émulo de Díaz Ordaz no es igual que un seguidor desleído de Lázaro Cárdenas (todos ellos, por supuesto, iguales
en lo que respecta a la defensa del capitalismo mexicano). Existe una diferencia cualitativa que sólo un irresponsable puede despreciar entre una legalidad retaceada y una dictadura civil-militar abierta.
Ahora bien, si AMLO no ganase, México se dirigiría velozmente a ese régimen dictatorial, ya que los sectores gobernantes y sus mandantes estadunidenses no tienen el consenso necesario para gobernar con una fachada democrática ni un aparato estatal controlable, pues el mexicano es un semi Estado en descomposición acelerada. Por eso las bandas del narcotráfico, los gobernadores convertidos en señores locales y el entrelazamiento de las cúpulas de las fuerzas armadas por los delincuentes y el imperialismo, añadirían su lucha sangrienta a la necesidad de la oligarquía de ejercer una brutal violencia contra toda movilización reivindicativa o democrática. Un fascista en Los Pinos daría el tiro de gracia al sistema nacido con la Revolución mexicana, que se basó en un pacto tácito con obreros y campesinos a cambio de la pasividad política de ambos, y la independencia misma del país estaría en peligro.
Eso, y no otra cosa, es lo que México se juega en estas elecciones. Por supuesto, en las urnas no caben el dolor, las esperanzas ni los esfuerzos por un cambio social. Los papeles que hay que esperar las llenen sólo garantizan la legalidad y legitimidad de un candidato, lo cual no es poco, aunque sólo es el comienzo del comienzo, ya que la verdadera lucha empieza el 2 de julio. En efecto, si no hay organización y voluntad decidida de los trabajadores y oprimidos para imponer una nueva relación de fuerzas en el país, ni siquiera está asegurado que el aparato estatal reconozca el contenido de las urnas. Las elecciones sólo miden la temperatura política del país; es la sociedad organizada y en lucha la que debe convertir los papelitos impresos en fuerzas reales para que se empiece a imponer un cambio social.
Queda un mes para convencer a los protagonistas de ese cambio. Las encuestas amañadas no consideran a quienes no responden para no decir qué piensan hacer, ni a los que mienten para no facilitar la posible represión, ni a quienes no tienen teléfono pero sí comprensión y decisión. Los medios de desinformación son medios de propaganda de la derecha. La batalla por las mentes entra ahora en la fase al rojo vivo. Por eso hay que oponer a los intoxicadores profesionales el teléfono popular
de boca a oreja, la encuesta en la colonia o la comunidad, en el mercado, en el transporte público, la lucha por cada cabeza pensante.
La propaganda en favor del candidato de Morena deberá ser el subproducto, la consecuencia lógica de un esfuerzo colectivo por discutir y proponer soluciones antioligárquicas y anticapitalistas. Es indispensable una tarea de autorganización, porque sin ésta no se podrán controlar los resultados en las mesas ni se podrá asegurar un eventual triunfo electoral y, sobre todo, tampoco será posible imponer posteriormente un cambio real cuando, si gana AMLO, comiencen a presionarlo desde la embajada gringa hasta los corruptos elegidos por sus partidos aliados al Congreso y muchos de los que se prendieron de su carro para llegar al gobierno y después dirigirlo hacia la derecha.
Peña Nieto no puede dar ninguna respuesta a quienes denuncian las matanzas de sus familiares, porque él, sus iguales y su partido están del lado de quienes cometen esos crímenes. La candidata del gobierno de la derecha –que puso a agentes de los narcos en la lucha contra las drogas, militarizó el país y carga con la responsabilidad de decenas de miles de asesinados– nada puede decir contra esos delitos aberrantes cuando sólo propone la continuidad. El silencio de AMLO al respecto, en cambio, no es un silencio cómplice ni una expresión de impotencia política e intelectual. Ha criticado la represión en Atenco y los asesinatos masivos, que no desconoce, pero su política está dirigida hacia la victoria electoral (que, por supuesto, es imprescindible) y no hacia la movilización popular, y teme perder votos moderados si presenta propuestas de lucha. Ese cálculo, nos hemos cansado de decirlo, es erróneo y podría llevarlo a perder votos de los indecisos, que piden soluciones, no campañas. Pero los militantes de Morena no tienen por qué ser tan tímidos y cautos. Lo esencial ahora es demostrar a todos que quien se abstiene o vota en blanco abre el camino a los aparatos de Carlos Salinas y de Salinas Pliego, de Televisa y del PRI, de la banca y del imperialismo.
Quienes se abstuvieron en 2006 saben que votaron por Calderón y tuvieron como resultado decenas de miles de muertos. Quienes se abstengan en julio, votarán por el represor de Atenco, por el candidato a repetir el papel de Díaz Ordaz. Así de simple. Hay, por supuesto, almas puras que susurran: ¿cómo votar por un candidato burgués?
Pero si no lo hacen corren el riesgo de contarse entre las primeras víctimas de una dictadura. Esperemos que despierten a tiempo.