Tabú
unque en ningún momento Tabú, la cinta más reciente del portugués Miguel Gomes, vincule su trama de manera explícita con la del clásico homónimo de F.W. Murnau y Robert Flaherty, filmado en 1931, es inevitable detectar más de una semejanza. La evocación lírica de una pasión amorosa ilícita encaminada a la fatalidad, por ejemplo, y la elección de un lugar exótico donde la naturaleza es fondo escénico cargado de melancolía o violencia.
Lo primero que sorprende en la película de Gomes es su impecable construcción dramática. Un prólogo alegórico narra brevemente la historia de un hombre taciturno que se refugia en una antigua colonia lusitana del continente africano para huir del doloroso recuerdo de su esposa recién fallecida. Asediado por la imagen de su mujer y presa de alucinaciones, el hombre se precipita en un lago infestado de cocodrilos y renace como uno de ellos, ya para siempre quieto, triste y melancólico.
Luego de este prólogo, Tabú divide su narración en dos partes: una contemporánea, llamada Paraíso perdido, donde Aurora, una anciana devorada por los recuerdos, pasa sus últimos días en Lisboa atosigando con sus lamentos y reclamos a Santa, su criada africana, y a Pilar, una vecina altruista y católica, a quien solicita como última voluntad ubicar el paradero de un hombre misterioso, el italiano Lucca Ventura. La segunda parte, más rica y extensa, llamada Paraíso, remonta al espectador a los años 60 y nuevamente al territorio africano, para narrar la historia de Aurora joven, hija de un industrial exitoso arruinado por la pasión del juego, quien contrae nupcias con un atractivo terrateniente, pero cuyo delirio fatal será precisamente aquel hombre aventurero de nombre Ventura, integrante de una banda de música pop.
Hay en la cinta de Gomes la recurrencia a una suerte de realismo mágico poblado de brujos y curanderos que lanzan predicciones ominosas y la imagen del matrimonio y la fertilidad como falsas conquistas de plenitud continuamente amenazadas por el tabú del adulterio, pero hay sobre todo el goce prohibido de los amantes y sus clandestinas incursiones en la naturaleza para huir y refugiarse de las convenciones sociales.
El cineasta decide narrar esta historia por medio de la voz en off del propio Ventura anciano confiando su secreto a Pilar, mientras en la pantalla los sucesos se suceden prácticamente sin diálogos, capturados en una estupenda fotografía en blanco y negro, como si se tratara de una película silente. De modo paradójico y enigmático, este silencio lo interrumpe la música moderna, en particular la balada pop Tú serás mi baby, interpretada por el grupo sesentero de Los Surfs, como para dar continuidad a ese gusto por combinar música y drama presente ya en la cinta anterior de Gomes, Aquel querido mes de agosto, y que combinado aquí con una evocación histórica y la romántica crónica de un adulterio remite también a La carta, de su maestro compatriota Manoel de Oliveira. Tabú, relato cautivador, es uno de los mejores momentos de este Foro.
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