n esta propuesta del Círculo Teatral de la tragedia shakespereana, todo aparece estilizado en concordancia con la adaptación de Fernando Castaños que reduce la inmensa cantidad de personajes a sólo cuatro: el propio Macbeth, su consorte lady Macbeth, Macduff y una única bruja de las concebidas en el original. Si mi precaria memoria no me engaña, ya hace tiempo Marta Luna había dirigido esta versión –u otra muy semejante– con dos actores y dos actrices vestidos con mallas negras y cuyo nombre no recuerdo, en lo que a mi parecer fue un buen ejercicio. Ahora, la directora escénica encuentra en la producción de Alberto Estrella (con el apoyo de Liverpool SA de CV según la ley 226 Bis que está resultando muy benéfica para los teatristas) las posibilidades de reponer su montaje con profesionales en cada una de las ramas de la escenificación. Cumplidas ya las cien representaciones, por circunstancias que no vienen al caso no la pude ver antes, pero me parece importante escribir acerca de esta escenificación.
La adaptación de Fernando Castaños es muy ingeniosa al usar varios de los monólogos, sobre todo de la sanguinaria pareja, alternados con diálogos entre los personajes, para dar cuenta de la historia, sin salvar parlamentos que ya son citas reconocibles y escenas que están en el imaginario de quienes las conocen por haber presenciado alguna de tantas escenificaciones de la obra o por lectura de la misma. Quizás un acento mayor en la figura de Bancuo y la predicción que las brujas le hicieran a este personaje explicaría mejor su asesinato y la aparición de su fantasma en el banquete, pero con esta salvedad de todas maneras la versión resulta eficaz tal como se presenta, sobre todo por la escenificación que logra dar lo esencial de la obra. El esqueleto, pero arropado por el desempeño de todos los participantes.
La escenografía de Arturo Nava –y su excelente iluminación– es la posible abstracción del castillo escocés, formada por triángulos muy a tono con la dirección escénica, como fondo para la acción, con esas sillas-trono estilizadas y de respaldos triangulares que se usan mediada la obra y con un corredor a lo alto en donde aparece la bruja. A los lados del escenario y también en lo alto, se ubican los músicos (viola Alexander Buck y percusión Óscar Sánchez) que ejecutan la música de Alejandro Castaño que envolverá casi toda la escenificación con subrayados a cada momento, cosa que se ve poco en nuestro teatro. El vestuario de Cristina Sauza es también abstracto y muy estilizado, con aire militar para los varones, pleno de sensualidad en lady Macbeth y extraño, con esas series de tetas en pecho y espalda, para la bruja. Con estos elementos, sugeridos o no por la directora, ésta regresa a sus orígenes estilísticos según sus propuestas geométricas, pero ahora decantados por la madurez.
La escena del banquete con los anfitriones dirigiéndose a los espectadores como si fueran sus invitados, o el duelo final entre Macbeth y Macduff –en coreografía de combate de Mikaela Lobos y Rodney Steve– son las únicas escenas de corte más o menos realista junto con las del caminar sonámbulo de lady Macbeth en contraste con su muerte sugerida por esa cinta roja que la bruja le envía desde lo alto. Amplios desplazamientos y ademanes estilizados y poco reales serán la tónica del montaje, según el estilo que la directora recupera pero que resulta especialmente difícil para que los actores y las actrices proyecten sus emociones, aunque lo logran sobre todo Víctor Carpinteiro como el protagonista. Su Macbeth logra equilibrar movimientos casi dancísticos, casi rituales con voz y expresión facial de gran intensidad emotiva. Ángeles Marín es una lady Macbeth voluptuosa y malvada, tal como la tradición requiere. Rafael Cortés, como Macduff, se muestra un poco envarado con los movimientos estilizados, pero su gesto da cuenta de la hombría de bien de su personaje. La excelente bruja de Claudia Frías es grotesca en su maldad, solazándose en burlar con sus profecías.
Nota: Lo mismo que es ésta una muy buena adaptación, la que hizo Fernando Bonilla de la obra del español David Sola Siglo XX que estás en los cielos, recientemente escenificado en teatros institucionales, resulta lamentable por su tonta y desvirtuada interpretación de lo que fue el Movimiento estudiantil de 1968. Hay mucha información pero ni el adaptador ni quien la haya programado quisieron acercarse a ella.