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Grecia: por encima de sus posibilidades, por debajo de la dignidad
E

ra el primer miércoles de abril en Atenas, un día nublado que se convirtió en dramático para parte de la sociedad griega. Dimitris Xristulas, jubilado farmacéutico muy activo políticamente, llegó hasta la plaza Syntagma, en Atenas. Era el mismo lugar al que acudió con asiduidad durante el año pasado para participar en asambleas y concentraciones de lo que se comenzaría a conocer como el movimiento de los indignados.

Pero en esta ocasión no protestaría delante del Parlamento heleno por una nueva subida de los impuestos. Dimitris se acercó hasta un árbol, confirmó que la nota que había escrito minutos antes continuaba en su bolsillo y se pegó un tiro en la cabeza; su muerte fue inmediata. 

El mensaje escrito en el papel no podía ser más claro: la posibilidad de sobrevivir que tenía se basaba en la pensión que pagué yo solo, trabajando 35 años de mi vida. Pero ya no me queda más que un fin digno, antes de empezar a buscar comida en la basura.

Dimitris fue uno de los más de un millón 500 mil jubilados en Grecia que vieron sus ingresos afectados por las medidas de austeridad que se impusieron en el país durante los últimos dos años por la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. 

Unos recortes que se aprecian en las calles de la capital helena. Un número cada día mayor de gente queda sin trabajo, sin casa, sin ingresos para sobrevivir. El Centro de Solidaridad del municipio de Atenas da comida a más de mil 200 personas diariamente. En los comedores de la Iglesia en Grecia reciben alimentos más de 10 mil, algo inaudito para un país de la zona euro.

Según el presidente del centro, Giorgos Apostolopoulos, el número de usuarios ha aumentado 10 por ciento los últimos meses y no pueden satisfacer sus necesidades. Los jubilados fueron las primeras víctimas de las medidas de austeridad; es imposible cubrir las necesidades básicas con su pensión y vienen aquí por un platito de comida. 

La mayor parte de los centros sociales en el continente se volcaron en los últimos años en intentar ayudar a los migrantes, principalmente irregulares, que llegaban en busca del sueño europeo. Pero ahora deben atender a una importante cantidad de griegos que no sólo han perdido su trabajo.

No soy mendigo, me quedé sin casa, dice Fotis. Después de una vida trabajando de albañil se lamenta de no ser capaz de conseguir trabajo; nunca tuve lujos, pero siempre viví con dignidad. Según el Instituto Nacional de Estadística, en febrero pasado el desempleo en el país llegaba a 21.3 por ciento, un millón de desocupados. La situación se vuelve crítica al hablar de los jóvenes: más de la mitad no consigue un oficio remunerado.

Pero la inseguridad laboral se ha convertido en uno más de los problemas que afectan a una sociedad helena que ha visto cómo las promesas de progreso y cambios que provenían de sus políticos desde la entrada en la Unión Europea se han convertido en amenazas y justificaciones.

Los griegos han oído cómo analistas y periodistas internacionales explicaban la crisis del país, afirmando que habían vivido por encima de sus posibilidades. Pero, con un sistema sanitario deficiente, escuelas sin libros de texto y un aumento constante de precios, muchos se preguntan si las inversiones y beneficios provenientes de Europa justifican la situación en la que se encuentran.

Los trabajadores vieron los convenios colectivos de trabajo desmantelarse de un día para otro. Según el Instituto de Inspección Laboral, más de 40 por ciento de quienes tenían trabajo de tiempo completo se han cambiado a jornadas reducidas.

La gigantesca deuda helena poco tiene que ver con los trabajadores que ahora se ven sometidos a las medidas de austeridad, dice el economista Costas Lapavistas. Nuevos impuestos, despidos generalizados de funcionarios, reducción de presupuestos en educación y sanidad, recorte de salarios… La lista de exigencias es casi interminable, mientras las empresas del país no dejan de cerrar.

Con este panorama, los 10 millones de habitantes del país se dispusieron a votar el pasado 6 de mayo. El resultado de los comicios fue un durísimo golpe a los dos grandes partidos del país, el Pasok (socialista) y Nueva Democracia (derecha) que gobernaron el país sucesivamente durante los últimos 30 años. Apenas recibieron 13.8 por ciento y 18.85 por ciento de los votos, lo que según el periodista Aris Xatzistefanou muestra la indignación tanto de los votantes como del movimiento de la plaza en contra de la política del memorando.

La gran vencedora de los comicios fue la Coalición de Izquierdas (Syriza), que con 16.78 por ciento se convirtió en el segundo partido más votado, haciendo inviable siquiera un pacto entre los dos partidos tradicionales para conseguir una mayoría. Su programa, al igual que el de diversas fuerzas con representación parlamentaria, se basaba en continuar en la zona euro, pero rechazando frontalmente los recortes promovidos desde el FMI y el Banco Central Europeo.

Resultaba sencillo apreciar la satisfacción de la mayor parte de los griegos ante el varapalo propinado a la canciller alemana Angela Merkel y el resto de políticos europeos. Para algunos, como Zafeiris Epameinondas, Grecia es un país en bancarrota y esa realidad no permite tener ninguna esperanza. Y sin esperanza la sociedad no puede soñar, no puede vivir, es una sociedad muerta. Y aunque estas elecciones no pueden cambiar nada, tenemos que castigar a los gobernantes que destruyeron nuestras vidas.

Ante la imposibilidad de formar un gobierno soberano se deberá realizar una segunda ronda electoral el próximo 17 de junio. Hay muchos griegos que admiten que no esperan nada radical de estas elecciones. Pero, según comentan ciudadanos como Xatzistefanou, aunque parecía que la rabia de la gente hubiera bajado en las calles, se expresó en estas elecciones. La gente destruyó el sistema que apoyaba las medidas de austeridad y ponía como prioridad los bancos en lugar de los ciudadanos. Se destruyó lo viejo y aunque no ha nacido todavía lo nuevo, esto ya es un paso muy grande.

* Periodista griega