annes 19 de mayo. Hasta ahora la película en competencia que quizá ha polarizado más la opinión de la crítica –aún más que Paradies: Liebe– ha sido la rumana Dupa dealuri (Más allá de las colinas), tercer largometraje de Cristian Mungiu, quien con el segundo, 4 meses, 3 semanas y 2 días obtuvo la Palma de Oro en 2007. Como en ésta, el realizador examina la amistad entre dos jóvenes mujeres, pero en un contexto totalmente diferente: Alina (Cristina Flutur) visita a su mejor amiga y compañera de orfanato Voichita (Cosmina Stratan), con la intención de sacarla del estricto monasterio ortodoxo en el que vive. Sin embargo, es Alina quien resulta secuestrada por el grupo religioso, con consecuencias trágicas.
Para esa historia, Mungiu se basó levemente en hechos reales, según fueron documentados en dos libros de la periodista Tatiana Niculescu Bran. Al realizador no le interesó recrear un episodio que conmovió a Rumania, sino derivar de él una descripción de lo que sucede cuando el fanatismo ideológico opera bajo lo que supone son buenas intenciones.
Estéticamente, Mungiu establece una rigurosa estrategia según la cual los interiores son fotografiados con un emplazamiento casi siempre fijo de la cámara y una iluminación oscura. En cambio, los exteriores son filmados con mucho movimiento de cámara en mano y una luminosidad natural. De esa forma, contrasta un ambiente que podría ser medieval –en el monasterio no hay luz eléctrica, ni agua corriente– con un mundo civilizado que apenas se insinúa. Por eso mismo la pista sonora está llena de implicaciones. Dentro de ese ambiente severo nunca se escucha una nota musical, sólo el sonido de la lluvia, de tormentas, de ladridos de perro o cantos de aves, que nunca vemos. Afuera, se percibe el paso de aviones, de autos, de esa modernidad prohibida por un código, el de la iglesia ortodoxa, que enumera 464 pecados posibles.
Sin duda, Dupa dealuri no es una película apta para los felices consumidores de Los vengadores 3D. Es el tipo de expresiones de cine de autor cuya difusión depende de festivales como el de Cannes.
Sin embargo, el propio festival debe hacer concesiones a la gran industria, lo que explica la proyección de ayer de Madagascar 3. O la inclusión en la competencia de Lawless (Sin ley), una convencional cinta hollywoodense de gánsteres rurales, debida a John Hillcoat (autor de ese brutal western australiano titulado The proposition, de 2005).
También basada en una historia real, la de los tres hermanos Bondurant que, en la Virginia de los años 30, tenían fama de indestructibles al dedicarse a la fabricación y venta de alcohol ilegal. El éxito de su empresa atrae la codicia de gánsteres de Chicago, con lo cual se inicia una violenta guerra por apropiarse del negocio. Con un guión del cantautor Nick Cave, Hillcoat repasa las convenciones del género sin mucho estilo y sin acercarse siquiera a una dimensión épica. Los responsables deberían darse una vuelta hoy a la sección Cannes Classics para darse un quemón con la segunda exhibición de la versión completa y restaurada de Érase una vez en América, la última obra maestra de Sergio Leone.
La personal afición del delegado general Thierry Frémaux por el cine de géneros también sale a relucir ante casos como Lawless. Pero no justifica la proyección especial a medianoche de Drácula 3D, nueva y totalmente resistible acometida de Dario Argento a la novela de Bram Stoker. El septuagenario cineasta italiano es capaz de cualquier cosa, hasta de darle el papel de Lucy a su hija Asia, o poner a un Rutger Hauer de capa caída como el profesor Van Helsing. No son horas de exponer al respetable no a un ataque de vampiros, sino a un producto que hiede a churro.
Esta noche muchos serán los asistentes a Cannes que sentirán la necesidad de dejar a un lado sus actividades cinematográficas, pues se impone el juego de la Champions League. Ya se sabe. El futbol no sólo le resta espectadores a los debates políticos.
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