La mujer del puente
a cocina del restaurante carece de ventanas. Las paredes recubiertas con pintura de aceite tienen cuarteaduras en donde anidan los insectos. Encima del trastero cuelga la imagen de la Virgen de Guadalupe y, a su lado, un San Pascual Bailón. Entre los dos cuadros se ven una ristra de ajos, una herradura enmohecida y dos maracas con la fecha de un aniversario.
Frente a la estufa y el refrigerador que carraspea en todo momento hay una mesa sobre la que dos mujeres parten y seleccionan ingredientes. Ambas llevan mandiles dudosamente blancos y el cabello sometido por una red. Hortensia, la más alta y menos joven, suspira mientras rebana un poro. Milena, bajita y colorada, selecciona unas papas. Cuando levanta la cabeza nota que su compañera se limpia los ojos con el dorso de la mano.
Milena: ¿Estás llorando?
Hortensia: No: sudo por el calor. (Su voz tiembla.) Esta cocina es un infierno, pero ¡ni modo! (Vuelve a enjugarse la cara.)
Milena: Para qué disimulas conmigo, estás llorando.
Hortensia (suspende su trabajo): Es que no puedo olvidarme de esa mujer. Anoche no dormí pensando en ella. Todo el tiempo me pareció verla recargada en el pretil del puente, con una bolsa roja colgándole del brazo y mirando a todas partes como quien espera a alguien.
Milena: ¿Alcanzaste a verle la cara?
Hortensia: No, ni siquiera cuando pasé junto a ella, me dijo algo y me mostró un papel. Creí que era una receta falsa para sacarme dinero. Le respondí: No traigo
y caminé más rápido porque se me estaba haciendo tarde para llegar aquí. Al darme vuelta en la esquina oí frenazos y cláxones. Pensé que era otro choque y no me detuve hasta que el joven que cuida el edificio en venta gritó: Alguien se tiró del puente
. Enseguida pensé en la mujer de la bolsa roja.
Milena: Pudo haber sido otra persona.
Hortensia: No, no, era ella. Me regresé para ver lo que había sucedido.
Milena: Si la mujer se tiró al Periférico, los coches que le pasaron encima deben de haberla dejado irreconocible. Entonces, ¿cómo sabes?
Hortensia: Porque vi en el carril de enmedio la bolsa roja. La arrastró una camioneta. Quién sabe adónde habrá ido a parar. Si la mujer cargaba allí alguna identificación, ¡ni quién vaya a encontrarla!
Milena: Lo que sucedió fue horrible y muy triste, pero consuélate pensando que le pasó a otra persona y no a ti ni a nadie de tu familia. (Le acerca un banco.) Ándale, siéntate mientras te hago un tecito. Luego seguimos trabajando, porque si no ya sabes cómo se pone la patrona.
II
Milena le entrega a su compañera un pocillo de peltre. Al recibirlo Hortensia la mira de frente:
Hortensia: ¿Crees que pude evitarlo? Ya sabes, lo de la mujer.
Milena: Pero, ¿cómo?
Hortensia: Respondiéndole cuando me habló y me mostró el papel. A lo mejor me pedía ayuda y no dinero. (Agacha la cabeza y mira al fondo del pocillo). Es lo único que nos interesa: el dinero. Lo demás, lo que nos sucede por dentro, no le importa a nadie. No vale porque no tiene precio.
Milena: Así es. La otra noche que llevamos a mi hermana retorciéndose de dolor, la señorita que nos la recibió en emergencias antes de preguntarnos qué tenía la enferma quiso saber si llevábamos el dinero del depósito para el internamiento.
Hortensia: No me admiro porque me porté igual con la mujer del puente. En vez de preguntarle qué necesitaba me impacienté, se me hizo feo que una mujer fuerte anduviera pidiendo dinero. Puede que no me haya dicho eso, sino otra cosa, y que el papel no fuera una receta falsa, sino un recado urgente para alguien.
Milena: No te sientas mal por haber desconfiado. Lo hiciste porque en todas partes encuentra uno personas que en vez de ponerse a trabajar, con un pretexto o con otro, tratan de conseguir dinero. Yo nunca les doy, porque me enfurece que vayan a gastárselo en drogarse o en emborracharse.
Hortensia: ¿Y si alguna de esas personas necesita de verdad el dinero?
Milena: Más lo necesito yo y nadie me lo da ni me hace falta. Desde chica me enseñaron que cada quien debe rascarse con sus uñas. Y el que no las tenga, ¡pues que se chingue o que se tire de un puente! En esta vida no hay de otra sopa. (Nota la distracción de Hortensia.) No sé para qué te digo estas cosas si ni me oyes.
Hortensia: Te oigo, pero sigo pensando en la mujer del puente, en su familia que se habrá quedado esperándola y ni siquiera sabe que la foto de una suicida en el periódico, si es que la vieron, es la de ella. ¿Cómo se llamaría?
Milena: Ya da lo mismo. Olvídate del asunto. Me has dicho que tienes problemas. En vez de preocuparte por una desconocida, mejor piensa en resolverlos.
Hortensia: ¿Por cuál empiezo? El de mi marido que lleva cuatro años sin trabajar y ya se acostumbró a que lo mantenga; el de mi hijo Leonardo, que no estudia y se anda juntando con puros drogadictos; el de Sonia, que ha sido madre soltera tres veces y va para la cuarta… Mira, mejor termino mi lista, porque si no al rato vamos a llorar las dos.
III
Julia, la encargada del restaurante, irrumpe en la cocina. Al ver que Hortensia está llorando se dirige a Milena:
Julia: ¿Qué le pasa a ésta?
Milena: Sigue pensando en la señora que se tiró del puente.
Julia: Por Dios, mi vida, ¡eso fue anteayer!
Hortensia: Para mí es como si estuviera sucediendo en este momento.
Julia: Te comprendo. Me espanto muchísimo cuando veo asesinados o muertos en las películas que alquilamos los domingos. Durante días me quitan el sueño.
Hortensia: Esas cosas a mí no me impresionan, porque sé que son falsas; lo que vi ayer sí me daña, porque era real. La mujer que se arrojó del puente no actuaba como artista, no se quedó entre los coches un ratito y luego se levantó; las manchas en sus restos mortales no eran pintura, sino sangre. No. Ella gritó, sufrió, se desangró, quedó destrozada de verdad y para siempre. (Llora.) Aunque esa mujer no haya sido mi amiga, ni siquiera mi conocida, pienso en su familia esperándola, maldiciéndola porque se ha tardado y no se reporta. ¿Me entiende, Julia? Sufro porque fue real y no puedo olvidarlo.
Julia: Te doy un consejo: trata de imaginar que todo lo que viste pasó en el cine, que fueron escenas de una película.
Milena: Ay, sí, y que se llame La mujer del puente.