urió un gran mexicano y un gran escritor, pero más que nada murió un amigo de toda la vida, uno de los más cercanos y queridos. Nos encontramos hace 60 años en la Facultad de Derecho (Carlos era el más elegante), junto con Mario de la Cueva y Manuel Pedrozo, junto con Javier Wimer y Porfirio Muñoz Ledo, al lado de José Campillo y encontrándonos también con Jesús Reyes Heroles, y con Salvador Elizondo y con Rafael Ruíz Harrell. La generación de Medio Siglo y las primeras letras, las primeras lecturas, las primeras militancias, con Jaime García Terrés y Francisco López Cámara, y quienes están por fortuna muy vivos: Pablo González Casanova, Luis Villoro, Enrique González Pedrero, Carlos Payán, Arturo González Cossío.
Y siguiendo muy de cerca y leyendo y releyendo La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Las buenas conciencias, Cambio de piel y tantos otros escritos y ensayos de mano maestra. Y los retiros a Tonanzintla con nuestros queridos hermanos Guillermo Haro y Fernando Benítez.
Y siguiendo de muy cerca la Revolución Cubana, también con Carlos en el inicio de la gesta, y los 68 en México y en Francia, siempre analizando, siempre discutiendo con la mejor ley que se pudiera concebir, de amigos fraternos, y luego la coincidencia en dos embajadas, Carlos en París, un servidor en Moscú, siempre encontrándonos y reiterando y afianzando la relación fraterna, llena de cariño y amistad. Y sus hijos, desde muy pequeños. Y desde luego Silvia, a su lado y al lado de sus amigos, a quien le envío un gran abrazo lleno de dolor.
¿Pero, para que sigo? Si es el cuento de nunca acabar entre tanta amistad y tanto cariño y tantos muertos ya… No diré hasta la vista porqué no será así pero sí te diré, Carlos, que te extrañaré, que nos harás falta como nunca a muchos de nosotros… Hasta siempre…