a elección de Francois Hollande a la presidencia de la influyente Francia pareciera condensar el rechazo de los europeos a las feroces políticas de austeridad del dúo Mercozy con las que el inminente inquilino del Elíseo ha discrepado. Su promesa de crecer, crear empleos y cobrar altos impuestos a los ricos es contraria al camino seguido hasta ahora por el eje germano-francés como también el compromiso de retirar este año las tropas francesas de Afganistán. La proyección de Hollande, aunque no sea el cambio social, sintoniza con la tajante inconformidad hacia aquellas políticas y con parte de las demandas del 15M (o indignados) de España y otros países europeos expresadas en una larga cadena de protestas populares y huelgas –como en Grecia, Italia, y de nuevo España y Francia– que han tenido ya alentadoras repercusiones al otro lado del Atlántico en Ocupa Wall Street. Debe reconocerse la influencia en ellas de los legítimos movimientos populares árabes de 2011 por más lascas que de su irrupción hayan sacado el imperialismo y las monarquías árabes contrarrevolucionarias.
Hollande, con la presión desde su siniestra del Frente de Izquierda de Melenchon y el apoyo de fuerzas sociales, políticas y de algunos gobiernos del viejo continente que han mostrado su aversión a los inhumanos ajustes
que dicta Berlín vía Bruselas, podría iniciar la ruptura de la socialdemocracia con la ponzoñosa tercera vía de Tony Blair y levantar de nuevo la histórica bandera parisina de la solidaridad, contraria a las actuales normas de la Unión Europea. Pero para lograrlo tiene que enfrentar resueltamente al mundo de las finanzas, su adversario según ha declarado, y, por consiguiente, a Angela Merkel y a gran parte de la derecha europea. No obstante los mencionados avances de la izquierda en la zona mediterránea y los que se vislumbran en otros países de Europa –sea vía electoral o de la protesta en las calles–, no debe subestimarse ese otro fruto de la crisis manifestado en el ascenso electoral de la ultraderecha, muy cercana, por cierto, al gobernante y franquista Partido Popular.
El liderazgo francés podría alentar a Europa al rescate de la democracia, el bienestar, la solidaridad y la paz, movimiento que adquiriría una enorme importancia internacional y podría encontrar decididos aliados en América Latina y el Caribe. Es esta la región del mundo a donde en los últimos 20 años se ha desplazado el polo principal de enfrentamiento contra el sistema de dominación del imperio yanqui. Al sur del río Bravo una pionera ola de luchas populares desencadenada entre fines de los ochentas y principios de los noventas puso al neoliberalismo cuando menos en la picota pública. Cuando más, se tradujo en un grupo de gobiernos que en distintos grados adversan al Consenso de Washington, han dado firmes pasos hacia su independencia económica y política, gestado significativos programas de inclusión social e impulsado la creación de una conciencia de unidad e integración que toma cuerpo en nuevas y promisorias instituciones al margen de Estados Unidos, como la Alba, la Unasur, Petrocaribe y la Celac. El desafío consiste en seguir avanzando en esta dirección con un sólido apoyo popular, mantener una estrecha unidad y cooperación entre los gobiernos progresistas de la región, pero también entre éstos y los de derecha en todo aquello en que sea posible coincidir.
La gran recesión va para largo y el gran capital financiero y los gobiernos a su servicio, como en Europa y Estados Unidos, la han aprovechado para aplicar más y peor de lo mismo que la creó a costa del sufrimiento y el desmantelamiento de los derechos de los pueblos e insistiendo en el camino de la guerra. Avanzan además en la militarización y la criminalización de la protesta social con pretextos como las supuestas guerras contra el terrorismo o el narcotráfico. Por eso, a la luz de la posibilidad esbozada por la elección de Hollande, es válido pensar en un gran frente de pueblos y gobiernos de África, Asia, Europa y América Latina que abogue por la paz, el respeto a la soberanía, la no intervención, la justicia social, la relación armónica con la naturaleza y la equidad. Los países del BRICS podrían contribuir mucho a tal iniciativa. Pero este frente únicamente puede tener éxito si continúan incrementándose las luchas populares contra los planes de ajuste del capital financiero y sus aventuras militares.