ocos actos de campaña han sido tan escrupulosamente preparados como el debate del 6 de mayo. Durante semanas los representantes de los candidatos discutieron los términos del encuentro, negociaron, definieron las preguntas, el movimiento de cámaras, el sentido de las tomas, quisieron prever hasta lo imprevisible. Y, por donde menos se espera, salta la conejita.
Afortunadamente, pronto nos repusimos de la sorpresa. Sin embargo, los esfuerzos de planchar el debate fueron tan efectivos que los intercambios entre los candidatos no reflejaron la emergencia que vive el país en materia de seguridad pública; tampoco las dificultades de una economía que en el último cuarto de siglo ha registrado un crecimiento mediocre o la situación crítica por la que atraviesa la educación nacional. Lo que vimos y escuchamos fue una andanada de alusiones personales que desató la candidata del PAN muy pronto en el debate, contra Enrique Peña Nieto. Fue la segunda sorpresa de la noche. Siguió Andrés Manuel López Obrador, quien retomó su consabido discurso de denuncia del grupo que, nos dice, se ha adueñado del país, pero rápidamente apuntó sus dardos hacia el candidato priísta, hacia su carrera personal y hacia sus vínculos familiares y sus amigos, para presentarlo ante la opinión pública como un producto puro de la corrupción del PRI. Así lo hizo una y otra vez, por completo indiferente a las preguntas acordadas. Vázquez Mota y López Obrador fijaron nuestra atención en los vicios y los defectos del antiguo régimen que, según ellos, encarna Peña Nieto. En esta atmósfera dominada por las alusiones personales las propuestas de gobierno de los candidatos pasaron a segundo plano.
Unos cuantos días antes del debate Josefina Vázquez había anunciado un cambio de estrategia, otro más. Como hasta entonces su campaña se había concentrado en remover el sentimiento antiPRI que en 2000 catapultó a Vicente Fox a la Presidencia, creí que la candidata nos diría más de lo que haría de llegar a Los Pinos, que de lo que hicieron los priístas de antaño y de lo que hacen los priístas de hogaño. No obstante, cada una de sus intervenciones en el debate estuvo aderezada de un reproche, un señalamiento, una acusación contra el candidato del PRI o contra su partido. Si el objetivo era descuadrar a Enrique Peña Nieto, creo que no lo logró, porque éste con una amplia sonrisa y sin despeinarse, levantó todas las provocaciones, en el afán de demostrar que tiene una mente alerta y ágil. Pero lo que sí hizo Josefina Vázquez fue distraer a su principal contrincante. El priísta respondió a las preguntas que le transmitió la conductora, pero parecía más atento a detener los golpes de la panista, a los que se sumaron los de Andrés Manuel López Obrador, que a promover sus propuestas de gobierno. Peña Nieto utilizó un buen tiempo para responder las alusiones personales. Si esa era la intención de Josefina, si de lo que se trataba era de ponerlo a la defensiva, la táctica funcionó.
Los candidatos iban preparados para responder a preguntas que les enviaron con anticipación; en cambio, los ataques que intercambiaron debían ser una sorpresa, pero tampoco lo fueron. Cada uno de ellos iba tan preparado para las preguntas precocinadas como para las alusiones personales. Ahí tampoco hubo espontaneidad, lo cual significa que los candidatos y sus equipos tuvieron el cuidado de anticipar por dónde vendría la ofensiva, de manera que las reacciones a los ataques dizque sorpresa fueron tan acartonadas como las respuestas a las preguntas programáticas y, por esa misma razón, tuvieron poca credibilidad.
Credibilidad fue precisamente lo que ganó Gabriel Quadri en el debate. Su participación nos hizo olvidar el origen de su candidatura, al menos por un rato. Ahora ya no se ve como el agente de una mujer poderosa y tan temida, sino como un candidato fresco que tiene ideas y propuestas, que sabe hablar, que es articulado y coherente. Bueno, creo que hasta se ha formado un club de admiradoras de Quadri. Durante el debate los demás candidatos lo olvidaron, pero muy bien hubieran podido replicar a sus pretensiones de que es distinto porque es un candidato ciudadano, que eso no existe más que en la imaginación de los partidarios de la antipolítica. No hablemos de la incongruencia de ese discurso en boca del candidato elegido por Elba Ester Gordillo, un paradigma de animal político, sino de que cuando Quadri decidió participar en la campaña electoral, expresó una ambición por el poder que lo convirtió de inmediato en un político que en unas semanas será como los de siempre
. Y cuando regrese al mundo académico así será visto, porque así de cruel es la academia. Tanto, que a la mejor Quadri decide no volver más y quedarse –como otros universitarios antes que él– en la política, aunque sean incapaces de renunciar a su condición de académicos. Entonces, tal vez Quadri se hará llamar el investigador-candidato.
El 6 de mayo vimos cómo los candidatos saben pelear, incluso atrapados en el acartonamiento negociado.
Ya sabemos que, en su momento, López Obrador gastó mucho en publicidad, que Peña Nieto debería estar en la sombra –López Obrador dixit– y que Vázquez Mota fue una legisladora faltista, pero el debate continúa pendiente.