n su nota del 28 de abril, el reportero de nuestro periódico Arturo García Hernández escribe que Peña Nieto ofreció en Puebla aumentar 45 por ciento la cobertura de educación superior. Hay aquí un error. El candidato priísta debió decir (no estaba yo ahí) que llevaría la cobertura de educación superior a 45 por ciento.
Aclaremos este punto, aunque no es mi principal propósito. Actualmente están inscritos en ese nivel educativo en números redondos algo más 3 millones de estudiantes. Para el ciclo 2012-2013 la población de 19-23 años, que es el grupo de edad correspondiente al nivel universitario, rondará los 10 millones 700 mil jóvenes, por lo que la cobertura será de aproximadamente 30 por ciento. Aumentar la cobertura en 45 por ciento querría decir que en 2018 habría 4 millones 350 mil alumnos inscritos aproximadamente. No es así.
A partir de 2013 el grupo de edad enfrentará una tasa de decrecimiento cada vez mayor. En 2013 será de –0.3 por ciento, y las tasas de decremento anual hasta 2018 serán aproximadamente –0.8, –1.4, –1.7, –2.2 y –2.4 por ciento, según proyecciones del Consejo Nacional de Población. Eso significa que en 2018 el grupo de edad será aproximadamente de 9 millones 751 mil jóvenes. El 45 por ciento de cobertura equivale a 4 millones 388 mil inscritos en alguna institución de educación superior. Debido a la cifras involucradas en esta tendencia (una tasa decreciente en el grupo de edad), casualmente la cobertura resulta apenas algo mayor al cálculo del párrafo anterior, pero como es claro se trata de conceptos del todo distintos.
Esos casi 4.4 millones inscritos en el supuesto de una cobertura de 45 por ciento, no tiene en cuenta que desde el primer semestre de la licenciatura, se inicia un proceso de deserción y de abandono, que termina en una eficiencia de egreso de entre 50 y 60 por ciento. El número de egresados es el dato relevante; sustancialmente más importante que la cobertura. Aunque por la cobertura hay que empezar.
El tema es que esos 4.4 millones de estudiantes que supuestamente estarán programados para 2018, se hallan en una dificilísima encrucijada. Se ha aprobado la ley que hace obligatorio el bachillerato, pero es imperioso acelerar el paso, dado que en el bachillerato actual tenemos tasas de deserción del 16-17 por ciento, y una mediocre eficiencia terminal del orden de 60 por ciento; en tanto, requeriríamos que la matrícula de nivel superior creciera en alrededor de 230 mil alumnos por año. Un esfuerzo que nunca hemos realizado.
Aun alcanzando la cobertura de 45 por ciento, quedaríamos en una posición inferior a la de Argentina, Uruguay, Chile o Perú, y más aún a la de nuestros socios de la OCDE.
De frente a la cifra del orden de 60 por ciento de eficiencia terminal del nivel superior, se antoja la necesidad de mejorar sustancialmente ese dato. Pero he aquí que mientras más egresados tengamos, empeorará cæteris paribus el hecho de que sólo una fracción de los egresados hallará un puesto de trabajo que requiera las competencias profesionales con las que fueron dotados. De acuerdo con el estudio Mercado laboral de profesionistas en México: diagnóstico 2000-2009 y prospectiva 2009-2015 y 2009-2020, realizado por un grupo de investigación de alto nivel coordinado por Enrique Hernández Laos, alrededor de 2000 sólo 69 por ciento de los egresados en promedio (el dato varía de una disciplina a otra), halló un puesto de trabajo que requería competencias de nivel profesional y ese dato disminuyó a 60 por ciento en 2009. Y esto ocurrió mientras la cobertura paso de alrededor de 20 por ciento en 2000, a 30 por ciento 2010-2011. De modo que con una cobertura de 45 por ciento, más aún si la eficiencia de egreso mejora, la absorción de los nuevos profesionales caerá indefectiblemente, sobre todo si no dejamos de pagar la estabilidad macroeconómica con la parálisis económico-productiva y el desempleo. Entre 2000 y 2006 la economía creció a un ritmo medio anual 1.6 por ciento (la mitad que la tasa de la década anterior), es decir, a un ritmo muy inferior a la tasa de egresados del nivel superior.
Por supuesto que la solución del problema no es disminuir la cobertura. El fenómeno de esta baja absorción de profesionales tiene dos causales: 1) la baja tasa de crecimiento de la economía y 2) el tipo de profesionales que estamos formando, el tipo de saberes y competencias de que están dotados, el modelo pedagógico con el que los formamos, de cara a las modalidades de producción de bienes y servicios en la era globalizada del conocimiento y la información.
Se trata de un problema que está pasando por un proceso de ajuste acelerado en todas partes del mundo. Pero qué duda cabe que la brecha digital, y la brecha cognitiva, entre México y los países desarrollados y los emergentes (en menor medida), se amplía cada día. Una tarea descomunal para quien se encargará del Ejecutivo.