areciera que no, pero en el mundo continúa la discusión sobre las características que debe tener la industria petrolera en general, y las empresas petroleras en particular. Todavía más –y, sin duda, con mucha conflictividad social y política– se debate sobre el carácter público o privado, sea nacional o extranjero de los recursos naturales, en este caso, de los hidrocarburos. Sí, la propiedad originaria de petróleo y gas natural –en realidad de todos los bienes cuya producción se encuentra atada a los recursos naturales– continúa siendo objeto de debate. Y donde –como en México– hay definiciones fundantes claras, éstas se nublan con prácticas regresivas. La ríspida relación entre Argentina y España a partir de la nacionalización del 51 por ciento de las acciones de la empresa Yacimientos Petroleros Fiscales (YPF) propiedad de la española Repsol, es un ejemplo más de ello. También lo confirman los recientes esfuerzos de Bolivia, Ecuador, Venezuela y muchas otras naciones del mundo –incluida Brasil– por ganar más control, hacerse cargo e, incluso, recuperar plenamente la propiedad, el uso y el disfrute de su riqueza natural energética. Y esto al margen de los diversos modelos de organización industrial.
Todos aquellos que creían que este delicado asunto estaba superado o resuelto estaban equivocados. Muy equivocados. Angola y Rusia no son la excepción. Tampoco la mismísima Arabia Saudita, a pesar de su gran –enorme– apertura a las compañías privadas para que se hagan cargo de partes importantes del proceso de exploración y explotación primaria de crudo y gas natural. Y en México –qué duda cabe– muchos quisieran ver las modificaciones del 27 constitucional para eliminar eso de la propiedad originaria de la nación de los recursos naturales y… En este marco hay que analizar –con extremo cuidado y un poco de astucia– la acción expropiadora del gobierno argentino de las hoy famosas acciones D de YPF.
Hace casi 20 años YPF era plenamente estatal. Y en Argentina se tenía un régimen constitucional similar al de México, que reivindicaba la propiedad nacional originaria de los recursos naturales y la propiedad nacional de sus rentas. ¿Cómo fue a cambiar esto, y quedar el petróleo bajo el control de Repsol –la misma empresa española de la que mucho se habló hace poco en nuestro país por la inversión de Pemex en acciones de esa misma compañía? Pero no sólo de la empresa española, pues una cuarta parte de las acciones de YPF (adquiridas de Repsol en 2008 y en 2011, se dice que con aliento de los Kirchner) pertenecen a una de las familias más acaudaladas de Argentina, los Esquenazi (Grupo Petersen de construcción y energía, y financiero) al que no se le ha tocado. Como tampoco se ha tocado a otras empresas privadas –nacionales y extranjeras– que comparten el proceso petrolero argentino, incluida la que hoy opera bajo capital chino y que hace pocos años pertenecía a la cuarta petrolera más importante de Estados Unidos, Occidental Petroleum (Oxy).
O sea. Es incuestionable que el gobierno de Cristina Fernández –en realidad la mayoría, si no es que todo el pueblo argentino– tiene varios años intentando tener una mayor intervención en el negocio petrolero. La legitimidad de ésta y otras acciones encaminadas a ello en todo el mundo queda fuera de toda duda. Pero el proyecto no se agota con la expropiación o la nacionalización. Menos aún cuando es parcial. En México, por cierto, tampoco está agotado este proceso de redefinición de la organización de la industria petrolera, como lo muestra no sólo la reciente reforma de 2008, sino el proyecto de cambios que preparaba el Senado y que –a decir de Francisco Labastida– acaba de hacer abortar la Secretaría de Hacienda.
El debate del pasado miércoles en el Senado argentino también lo confirma. Hacen falta muchas definiciones para dar el perfil definitivo a la decisión gubernamental. ¿Qué se quiere hacer con la industria petrolera en Argentina? Y es que la regresión privatizadora de los años 90 promovida y alentada por el mismo gobierno, no pasó de largo en la conciencia de los argentinos, siempre astutos y orgullosos. Allá y en muchos lados, se esperaba –aún se espera– la oportunidad para retomar el control de estos recursos primarios de hidrocarburos, de ordinario bajo el marco de la reivindicación nacional de la propiedad, a veces argumentada solamente –por paradójico y agresivo que parezca– como coartada. Sólo como eso.
Y es que una expropiación o una nacionalización, por sí mismas, no agotan las características de la desiderata petrolera nacional. ¿Para qué se expropia o nacionaliza el petróleo y el gas natural? En México –una vez más como comparación– la propiedad nacional ha sido utilizada para que de 1978 a 2011 (33 años) la tributación no petrolera no supere el 11 por ciento del PIB. Allá, entonces –aclaremos una vez más– se nacionaliza el 51 por ciento de las acciones de la empresa que mayoritaria, pero no exclusivamente, explota los recursos primarios de hidrocarburos en Argentina.
Quedan todavía en manos de nacionales y extranjeros, no sólo una buena parte de la acciones de Repsol, sino de las otras compañías privadas que no han sido ni expropiadas ni nacionalizadas. Y el debate seguirá. Se esperan más de 200 oradores en la Cámara de Diputados esta semana. ¿Qué quieren hacer los argentinos no sólo con Repsol, sino con toda su industria? ¿Continuar subsidiando con recursos fiscal sus combustibles, como lo hicieron muchos años? ¿Cómo lograrán incrementar sus reservas de petróleo (2 mil 500 millones de barriles de crudo) y su producción (650 mil barriles al día), para garantizar su consumo (560 mil barriles al día), sabiendo que tienen una relación de reservas producción de no más de 10 a 11 años? ¿Quiénes ejercerán la propiedad, quiénes y con qué mandato serán los operadores industriales, y quiénes, en todo caso, realizarán las tareas regulatorias? Sí, por más que se vea con beneplácito la acción gubernamental argentina, no puede uno menos que preguntarse qué es lo que realmente quieren hacer los argentinos con ello, dada la estructura y la situación actuales de la industria petrolera en ese hermoso y querido país, de tantos y tan admirables amigos? Sin duda