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American Curios

Traviesos

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Michelle Obama asistió al programa The Colbert Report el miércoles 11 de abril. El conductor, Stephen Colbert, se dedica a burlarse con inteligencia de la dinámica político social estadunidenseFoto Ap/Comedy Central
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os traviesos están molestando al poder, lo cual provoca una deliciosa risa, una sensación de que aquí aún late un corazón rebelde, algo así como un reconocimiento colectivo de que aún hay conciencia y, a veces, hasta genera solidaridad.

Puede ser un cómico, puede ser un cantante, puede ser un filósofo, puede ser un famoso o puede ser un anonymous, puede ser hasta un periodista quien rompe con la historia cotidiana oficial mediante una travesura, o sea, un momento o una forma de no portarse bien ante tanto mal.

El torrente de noticias sobre elecciones, de cuál candidato dijo qué cosa, de quién va ganando según tal encuesta, de cuáles son sus vulnerabilidades, de quién puede generar empleo, de quien está dedicado de verdad a la educación, la salud, el medio ambiente, de quién sería el más macho en el ámbito internacional, de con qué guerra se está amenazando, o sea, la conversación nacional autorizada por las cúpulas, intenta ahogar todo.

Pero en medio de esto, aparecen de pronto unos traviesos que simplemente no juegan con las mismas reglas. Algunos se burlan, otros usan música, y otros dan voz a los que nadie escucha en la cúpula o hablan de cosas que la cúpula prefiere no abordar. No son marginales. Entre ellos están algunas de las figuras más reconocidas y distinguidas del país.

Esta semana, la revista Time publicó su lista anual de las 100 figuras más influyentes del mundo. Lo que llama la atención no es que estén los obvios en este país –el presidente y políticos y figuras empresariales–, sino algunos de los traviesos.

El más sorprendente es Stephen Colbert, el cómico que se presenta como comentarista ultraconservador en su programa The Colbert Report, quien se dedica a burlarse, con enorme inteligencia, de la dinámica político-social cotidiana que se presenta de forma tan seria y arrogante en este país.

También está en la lista Anonymous, el colectivo de hacker-activistas (integrado no sólo por estadunidenses) que una y otra vez se ha enfrentado en el campo de batalla cibernético con algunas de las entidades más poderosas del planeta, demandando, desde detrás de su icónica máscara colectiva, la democracia, transparencia y rendición de cuentas. Espérenos, estamos en todas partes, advierten a sus adversarios en el poder.

Y están los estudiantes indocumentados (uno de ellos, Dulce Matuz, originaria de Sonora, también está en la lista de Time y encabeza la Coalición de Arizona por el DREAM Act) que han impulsado un valiente movimiento al mostrar la cara y la identidad (arriesgándose a la deportación) en demanda de la legalización y junto con ello, de respeto, dignidad y el derecho de estudiar.

Muchos que no están en la lista también se distinguen por enfrentar, provocar o burlar al poder. Por supuesto entre éstos está Bruce Springsteen, actualmente de gira aquí con motivo de su nuevo disco en el que les mienta la madre a los banqueros, y quien dijo que los responsables de la crisis económica habían cometido un asalto básico contra el corazón de lo que era la idea estadunidense y aconseja en una de sus canciones: “agárrate bien de tu ira y no caigas ante tu temor.”

Otros que andan en ese ritmo son Tom Morello, con sus camisetas y cachuchas del IWW; los Wobblies que han resucitado al gran movimiento anarcosindicalista de hace un siglo y trae una guitarra que tiene grabado arma a los sin techo, o Patti Smith, la novelista-poetisa-cantautora que abarca generaciones de furia y contracultura, y porque las noches fueron hechas para amantes, o sea, llamados a la rebelión contra las convenciones que apagan la vida. Están iniciativas de traviesos antiempresariales como los Yes Men, que vuelven locos a los ejecutivos y políticos al presentarse disfrazados de ellos o provoca crisis de relaciones públicas en entidades como la Cámara de Comercio.

Y los de Ocupa Wall Street –entre ellos, junto con los jóvenes, estos músicos desobedientes, estos estudiantes, sindicalistas, veteranos de las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán, veteranos de luchas antiguerra y de derechos civiles, religiosos y más–, quienes han transformado el debate nacional en unos cuantos meses.

Hay poetas de palabra hablada, vertiente del movimiento hip hop, nacida entre los más pobres. Hay filósofos rebeldes justo en las mismas universidades dedicadas a peinar a los poderosos, como Cornel West (antes profesor en Harvard y ahora en Princeton), quien, junto con el destacado conductor de programas de entrevista en la televisión y radio pública Tavis Smiley, viaja a lo largo y ancho del país en una caravana intelectual por zonas pobres dedicada a denunciar la injusticia económica y sus consecuencias. Señala que es atroz que en el país más rico del mundo uno de cada dos estadunidenses están en la pobreza o al borde de ella, y advierte que si eso no se vuelve el centro del debate nacional amenaza con destruir la democracia estadunidense. El tema hoy es oligarquía. La pobreza es la nueva esclavitud. Los oligarcas son los nuevos reyes. Son los nuevos jefes de esta estructura de dominación, explicó West recientemente a la periodista Amy Goodman, de Democracy Now.

Goodman es parte de una amplia gama de periodistas independientes nacionalmente influyentes, entre los cuales también están los grandes veteranos Bill Moyers, de la televisión pública nacional, y Seymour Hersh, entre tantos más que se atreven una y otra vez a romper con la historia oficial (no de vez en cuando, sino todo el tiempo), defendiendo el honor del gremio y obedeciendo la primera regla enunciada para todo periodista por el legendario I. F. Stone: todos los gobiernos mienten.

Todo esto no significa que el país esté al borde de una revolución ni de un cambio radical. Pero el hecho de que todas estas figuras, individual y colectivamente, no sólo estén presentes, sino que lejos de estar marginadas tengan eco entre millones a nivel nacional e internacional, y que por ello generen incomodidad y a veces alarma e histeria entre los más ricos y poderosos, provoca, pues, gusto y a veces hasta… esperanza.

Estos traviesos rescatan cada día, de alguna manera, a este país.