l gobierno de Siria, encabezado por Bashar Assad, anunció ayer que no retirará sus tropas de las ciudades de ese país hasta que no disponga de garantías escritas
de la oposición para detener cualquier forma de violencia
, en lo que ha sido interpretado como un revés al plan de pacificación elaborado por el emisario especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Liga Árabe, Kofi Annan. Cabe recordar que la hoja de ruta elaborada por el ex secretario general de la ONU, avalada por Damasco el pasado 2 de abril y ratificada por los miembros del Consejo de Seguridad del órgano multinacional –incluidas Rusia y China– tres días después, plantea que el ejército sirio se repliegue por completo a más tardar mañana martes por la mañana –hora de Siria–, para decretar un alto total al fuego en las siguientes 48 horas.
No obstante, aun antes del anuncio realizado ayer por el gobierno sirio, la actitud de Damasco en días recientes ha contravenido su aceptación declarada del alto al fuego, si se toma en cuenta la persistencia de los bombardeos y los combates mortíferos que ocurrieron el fin de semana entre fuerzas del régimen y rebeldes, en los cuales murieron más de un centenar de sirios, la mayoría civiles, según denunció el opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
Sin desconocer que en la nación árabe se desarrolla una guerra civil en la cual se han cometido excesos y crímenes por ambos bandos –como se ha documentado en informes de la propia ONU–, el baño de sangre desatado en las horas previas a la tregua acordada por Damasco, la atrocidad y la intransigencia con que se ha desempeñado el régimen sirio, y su afán por torpedear los esfuerzos de pacificación de ese país confirman su carácter de indefendible ante la comunidad internacional; constituyen, además, un revés a las posturas de Moscú y Pekín, que se han venido desempeñando como contrapeso a los afanes abiertamente injerencistas de Washington y Bruselas en Siria, y provee de un pretexto adicional a quienes reivindican emprender allí una incursión militar semejante a la que organizaron en Libia, a fin de imponer autoridades dóciles.
Más allá de lo anterior, la perspectiva de fracaso del plan elaborado por Annan confirma las debilidades de origen de ese proyecto, comenzando porque las autoridades de la ONU –empezando por el actual secretario general, Ban Ki Moon– han venido tomando partido de las presiones occidentales para propiciar un cambio de régimen en Damasco y han socavado, con ello, su autoridad moral para mediar en el conflicto.
Ahora bien, por impresentable que resulte el régimen sirio, una opción militar como la que depuso a Muamar Kadafi en Libia resulta inadmisible, peligrosa y de perspectivas necesariamente inciertas, como ya deberían haber aprendido los gobiernos occidentales de las experiencias iraquí y egipcia: la destrucción de los regímenes autoritarios, pero seculares, en esos países, ha dado impulso a grupos fundamentalistas que, a la larga, resultarán ser mucho más antioccidentales que las autoridades depuestas.
De tal forma, al carácter intrínsecamente inaceptable y bárbaro de la violencia que se desarrolla en Siria se suma como agravante la ausencia de perspectivas que garanticen una pacificación efectiva más allá del aplastamiento represivo de la oposición por el régimen de Assad o del triunfo de un intervencionismo occidental cuyas consecuencias pudieran ser impredecibles y peligrosas. Paradójicamente, aunque el alto al fuego pactado por ambos bandos luzca, en estas horas y a raíz de los obstáculos puestos por Damasco, una opción endeble y poco viable, se presenta también como la más adecuada para evitar que la crisis en Siria se convierta en un callejón sin salida.