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Premios Nacionales

Espero que el reconocimiento ayude a cumplir su deseo de ser más leído, afirma su esposa

Leer a Daniel Sada es como bailar, algo gozoso, dice Adriana Jiménez

Tengo la sensación de que se están perdiendo de algo grandioso, por miedo, por creerlo muy erudito

Quería que le quitarán el estigma de escritor de culto, de minorías, señala

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Adriana Jiménez, esposa de Daniel Sada, durante la entrevistaFoto Guillermo Sologuren
 
Periódico La Jornada
Jueves 15 de diciembre de 2011, p. 3

Leer a Daniel Sada es como bailar. No sólo por la cadencia y la musicalidad que su depurado manejo de la forma y el lenguaje imprime a sus textos, sino porque es un ejercicio divertido y gozoso, sobre todo.

Así lo sostiene su esposa, Adriana Jiménez, quien espera que la obtención este año del Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el campo de Lingüística y Literatura, ayude a cumplir uno de los principales anhelos que tuvo en vida el autor bajacaliforniano: ser muy leído.

“Una de las cosas que más quería Daniel –quien falleció el pasado 19 de noviembre– era que le fuera quitado ese estigma de escritor de culto, de minorías; él decía que era un hombre de a pie, un autor de la intemperie, no le gustaba que lo hubieran puesto en ese lugar tan inaccesible”, señala la docente en entrevista.

“Estoy muy triste porque murió, era mi hombre; pero soy objetiva cuando afirmo que es un enorme escritor, y quisiera que mucha gente se deje llevar por su escritura, que baile y se divierta con ella. A Daniel le pasa un poco lo que a Borges: hay que bajarlo del pedestal y leerlo. Tengo la sensación de que se están perdiendo de algo grandioso, por miedo, por creerlo muy erudito.

Hay muchas leyendas falsas en torno de su literatura, como la de que para leerlo se necesita diccionario o beca, por su manejo del léxico y la métrica. No es verdad, al no leerlo se pierden de un goce, de una alegría enorme; su literatura es algo que los va a hacer dichosos.

La llamada llegó muy tarde

Daniel Sada murió con la incertidumbre de saber si en efecto había obtenido el Premio Nacional de Ciencias y Artes. La única información que tuvo al respecto fue la noticia que publicó La Jornada el 10 de octubre, en la que se dio la primicia de que él y José Agustín compartían ese galardón en el rubro ya mencionado.

Su alegría inicial por enterarse –aunque fuera de manera extraoficial– del reconocimiento se transformó pronto en en angustia, según Adriana Jiménez, pues pasaban los días y las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP) no confirmaban la información, y cuando lo hicieron fue ya demasiado tarde.

La llamada oficial llegó el 18 de noviembre, pero Sada no pudo atenderla: tenía dos horas de haber sido inducido en coma, en el hospital. La noche del día siguiente, pasadas las 21 horas, falleció, a los 58 años, como consecuencia de una insuficiencia renal crónica que lo aquejaba desde el primer cuatrimestre de este 2011.

Para Daniel fue muy angustioso que pasaran los días y no se confirmara la noticia, porque su estado de salud se agravaba cada vez más y sobre todo le preocupaba el asunto económico; tuvimos que contratar a enfermeras y cuidadoras. Desde hace meses ya no estaba en condiciones de valerse por sí mismo, estaba casi ciego y desde agosto no se levantaba de la cama, comenta su esposa.

Eso fue muy duro para él, y esos servicios son muy caros. Le habían dicho que de ganar el premio, eso incluiría un apoyo monetario vitalicio, lo cual lo tranquilizaba, porque así podría hacer frente a sus gastos médicos. Claro, también sintió alegría por recibir un reconocimiento de esa naturaleza, pero sobre todo le implicaba un respiro económico.

Todavía me apretaba la mano

– ¿Cuál fue la reacción de usted cuando recibió la llamada de la SEP?

– Quiero pensar que sí alcanzó a escuchar lo del premio antes de fallecer. Las enfermeras me decían que le hablara, todavía se movía un poco, abría los ojos y me apretaba la mano. Le pedía que me escuchara, pero lo que sentí fue un inmenso dolor; lo sentí mucho, porque a Daniel le hacía ilusión lo del premio; ya en los últimos tiempos pocas cosas le hacían ilusión, se encontraba muy deteriorado.

Recibir antes la confirmación oficial hubiera sido para él un aliciente, por todo lo mal que la estaba pasando. No iba a solucionar su problema de salud, desde luego, pero era algo que pudo haberle dado una alegría, tenía muy pocas en los últimos meses. No les costaba nada, estaba a su alcance; no era un secreto que mi esposo estaba muy enfermo.

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Daniel Sada, en 1958, cuando era mascota del equipo de beisbol de Baja California Norte. Éste fue su deporte favorito, al igual que el ajedrezFoto Archivo de Adriana Jiménez
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Daniel Sada en su pimer viaje a ParísFoto archivo Adriana Jiménez

Novela, cuento y poesía fueron los géneros abordados por el escritor norteño, quien, según la crítica especializada, es una de las voces más originales de las letras mexicanas, un orfebre de la palabra y del manejo de la forma, con una obra que tiende a lo barroco y lo tragicómico.

Lo que se dice de su quehacer es muy acertado: hay un manejo formal muy depurado, sobre todo con el uso de métricas clásicas y populares. Eso está en toda su obra, de un modo u otro; es muy deliberado, señala Adriana Jiménez.

Él solía decir que no sólo se concentraba en la métrica, sino también en la acentuación, entendida como el manejo de las sílabas tónicas al interior de los versos, de manera que se organizaran para provocar cadencias; lo gozaba mucho.

Ese gusto por la métrica y las cadencias en su literatura tiene que ver con el hecho de que Daniel Sada era un hombre muy musical, al que le gustaba bailar, lo cual hacía extraordinariamente, además de que cantaba muy bonito, a decir de su esposa.

De lo que discrepa la docente es de la etiqueta de escritor barroco, y afirma que más bien se trata de un escritor complejo en términos formales y aún más complejo en términos de sentido, lo cual crea una especie de oscurecimiento que para muchos resultaba muy misterioso.

Me parece que era muy deliberado, porque correspondía con la visión del mundo que él tenía, de que lo que denominamos verdad es una construcción, que en el fondo esa noción es muy resbalosa y que tal vez no haya un mundo por describir, sino un mundo por construir, prosigue.

Hablaba mucho de lo que llamaba el paisaje interior; el suyo era un lugar satisfactorio, absolutamente exuberante, un lugar que le placía y que quedó manifiesto en sus libros.

Aficionado al béisbol y al ajedrez, la gran pasión del autor de Casi nunca fueron las palabras, al punto de que para divertirse y descansar de sus largas jornadas de escritura, se ponía a buscar vocablos en diferentes diccionarios, los cuales eran sus juguetes y alimento favoritos, una especie de caramelos.

Esto iba de la mano de su buen sentido del humor y su naturaleza lúdica, los cuales ponía de manifiesto en la vida cotidiana y en su ejercicio literario, haciéndolo un hombre y un escritor muy divertido y antisolemne.

Adriana Jiménez sostiene que el de Sada es un humor en apariencia muy ingenuo, pero que en el fondo hasta llega ser cruel: Era un humor negro y a la vez ingenuo, que revelaba una cierta visión de la vida, que era a la vez trágica y humorística. Ya en sus últimos trabajos esa visión trágica permeó más, creo.

La cónyuge del escritor rememora cómo éste siempre estaba escribiendo, fuese de manera directa en el teclado o maquinando las historias en su mente. Su enfermedad, sin embargo, le impidió en los últimos meses concretar sus apuntes mentales.

El suyo era un trabajo literario muy arquitectónico, pues antes de comenzar a escribir consultaba el I-Ching, hacia los hexagramas, de los cuales se preservan cuadernos enteros. Después, trazaba mapas de lugares imaginarios y luego diseñaba lo que iba a pasar en cada capítulo.

Una vez concluido eso, era cuando comenzaba a escribir; pero tardaba en encontrar lo que él llamaba el punto de vista, algo que consideraba esencial, aún por encima de la retórica, la técnica y la construcción de personajes.

Cuando le preguntaban si sufría el proceso creativo, el dolor de la creación, respondía que eso eran bobadas, tanto como el del miedo a la hoja en blanco, subraya Adriana Jiménez.

Daniel se definía como un escritor que no sufría la escritura; se la pasaba maravillosamente en ella, no le faltaba nada. No entendía porqué algunos escritores se quejan, decía que mejor hicieran otra cosa si escribir les producía sufrimiento o miedo.