in fallar un solo día, los medios de comunicación franceses publican alguna noticia sobre el desaguisado –¿será correcto llamarlo así?– en el que se viera envuelto el 14 de mayo pasado Dominique Strauss-Kahn, el antes poderoso director del Fondo Monetario internacional y el más temible adversario del actual presidente y próximo padre Nicolas Sarkozy en las próximas elecciones francesas. Reducido ahora a sus iniciales, el funcionario y conocido dirigente de izquierda se ha convertido en un criminal y su ofensa ha pasado a convertirse simplemente en el caso DSK
. Su historia me recuerda la de los libertinos del siglo XVIII, uno impune, Giacomo Casanova, caballero de Seingalt, uno de los más célebres, quien recorría las cortes y las posadas europeas seduciendo a todas las mujeres –incluidas las camareras– que tenía a su alcance, y narrar después sus aventuras con delectación, y, segundo, el divino marqués, Alphonse Donatien de Sade, encarcelado en el castillo de Vincennes por sus destemplanzas.
Sujeto a miles de versiones, el caso DSK se encuentra ahora en las cortes estadunidenses y los abogados del presunto delincuente preparan la defensa que costará millones de dólares, así como la fianza depositada para permitirle salir de la prisión en la que estuvo internado varios días, y cosa paradójica, depende de la capacidad del abogado defensor la condena o la absolución del presunto culpable, lo sea o no. La justicia estadunidense no tolera los crímenes sexuales pero los absuelve en la corte, y en Francia donde rige una ley que protege la intimidad que ha impedido guardar silencio ante el abuso sexual en general y el de los políticos en particular este caso se convierte en piedra de toque para cambios sustantivos quizá de la ley y seguramente de las mentalidades.
Las mujeres han protestado y han emitido su opinión en manifestaciones públicas y en declaraciones a los medios, sobre todo al saber las reacciones que varios amigos de SK han tenido frente a su detención, ante las humillaciones que sufriera al ostentarse públicamente su detención, esposado, con el traje arrugado y el rostro devastado, antes de que se demostrara debidamente su culpabilidad. Jack Lang, antiguo ministro de Miterrand dijo una frase que produjo gran polémica: “Es común en el sistema judicial norteamericano no liberar a quien ha entregado una fianza, aunque no haya habido ‘muerte de hombre (sic)’” Gisèle Halimi se indigna: La izquierda me he ha decepcionado. Ninguno de los dirigentes socialistas ha dicho una sola palabra de compasión por la víctima (...) Lo lamento, pues si hay una cosa que debe prevalecer sobre la amistad y el espíritu de clan es el respeto a las mujeres. De otro modo que no se nos hable de socialismo
. Por su parte, aunque sin llevar el caso ante la corte, la periodista Tristane Banon lo acusa de violación fallida, y Piroska Nagy, su colaboradora en el FMI, declara: “Pienso que el señor Strauss-Kahn abusó de su posición en su forma de llegar a mí (…) Tuve la sensación de que perdería si aceptaba sus proposiciones y que perdería también si las rehúsaba. Creo que este hombre no es apto para trabajar en una organización donde laboren mujeres”.
Entretanto veo la primera y muy impactante película de la fotógrafa Shirin Neshat, Mujeres sin hombres, premiada en el festival de Venecia en 2009; mediante la historia de tres mujeres iraníes de los 50, reitera la indefensión de las mujeres frente al maltrato masculino, aun la violación legitimada en los países donde las prácticas religiosas son fundamentalistas. Admiro luego varias exposiciones en París, dos cuadros me llamaron especialmente la atención: en uno de Lucas Cranach se representa el juicio de París, protegido contra la tentación de la desnudez femenina por una imponente armadura (recordemos a Eva, personaje favorito de Cranach), y otro, el famoso Desayuno sobre la hierba de Manet, donde sólo la mujer va desnuda y los demás comensales vestidos de punta en lanza.
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