e las nuevas generaciones de teatristas mexicanos, Richard Viqueira es una de las presencias más originales y refrescantes que aparecen en escena. El muy talentoso Richard acumula un éxito tras otro y nunca repite las fórmulas de su espectáculo anterior, excepto quizás su gusto por la acrobacia, aunque en alguna de las pocas direcciones que ha hecho de obras ajenas ésta no se halle presente. Por esto, además del placer renovado de asistir a alguno de sus montajes, la sorpresa es un elemento más. A vuela pluma, y siguiendo su trayectoria, se puede afirmar que en las escenificaciones en que es autor, director y actor, tras el dinamismo que imprime a cada momento existe un trasfondo de reflexión que logra unir lo popular con un elemento de sofisticación que no es evidente a primera vista. Con Careo, el unipersonal anónimo
–porque nunca vemos el rostro del protagonista– esto queda plenamente confirmado.
El texto habla de un hombre que siempre ha usado máscara y que despierta en un hospital con el rostro quemado cubierto por la máscara sanitaria, y sin memoria, lo que lo lleva a un esfuerzo retrospectivo para recordar los hechos de su vida. De niño, usó máscaras para cubrirse del frío o para cometer los pequeños hurtos. De grande, para llamar la atención sobre las que vendía de personajes famosos –las muy conocidas de vinil de Salinas, Fox y Calderón– y luego, en la decisión más importante de su vida, para convertirse en luchador, el más famoso y publicitado de todos, el Santo o en su eterno rival Blue DemonIns, encarnando a los dos. Inspirado en la obra de Enrique Olmos de Ita El Santo vs. El Santo y con la asesoría artística de Bárbara Colio, el unipersonal de Richard Viqueira propone la búsqueda de identidad en un mundo en que todos usamos máscaras por diversas razones. El título proviene, según el programa de mano, de las posibles acepciones de la palabra careo y viene a cuento por el enfrentamiento del protagonista consigo mismo y por el momento culminante de su vida de luchador, cuando prensa y público exigen que las dos personalidades, fundamentales en la lucha libre, a las que ha personificado con sus diferentes máscaras, Santo y Blue Demon, se enfrenten en un cuadrilátero. El final nos remite a horribles circunstancias de nuestra realidad nacional.
Esta historia es contada escénicamente con un rigor extraordinario que no omite el humor y las gracejadas. El escenario diseñado por Jesús Hernández, quien también ilumina, es una gran plancha de metal con doce agujeros sostenida por patas también de metal. Doce sillas bajas, también de metal, serán ocupadas por espectadores a los que se ubica bajo la plancha, con sus cabezas saliendo por los agujeros. Viqueira se dirige con las cabezas, a las que dota de diferentes personalidades, las cubre con las máscaras de vinil, en un momento dado une con sogas de ahorcado a dos de ellas y va utilizándolas a todas. También se dirige a la ventana de los técnicos, hace gala de su excelente condición física con brincos y saltos que no inhiben los parlamentos en cada caso y tienen su momento culminante en la lucha de El Santo contra Blue Demon, cuya máscara es manejada en una de sus manos y en que aparece la comicidad, por la fidelidad a momentos de lucha libre, aunque aquí sin adversario real. La precisión de las acrobacias de Richard –que podrían hacer temer por la seguridad de las cabezas de espectadoras y espectadores si no conociéramos sus anteriores trabajos– libra con gran soltura este peligro y los escogidos para estar bajo la plataforma, que tardan poco en salir de su asombro, entran con rapidez en los juegos que se les proponen.
La gama de recursos del actor y director que no sólo recurre a la acrobacia, aunque se apoya mucho en ella, es evidente en esta escenificación, que ojalá tenga mayor difusión entre los jóvenes, los principales seguidores de Viqueira –aunque a muchos viejos nos entusiasme– para que tenga una excelente temporada, con el consabido de boca a boca
que muchas veces llena la butaquería mucho mejor que la publicidad convencional. Hay que destacar las proyecciones en el escenario de Jesús Hernández, Ismael Carrasco y Gonzalo Jacobo Galicia que apoyan en mucho el espectáculo.