on muchas las maneras de hacer viable la continuidad política de una familia en el poder. Perpetuar el apellido es cuestión de establecer lazos por medio de redes de intereses, lazos de parentesco y mucho, mucho dinero. En el mundo actual es fácil toparnos con apellidos recurrentes en la arena política. Da igual que sea España, Francia, Italia, Bélgica o Dinamarca; tampoco América Latina es la excepción. Vivir del apellido puede reportar grandes beneficios. Es un atajo para llegar a los cargos públicos. Concejales, alcaldes, diputados o senadores son puestos apetecibles donde la saga puede conservar la estirpe. De esta forma se va construyendo un conglomerado que culmina en la emergencia de un verdadero patriciado político, donde todos pillan tajada. Y si la familia cae en desgracia, el apellido se rescata vía préstamos bancarios. Una vez reintegrado al tablero de juego, los banqueros se frotan las manos y cobran intereses en regalías, exenciones de impuestos, vista gorda en fraudes financieros y apoyo en caso de quiebra. Esta manera de actuar hace posible que también emerja un patronato económico, integrado por el gran capital especulativo, donde también los apellidos tienen su peso. De esta manera, el patriciado político y patronato económico forman una dupla perfecta en tiempos de crisis. No hay escrúpulos, imponiéndose la ley de la selva como principio de actuación.
Para el patriciado político mantenerse en el poder resulta fácil, sobre todo si se puede recurrir a la familia extensa. Una de las fórmulas más conocidas en caso de dificultad consiste en solicitar la presencia de viudas cuyos maridos fueron prohombres de la patria
. Con ese paraguas y sin necesidad de grandes esfuerzos y con el apellido por delante es posible garantizar el éxito electoral cuando no se tiene recambio. Los ejemplos son varios. En Argentina, Maria Estela de Perón; en Nicaragua, Violeta de Chamorro; en Panamá, Mireya Moscoso de Arias. En otros casos, hijas, hijos, primos, nietos y sobrinos alcanzan cargos públicos. Son diputados, senadores, concejales, gobernadores o alcaldes. Sin obviar la opción de ser nombrados en cargos de confianza, como ministros, subsecretarios, directores generales, etcétera. En Uruguay, sin ir más lejos, del seno de la familia Batlle han salido presidentes, senadores, diputados, etcétera. En Chile la derecha pinochetista exhibe a la senadora Evelyn Matthei, hija del general golpista Fernando Matthei, como una gran política, ministra de Trabajo de Sebastián Piñera; pero también en la socialdemocracia nos tropezamos con Ricardo Lagos Weber, hijo del ex presidente del mismo nombre. Suma y sigue. En Perú la obscenidad viene de la mano de la hija de Alberto Fujimori. En Italia, de la nieta de Mussolini, Alessandra, quien no reniega del fascismo, al contrario lo enarbola. Tampoco España se queda atrás. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón y el ex presidente Aznar, del Partido Popular, provienen de familias cuya incursión en la política data de los años del franquismo. Inclusive, las redes familiares acaban permeando todo el espectro político. Gallardón es primo segundo de la actual ministra de Relaciones Exteriores, Trinidad Jiménez, del PSOE. No quisiera abrumar con datos, pero le sugiero un ejercicio práctico, ponga usted el apellido en función del país que desee.
Esta oligarquización del poder político es una muestra evidente del quebranto democrático. Ahora bien, en beneficio de no centrar todas las críticas en el patriciado político, podemos extrapolar lo dicho a todas las esferas de la vida social. Vea usted los encabezados del cine y el teatro; en sus carteleras comprobará que los apellidos ilustres se reproducen, aunque no tengan las mismas habilidades que sus progenitores. También en el mundo académico; catedrático, hijo de catedrático, abuelo de catedrático. Sin duda los habrá por conocimientos, pero la mayoría lo son por llevar el apellido. No hago alusión a las casas reales, borbones o habsburgos, donde el acceso al poder se considera parte del poder divido y propio de tener sangre azul.
Pero hoy las cosas siguen un camino más perverso y abyecto. Guatemala abre una puerta dentro de la lógica del mantenimiento del patriciado político en el poder. Más allá de méritos personales, cuestión de la cual me permito dudar, la derecha guatemalteca, ante un impasse de liderazgo, decide rizar el rizo. Inmersos en un fraude de ley quieren aprovechar el tirón de Álvaro Colom y presentar a su mujer Sandra Torres de Colom. Lamentablemente una ley de rango constitucional impide que se presenten a la primera magistratura familiares de primer grado. Sin embargo, la derecha ha encontrado la fórmula de sortear la ley. Se trata de anular el matrimonio y solicitar el divorcio; con ello y sin lazos familiares, el obstáculo ya no existe. Los caminos de la política son inescrutables: quienes se juraron amor eterno bajo el ritual católico practicante, rompen su palabra en pro de intereses más terrenales y menos etéreos. La coalición Unidad Nacional de la Esperanza y Gran Alianza Nacional se frota las manos una vez superado el escollo. Gracias a la celeridad de los tribunales guatemaltecos, ya tienen nueva candidata a la presidencia. Los jueces no han tardado mucho en concedérselos. Ahora, Sandra Torres de Colom es una mujer libre, ha repudiado a su marido y puede emprender una carrera política en solitario; seguramente Álvaro, comprensivo y sumiso llora en silencio el abandono de su amada. No es nada personal, sólo negocios, le dijo Sandra cuando cerraba la puerta de su hogar conyugal por última vez. Al menos puede consolarse sabiendo que no le fue infiel con otro hombre –machismo obliga–: simplemente prefiere acostarse con el poder. ¿Da qué pensar?