n la más reciente actualización de la base económica del Banco Mundial (BM) se encuentran datos muy interesantes sobre el volumen de lo que los especialistas de ese organismo identifican como renta proveniente de los recursos naturales.
La serie cubre cuatro orígenes distintos: carbonífera, forestal, minera y petrolera. Las estimaciones, como bien dicen los mismos técnicos del BM, pueden ser un poco mayores a las reales. Pero son buenas estimaciones y ayudan a entender uno de los fenómenos más relevantes de nuestra vida económica. Imagínese si no, cuando el volumen de este tipo de recursos –en este caso sólo centrado en los cuatro ámbitos señalados cuando, sin duda, hay muchos más– casi alcanzó 7 por ciento del producto mundial en 2008 y ha registrado promedio ligeramente inferior a 5 por ciento del producto mundial los últimos seis años. Se trata de volúmenes sólo superados por el nivel de fines de los 70 y principios de los 80, cuando se superó 6 por ciento del producto mundial.
Entender esto es fundamental para comprender el mundo económico de hoy. Por eso no dejo de insistir a mis estudiantes del primer año de la licenciatura en economía de la UNAM, en CU, la necesidad de comprender bien las propuestas clásica y marxista, y confrontarlas con la síntesis neoclásica. No sólo respecto de la determinación del valor de cambio, del precio natural de Ricardo –siempre expresión de su capacidad de cambiarse, de su valor a decir de Marx–, sino también de las razones –agrega Ricardo– por las que este precio natural experimenta variaciones accidentales y temporales. Marx reconocerá en esta observación de David Ricardo una de las expresiones privilegiadas para describir el movimiento cíclico de la economía capitalista y la aparición de problemas recurrentes. Y enfatizará que todos los precios deben alinearse a su precio natural, so riesgo de generar graves distorsiones que amenazarán no sólo el presente, sino el futuro de la sociedad capitalista.
En términos marxistas se usa decir que se impone la ley de valor, la que –a decir de José Valenzuela, nuestro admirado maestro de la UAM– experimenta una regularidad objetiva necesaria, y se encuentra en el núcleo más íntimo del movimiento económico de la sociedad capitalista, al operar como fundamento de su evolución. Así, por más que se pretenda acceder a una cantidad de trabajo social mayor de la utilizada en la producción de un bien, sólo la reivindicación a cada una de las esferas del tiempo socialmente necesario gastado –no sólo pagado– garantizará la marcha de la economía.
Así, la reproducción económica en una escala ampliada que permita que el bienestar social no se deteriore con el crecimiento de la población dependerá del cumplimiento tendencial de esta ley del valor. Pero, ¿cómo se satisface en cada una de las esferas del trabajo social y en su conjunto? Por la mayor facilidad para la difusión tecnológica internacional, en el ámbito de la industria manufacturera el trabajo tiende a ser más homogéneo. Así, en el mercado, en pleno proceso de obtención de una ganancia media, las transferencias de valor al interior de las ramas y entre ellas tienden a ser menores. No así en la producción de bienes derivados de la explotación de los recursos naturales, pues la difusión tecnológica en la producción agropecuaria, minera, piscícola, forestal, petrolera –entre otras– no elimina la esencial influencia de fertilidad y ubicación.
¿Ejemplos? Muchos. Francia, Reino Unido y Egipto en el caso del trigo, y en relación con China, India, Estados Unidos y Rusia, con mayor volumen producido, pero menor fertilidad. China e India producen casi la mitad del arroz en el mundo, con rendimientos de China del doble de los de India. México, por ejemplo, se caracteriza por altos rendimientos pesqueros en el caso del atún. Y los países árabes –como se sabe– disfrutan los pozos petroleros de mayor fertilidad –hasta nueve o 10 mil barriles al día por pozo, en promedio– rendimiento cercano al que disfrutamos –para citar un notable pero lamentable ejemplo doméstico– con el deteriorado yacimiento de Cantarell.
Las minas de cobre en Chile o los plantíos de café en El Salvador son otros buenos ejemplos. Estas diferencias –incluso enormes– explican las rentas que representan importantes transferencias internacionales de las esferas industriales a las de productos primarios. También explican –como en el triste caso de México, en el que la tributación no petrolera jamás ha sobrepasado 11 por ciento del PIB– esquemas fiscales pobres y economías parcialmente parasitarias. Por cierto, esta enorme cantidad de recursos por concepto de renta –con mucho futuro aún–, entre otras cosas, explican la enorme relevancia de los llamados Fondos Soberanos, que han jugado un papel muy importante en el comportamiento reciente del mercado financiero internacional. Ya nos tocará comentarlo. Pronto, muy pronto.