Domingo 29 de mayo de 2011, p. 2
Convencida de que la realidad no sólo es mucho más compleja de lo que imaginamos, sino de lo que podemos incluso llegar a imaginar, Leonora Carrington, con su telescopio y su microscopio amalgamados simbólicamente en la imagen alquímica del huevo –yema y clara, Sol y Luna, masculino y femenino, día y noche al mismo tiempo– supo siempre que en su obra era posible mirar hacia el pasado y descubrir una tradición viva que se remonta más allá de sus ancestros celtas hasta llegar a sus pinturas favoritas: el bestiario de las cuevas de Altamira. Sin embargo, en su obra también es posible escudriñar el futuro y sus pavorosos enigmas. No en balde esta artista vio la vida con ambos ojos –telescopio y microscopio, hacia fuera y hacia adentro– como escribía y dibujaba con ambas manos. Ambidiestra y ambisiniestra. Interesada en lo Grande y lo Pequeño –eso que en el simbolismo tradicional se conoce como los Grandes Misterios y los Pequeños Misterios– nunca se desentendió de los grandes temas científicos o filosóficos; pero tampoco le dio jamás la espalda a lo que podrían considerarse las minucias y los detalles de la realidad cotidiana que, en realidad, pueden ser más grandes y misteriosos que los mayores misterios y temas.