ien, he aquí lo que el presidente Barack Obama debería decir este jueves con respecto a Medio Oriente: “Mañana nos vamos de Afganistán. Mañana nos vamos de Irak. Dejaremos de dar apoyo incondicional y cobarde a Israel. Obligaremos a los estadunidenses –y a la Unión Europea– a poner fin al sitio de Gaza. Suspenderemos todo financiamiento futuro a Israel a menos que cancele, total e incondicionalmente, su construcción de colonias en tierra árabe que no le pertenezca. Cesaremos toda cooperación y negocios con los pérfidos dictadores del mundo árabe –sean sauditas, sirios o libaneses– y apoyaremos la democracia aun en los países donde tenemos enormes intereses de negocios. Ah, sí, y hablaremos con Hamas”.
Desde luego el presidente Obama no dirá eso. Hombre timorato y vanidoso, hablará de los amigos
de Occidente en Medio Oriente, de la seguridad de Israel –palabra que jamás ha dedicado a los palestinos– y predicará sobre la Primavera Árabe como si él la hubiera respaldado alguna vez (hasta que los dictadores pusieron pies en polvorosa, claro), como si cuando el pueblo egipcio necesitaba desesperadamente su apoyo él hubiera puesto su autoridad moral a su disposición, y sin duda lo oiremos decir lo grandiosa que es la religión islámica (pero no demasiado, o los republicanos volverán a exigir el certificado de nacimiento de Barack Hussein Obama) y nos pedirá –sí, me temo que eso hará– volver la espalda al pasado de Bin Laden, buscar un cierre
y seguir adelante
(cosa en la que me parece que el talibán no estará de acuerdo).
Obama y su igualmente temerosa secretaria de Estado no tienen idea de lo que enfrentan en Medio Oriente. Los árabes ya no tienen miedo. Están cansados de sus amigos
y hartos de nuestros enemigos. Muy pronto los palestinos de Gaza marcharán a la frontera de Israel y exigirán volver a casa
. El domingo tuvimos una señal de esto en las fronteras de Siria y Líbano. ¿Qué harán los israelíes? ¿Matar palestinos por miles? ¿Y qué dirá Obama entonces? (Por supuesto, llamará a la prudencia de ambas partes
, frase heredada del torturador que lo precedió en el cargo.)
Me parece que los estadunidenses sufren de lo mismo que los israelíes: se engañan con sus propios argumentos. Los estadunidenses siguen refiriéndose a la bondad del Islam; los israelíes, a su entendimiento de la mente árabe
. Pero no es cierto. El Islam como religión tiene poco que ver en esto, como tampoco el cristianismo (palabra que no oigo mucho en estos días) ni el judaísmo. Este movimiento es cuestión de dignidad, honor, valor, derechos humanos, cualidades que en otras circunstancias Estados Unidos siempre elogia, y que los árabes sienten merecer. Y tienen razón. Es tiempo de que los estadunidenses se liberen de su temor a los cabilderos israelíes –a los del partido Likud, para ser exactos– y sus repulsivas acusaciones de antisemitismo a todo aquel que se atreva a criticar a Israel. Es tiempo de que tomen ánimos de la inmensa valentía de los miembros de la comunidad judía estadunidense que hablan de las injusticias que cometen tanto Israel como los líderes árabes.
Pero, ¿dirá algo así este jueves nuestro presidente favorito? Olvídenlo. Éste es un presidente de palabras melifluas que debería –¿por qué hemos olvidado esto?– haber devuelto el Premio Nobel de la Paz porque ni siquiera ha podido cerrar Guantánamo, ya no digamos lograr la paz. Barack Obama tendría que haber vivido en el mundo real y no es ningún Gandhi, como si Gandhi –y hay que alabar al Irish Times por destacar esto– no hubiera tenido que combatir al imperio británico. Eso sí, tendremos a los analistas de costumbre en Estados Unidos diciéndonos lo maravillosas que son las peroratas de ese hombre desdichado.
Y luego viene el fin de semana en que Obama tendrá que dirigirse al Comité Estadunidense Israelí de Asuntos Públicos, el amigo
cabildero más grande y poderoso de Tel Aviv en Washington. Y será volver al principio: seguridad, seguridad, seguridad, con escasa –si alguna– mención a los asentamientos en Cisjordania y, de seguro, muchas alusiones al terrorismo. Y sin duda, alguna referencia a la muerte (no usemos la palabra ejecución) de Osama Bin Laden.
Lo que Obama no entiende –y de lo que, desde luego, la señora Clinton no tiene la menor idea– es que, en el nuevo mundo árabe, no se puede confiar ya en dictadores lambiscones ni en la adulación. Tal vez la CIA tenga que entregar fondos, pero sospecho que pocos árabes querrán echar mano de ellos. Los egipcios no tolerarán el sitio de Gaza. Tampoco los palestinos, me parece. Ni los libaneses, para el caso, ni los sirios cuando se hayan librado de los jefes de clanes que los gobiernan. Los europeos caeremos en cuenta de ello más rápido que los estadunidenses –después de todo, estamos bastante más cerca del mundo árabe– y no dejaremos que la complaciente indiferencia de Washington al robo israelí de propiedades guíe nuestras vidas para siempre.
Por supuesto, será un enorme deslizamiento de placas tectónicas para los israelíes, que deberían felicitar a sus vecinos árabes y a los palestinos por unificar su causa, y mostrar amistad en vez de miedo. Hace mucho que se rompió mi bola de cristal, pero recuerdo lo que Churchill dijo en 1940: “Lo que el general Weygand llamó la batalla por Francia ha terminado. La batalla de Gran Bretaña… está a punto de empezar”.
Bueno, el viejo Medio Oriente ha terminado. El nuevo Medio Oriente está por comenzar. Y más vale que despertemos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya