Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Austeridad fiscal: la regla de oro
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ientras el tiempo corre, el debate sobre la manera de enfrentar la crisis económica se descarrila y toma un camino peligroso. Ese sendero está trazado alrededor de la idea equivocada de que los orígenes de la crisis se encuentran única y exclusivamente en el endeudamiento público. Alrededor de esta obsesión con la deuda pública se han organizado hoy los instrumentos de la política del rescate y recuperación, como si el génesis de la crisis se explicara por la expansión de la deuda pública. El resultado es que no sólo no se podrá asegurar la recuperación, sino que se anuncia un escenario mucho más sombrío para el futuro inmediato.

En el ámbito de la política económica, desde Washington hasta Bruselas y Francfort, el principal enemigo es el endeudamiento público y la forma de enfrentarlo es con austeridad fiscal: ¡recortad el gasto público que ya os saldrán bien las cuentas! Ni una palabra sobre el aumento de impuestos en un ejercicio redistributivo. Ni una referencia al impacto del recorte fiscal sobre la recesión. Se ha borrado del debate la idea de que el saneamiento de las finanzas públicas sólo se logrará en un contexto de crecimiento y que la manera de lograr eso es compensando el desplome de la inversión privada.

Lo primero que se evita discutir es el trasfondo del crecimiento de la deuda pública. Lo cierto es que la relación deuda pública consolidada frente al PIB en Estados Unidos y la eurozona (16 países) se mantuvo estable entre 1999 y 2007. Para la eurozona esa razón osciló alrededor de 70 por ciento, mientras que en Estados Unidos fue de 60 por ciento. Pero a partir de 2007, ese porcentaje comienza a incrementarse hasta rozar 100 por ciento el 90 por ciento para Estados Unidos y la eurozona respectivamente. Esta expansión del endeudamiento está íntimamente relacionada con la socialización de las pérdidas del sector bancario al estallar la crisis.

Durante los 25 años que precedieron a la crisis, los bancos de las principales economías capitalistas gozaron de un terreno de juego en el que la única regla era maximizar ganancias en el muy corto plazo. La desregulación financiera y la política monetaria relajada condujeron a una economía de casino. Cuando estalló la burbuja de los bienes raíces y los activos tóxicos el primer reflejo de los gobiernos fue socializar las pérdidas de los bancos y del sector no bancario con una majestuosa inyección de recursos públicos: que paguen los causantes.

En Estados Unidos esto se llevó a cabo con el primer TARP de Paulson en la era de Bush. La administración Obama prosiguió con un esquema similar bajo Geithner y Summers. En Europa, los gobiernos nacionales utilizaron instrumentos análogos y la crisis de endeudamiento no se hizo esperar.

Los líderes europeos en Bruselas y Francfort comenzaron a diseñar y aplicar programas de rescate para los países con mayor endeudamiento: Grecia, Irlanda y ahora Portugal. Este proceso culmina con la creación del Fondo europeo de estabilización financiera que tiene por objeto evitar la caída en un proceso de moratorias de deuda pública que probablemente daría la estocada final a la moneda común.

En Estados Unidos el debate sobre la austeridad fiscal y el techo de endeudamiento se organizó alrededor de la necesidad de contar con una política de recorte del gasto público. Obama ha aceptado los términos de este debate, aunque intenta echarle la responsabilidad a los republicanos. En Europa la imposición de la austeridad está basada en las mismas premisas neoliberales. Su piedra de toque es la convicción de que el sector privado y el libre mercado hacen todo bien, mientras que el sector público y la regulación son obstáculos para el crecimiento y la prosperidad.

Aún cuando esas premisas neoliberales fueran correctas (y evidentemente no lo son), lo cierto es que en la actualidad se han dejado de lado las otras caras de la crisis: la insolvencia de los bancos y su incapacidad para desempeñar su papel de intermediación financiera, la contracción en la inversión del sector privado y la extraordinaria concentración de riqueza e ingreso durante los últimos 20 años.

Muchos bancos europeos (sobre todo alemanes y franceses) seguirán navegando con su cara dura, pero su contabilidad emite un rancio olor a bancarrota. La recesión se agravará si la inversión del sector privado no repunta y, al mismo tiempo, se restringe el gasto público. Y la concentración del ingreso no ayudará a combatir el colapso en la demanda agregada. Este problema es el crisol en el que se forjaron las contradicciones que conducen a la crisis. Sin embargo, el debate sobre la redistribución del ingreso ha quedado en el olvido.

A pesar de todo lo anterior, la guerra se concentró erróneamente sobre el endeudamiento público. Es la guerra equivocada, pero se debe a que desde Washington a Bruselas, la política se subordinó a los dictados del capital financiero. Parece que la política aceptó aquel viejo refrán. Esta es la regla de oro: quien tiene el oro hace las reglas.