l tiempo, el Gran Hechicero, le ha dado la razón a Ernesto Sabato cuando tomó distancia del comunismo real, cuando levantó su crítica contra la supuesta neutralidad de la ciencia o cuando alzó la voz para advertirnos del peligro que representa la banalidad del circo literario.
Sus primeras dudas sobre el comunismo las confirmó el exterminador José Stalin; su crítica a la supuesta neutralidad científica la corroboró la Segunda Guerra Mundial y los expertólogos que en nuestros días dan cuenta mediante análisis finos
de realidades que no existen y, finalmente, una industria editorial engullida por el mercado, salvo pocas excepciones, nos ha mostrado que el circo literario es el eslabón de un gran negocio que ha contribuido a degradar la educación: un arsenal de libros especializados
y autores desconocidos ha hecho a un lado a los clásicos en muchas escuelas.
Para Sabato: “Las modas nada tienen que ver con la historia profunda de la literatura. Kafka nunca formó parte de ningún boom de literatura checa”.
Su decisión a ser impopular a causa de sus ideas le permitieron a Ernesto Sabato hacer en el año 2000 una dura crítica a las sociedades modernas por haber perdido valores básicos como la dignidad, el desinterés, la honestidad, el gusto por hacer las cosas bien hechas
y el respeto por los demás.
Desde sus primeros libros la polémica fue una constante de su vida. Su libro de ensayos Uno y el universo por haber cuestionado directamente la imparcialidad ética del quehacer científico y El túnel, su primera novela, por su tono notoriamente existencialista. Tono que persistió en los otros dos libros de su imprescindible trilogía: Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador.
En 1948 luego de ser rechazada por varias editoriales, la legendaria revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, publicó El túnel, novela cuya trama se encuentra atravesada por la locura y la angustia del hombre contemporáneo y en la que conviven en el personaje central de la novela el amor y el odio desmedidos. Si el provincialismo editorial argentino de aquellos años no vio en El túnel una gran novela, Albert Camus promovió que Gallimard la publicara en Francia.
No debe extrañarnos que una revista publicara El túnel. Durante muchos años las revistas y suplementos culturales fueron el verdadero termómetro del quehacer literario: plataforma de una sensibilidad pero también un mecanismo de control de calidad que garantizaba a los lectores no encontrarse con poetas sordos ni con narradores y ensayistas tartamudos.
Cuando apareció El túnel en 1948 Sabato no era un desconocido en el mundo literario. Aunque profesionalmente se había doctorado en física, era colaborador de Sur desde 1940 por intervención de uno de sus antiguos maestros: Pedro Henríquez Ureña. Y no era poca cosa ser colaborador de Sur. Según Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, esa revista logró crear una verdadera comunidad de lectores.
En su discurso por el premio Cervantes, Sabato dio cuenta de algo así como su credo literario. El alma, decía, es el lugar en la que aparecen los fantasmas del sueño y la ficción. Los hombres construyen penosamente sus inexplicables fantasías porque están encarnados, por que ansían la eternidad y deben morir, porque desean la perfección y son imperfectos, porque anhelan la pureza y son corruptibles. Por eso escriben ficciones
.
Dostoievski, dijo en aquella ocasión, se propuso escribir un folleto sobre el problema del alcoholismo en Rusia y le salió Crimen y castigo. Cervantes quiso escribir una regocijante parodia de las novelas de caballería y terminó creando una de las más conmovedoras parábolas de la existencia
.
Tal vez Ernesto Sabato sólo quiso escribir tres novelas, El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador y terminó haciendo un retrato de los pliegues más oscuros del corazón del hombre donde el amor se trunca en odio y la luz en esa penumbra que acompaña a los ciegos. Su obra es breve, su literatura, vasta.