no, dos, 300, 5 mil, 25 mil… 40 mil y más.
Se dice que son 40 mil mexicanos los que han muerto por causas violentas desde que Felipe Calderón asumió la Presidencia. Se dice eso, pero es muy posible que ese dato sea equivocado. Al hablar de nuestro gobierno y de nuestros gobiernos pasados de todo se debe desconfiar y de todo, salvo de los muertos, es necesario descreer. De los muertos no se debe descreer: ahí están los cuerpos, ahí están los testimonios de los familiares, ahí está el encono de la ciudadanía, ahí están los discursos gubernamentales y su intento de justificación. Desconfiar, descreer y cuestionar debe ser motto de los mexicanos.
Cuarenta mil muertos son demasiados muertos. La cifra es una monstruosidad. El embrollo tiene demasiadas aristas: los principales son la impunidad y la legalidad de los asesinatos. Otros son la desconfianza en el gobierno, la pésima imagen de México en el extranjero, las mermas económicas, sobre todo en el turismo, la idea de que salvo los familiares de los gobernantes todos somos víctimas potenciales del duopolio representado por la ineficiencia gubernamental y el poder del narcotráfico y, finalmente, la posibilidad de la costumbre. Cuando una sociedad se acostumbra la esperanza se derruye.
Acostumbrarse a la violencia puede ser una enfermedad muy grave. Acostumbrarse al México de Calderón y sus antepasados podría ser una epidemia. Los asesinatos se han convertido en norma, la injusticia en ley, la impunidad en una forma de gobernar y la inoperancia estatal en regla. Esa suma deviene el peor de los escenarios: asesinar es legal. Aunque las cárceles están saturadas, la mayoría de los reos no son asesinos, son presuntos culpables.
El presidente Felipe Calderón no es el único responsable de las 40 mil muertes. En más de una ocasión ha hablado, con razón, de las malas herencias del gobierno previo. Vicente Fox aseveraba lo mismo cuando cavilaba
acerca de su antecesor, Ernesto Zedillo y, si éste no lo hacía de su predecesor era por ignorancia o por asumir la mística del PRI. Y así, de Zedillo para atrás.
Entre otras razones, gracias a su situación económica, y a la posibilidad de acceder a servicios médicos óptimos, hoy cohabitan y viven muchos ex presidentes; además de Fox, y de Zedillo, perviven Carlos Salinas, Miguel De la Madrid y Luis Echeverría, unos en buenas condiciones y otros en regulares. Calderón tiene razón: él no es el único responsable del desmoronamiento y de la destrucción del país. Aupados por la lógica de Calderón y arropados por el lema de Javier Sicilia, ¡Estamos hasta la madre!
, sería opimo y sano sentar a la camada de ex presidentes junto con Calderón para escucharlos, para saber qué piensa el uno del otro, para que emitan un diagnóstico del México contemporáneo y, ¿por qué no?, para conocer su opinión acerca del destino de algunos ex presidentes como los de Egipto, Túnez o del israelí Moshe Katzav, condenado por abuso de autoridad.
Si en México el abuso de la autoridad no tiene límites, ¿por qué no podríamos los mexicanos concebir un mecanismo para contrarrestar ese abuso por medio de un diálogo público de nuestros ex presidentes bajo la tutela de Calderón? Después de todo, la gimnasia presidencial y la responsabilidad de los ex presidentes nunca tendría por qué finalizar. Son varios los ex presidentes depuestos en otros países en espera de ser juzgados. La enfermedad y la epidemia de la violencia en México podría transformarse en remedio, y quizás en cura si emulásemos lo que en otras latitudes sucede. Además de los presuntos culpables, hay culpables reales. ¿Qué opina Carlos Salinas de lo que ahora sucede?, ¿qué dice Fox de Zedillo?, ¿y qué dirían todos acerca de la justicia mexicana con respecto al caso Luis Echeverría?
Cuarenta mil mexicanos han sido asesinados por el desgobierno en lo que va del último sexenio. Muchos decapitados, otros colgados, buena parte, torturados. La monstruosidad de los asesinatos prosigue porque no se ejerce justicia. ¿Cuántos asesinos están tras las rejas? La incompetencia gubernamental es vasta. Carece de límites. Cuarenta mil muertos dan cuenta del fracaso de la ley. Cuarenta mil cadáveres en espera de respuesta retratan bien al gobierno mexicano.
Lo peor que le puede suceder a la sociedad es acostumbrarse. La marcha recién finalizada es un respiro y un antídoto contra la enfermedad de la costumbre. Uno, veinte. 10 mil, 40 mil. Nadie, en su sano juicio, pensó en que después del primer crimen se podrían acumular tantos cadáveres.