n un discurso pronunciado ayer en El Paso, Texas, en la frontera con México, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció su decisión de impulsar una reforma migratoria en el Congreso de su país y pidió a la comunidad latinoamericana local que añada sus voces a este debate
, a efecto de que Washington sepa que hay un movimiento en favor de la reforma que gana fuerza de costa a costa. Así lo lograremos
.
Cabe recordar que la propuesta migratoria constituyó –junto con el cierre de Guantánamo, la reforma al sistema de salud estadunidense y el fin de la guerra en Irak– uno de los puntos más avanzados y esperanzadores de la campaña presidencial de Obama, que le granjeó las simpatías de buena parte del voto hispano y del electorado progresista en 2009. Sin embargo, al igual que como ocurrió con otros aspectos positivos de su agenda, y a pesar del cúmulo de concesiones que realizó a los sectores conservadores y belicistas del establishment de Estados Unidos, el hoy mandatario fue incapaz de concitar, en torno al tema migratorio, un respaldo legislativo suficiente durante la primera mitad de su gobierno: antes al contrario, el Senado rechazó en diciembre pasado la llamada Dream Act, propuesta que habría otorgado a jóvenes nacidos en el extranjero la posibilidad de convertirse en residentes legales después de pasar dos años en la universidad o en las fuerzas armadas, y la sociedad estadunidense asistió, en el último bienio, a la intensificación de expresiones de racismo y xenofobia dentro y fuera de los marcos normativos, como quedó de manifiesto con la aprobación de la impresentable Ley SB1070 por el Congreso de Arizona.
Posteriormente, con la derrota del Partido Demócrata en las elecciones intermedias de noviembre pasado, parecía haberse disipado toda la oportunidad para que Obama pudiera, con la Cámara de Representantes bajo control republicano, dar pasos significativos en los virajes que la sociedad de Estados Unidos requiere en múltiples aspectos, incluida la política migratoria.
Con tales antecedentes, el anuncio formulado ayer resulta positivo y saludable, sobre todo porque se produce cuando el mandatario se encuentra en una inesperada posición de fuerza política: el reciente asesinato de Osama Bin Laden –hecho reconocido y saludado por los sectores del conservadurismo más recalcitrante del vecino país– dotó a Obama de un renovado impulso, amplió súbitamente su margen de maniobra ante sus contrapartes republicanas y lo reposicionó frente al conjunto de sus interlocutores, sobre todo los de la oposición. En tal circunstancia, es posible que la reforma migratoria tenga ahora incluso más posibilidades de ser avalada en el Capitolio que cuando éste estaba controlado por una mayoría legislativa predominantemente demócrata.
Ciertamente, sería paradójico que una eventual aprobación legislativa de esta enmienda se lograra con el impulso político de una acción que, según todos los datos disponibles, se trató de un acto de terrorismo de Estado y confirmó la continuidad belicista y unilateral entre el actual ocupante de la Casa Blanca y su antecesor. Pero independientemente de los deplorables factores que puedan estar incidiendo en este súbito reacomodo de posiciones políticas, es impostergable que las autoridades de la nación vecina provean, cuanto antes, una vía para que millones de indocumentados que viven en aquel país se regularicen, y que sean sujetos de protección gubernamental efectiva y tangible, habida cuenta de que representan uno de los grupos más vulnerables.
Desde luego, la aprobación o la negativa a la reforma migratoria dependerá, en última instancia, de las negociaciones que se gesten y desarrollen en el interior de la clase política del vecino país; pero también incidirá la capacidad de movilización que puedan mostrar los propios migrantes en territorio estadunidense. Cabe esperar que ese sector de la población ejerza, mediante una renovada presión política y social, un contrapeso efectivo a los sectores chovinistas y xenofóbicos de Washington e incluso a las vacilaciones e inconsecuencias que han caracterizado al propio mandatario.