ste texto es mío. El título no lo es. Se trata del título (y vocación, a la vez) de un interesante producto musicológico y musical producido y realizado recientemente por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Según se le quiera mirar y escuchar, es un disco-libro, o un libro-disco, que arroja mucha y muy esclarecedora luz sobre un buen número de asuntos relevantes de la historia de la música mexicana. Este interesante objeto de estudio y audición es el número 51 de la serie Testimonio Musical de México y, por dondequiera que se le aproxime y analice, es un amplio, vasto y muy disfrutable recorrido por regiones muy específicas, e históricamente significativas, del desarrollo de ciertas músicas de México.
Venturosamente para quien lea las 300 páginas y escuche los seis discos compactos de este álbum (de alguna manera hay que llamarlo), el universo musical de referencia está acotado con claridad, tal como se manifiesta puntualmente en el prefacio: se trata de una exploración de la música que escuchaban los mexicanos en el siglo XIX y los primeros años del XX. Incluso con su materia de estudio delimitada de esa manera, la cantidad de información y de música aquí presentada es vasta, casi abrumadora.
La parte musicológica presenta 27 ensayos sobre muy diversos tópicos, relacionados de manera muy directa con el contenido de los seis cedés: 120 tracks de música mexicana que van desde los toques militares más sencillos hasta las polkas y los valses de salón más elaborados. Y en medio, toda clase de géneros, formas y estilos, cuya audición integral puede proporcionar al oyente atento una visión panorámica y bastante completa del mundo musical aludido en el prefacio del libro: danzas, jarabes, mazurkas, peteneras, folías, sones, canciones de variada procedencia étnica, variaciones, habaneras, cantos chamánicos, romances, gavotas, corridos, marchas, danzones, ritmos afrocaribeños, boleros, canciones rancheras, canciones yucatecas, foxtrots, dixielands y algunas cosas más.
La revisión de toda esta música permite descubrir que la materia sonora aquí reunida se refiere fundamentalmente a diversas esferas de la música popular mexicana, sin demérito de buena cantidad de música de salón que, hasta nuestros días, suele ser colocada en la tenue frontera (si es que la hay) entre la música de raíz plenamente popular y la de aliento académico. No falta, sin embargo, un par de ejemplos de músicas más elaboradas, como el Cuarteto de cuerdas de Guadalupe Olmedo y un puñado de piezas sacras de Miguel Bernal Jiménez. Algunas de las grabaciones recopiladas en este notable álbum musical del INAH provienen de discos compactos grabados más o menos recientemente por los más destacados sellos disqueros mexicanos; otras, quizá las más interesantes por poco conocidas, son grabaciones históricas realizadas en diversos medios en los albores tecnológicos del registro sonoro. La gran mayoría de los tracks trae aparejada la información respectiva sobre autores e intérpretes y, en muchos casos, los responsables de las grabaciones. Ejemplos musicales, una iconografía parca pero interesante, bibliografías, discografías, ligas electrónicas, son el complemento ideal de los textos, en los que puede percibirse una atractiva variedad de enfoques sociales, antropológicos o estrictamente musicológicos. De interés particular, el hecho de que en los textos se alude al importante papel de los medios (prensa, radio y cine principalmente) en la conformación, desarrollo y divulgación de ciertas formas y géneros populares. Se trata, en suma, de una edición cuya lectura paciente y audición cuidadosa puede satisfacer gratamente al melómano e ilustrar al estudioso. Sobre todo, la revisión de …y la música se volvió mexicana permitirá redescubrir la asombrosa cantidad y variedad de semillas, tierras, abonos y aguas nutricias que conformaron, y siguen conformando, el complejo y rico perfil sonoro y cultural de la música mexicana.