El escritor argentino falleció la madrugada de ayer a los 99 años, en Santos Lugares
Rescataba la humildad como un refugio para la vida más digna
Sus restos fueron velados en el club de futbol Defensores, del barrio donde vivió durante 60 años
Domingo 1º de mayo de 2011, p. 2
Buenos Aires, 30 de abril. En un día gris de otoño, durante la madrugada, falleció a los 99 años el escritor Ernesto Sábato, reconocido como uno de los máximos referentes de la literatura argentina y latinoamericana y como hombre que vivió soñando con un mundo mejor, más justo y sin guerras, aunque siempre estamos dando vueltas en ese camino, sin poder llegar
, como decía.
La noticia se conoció desde temprano y se vivió especialmente en el ámbito de la 37 Feria del Libro –la más grande que se recuerde–, donde este domingo le iban a hacer un homenaje al que estaba previsto asistirían miles de admiradores, y donde iba a estar representado por su hijo el cineasta Mario Sábato. Las autoridades de la feria decidieron mantener el homenaje, que se realizará después del entierro en un cementerio privado de la localidad bonaerense de Pilar .
Murió en su casa sencilla en Santos Lugares, localidad del sector popular de la provincia de Buenos Aires, al oeste de la capital argentina, donde vivía desde hace 60 años, y cómo el había pedido, sus restos fueron velados esta tarde, en un club de su barrio (Defensores de Santos Lugares), rodeado por vecinos, que desde la mañana comenzaron a dejar ramos de flores en las rejas y mensajes colgados en los árboles de su casa.
Hacía años que su salud estaba quebrantada, y desde 2008 había empeorado. Sólo recibía a familiares y amigos muy cercanos. Aunque aparecía como un hombre hosco, tenía un humor muy especial y rescataba la humildad como un refugio para la vida más digna
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También había pedido expresamente austeridad en su velatorio y que no enviaran arreglos florales o que, en todo caso, se reuniera ese dinero para una fundación que ayuda al hospital público para niños más importante de esta capital.
Sábato nació el 24 de junio de 1911 en Rojas, Provincia de Buenos Aires; luego vivió en La Plata, capital provincial, donde estudió física. Allí conoció a Matilde Kusminsky Richter, con quien se casó en 1936, y por la iglesia en 1990.
La muerte de su esposa en 1998 fue un golpe que no superó, como tampoco la de su hijo mayor Jorge Sábato, quien falleció en 1995 en un accidente automovilístico. En sus últimos años vivió con Elvira González Fraga, quien fue su asistente, y quien lo cuidó con dedicación en todo este tiempo. Sábato tuvo una vida muy buena, amó a su esposa Matilde y a sus hijos y siempre fue muy querido
, dijo Elvira, quien confirmó que el escritor falleció a causa de una neumonía y que en los últimos tiempos su salud era muy delicada, pero todavía pasaba buenos momentos
escuchando música.
Sábato tuvo una vida muy buena, amó a su esposa Matilde y a sus hijos y siempre fue muy querido, dijo Elvira González Fraga, su compañera
En 1938, Sábato obtuvo el doctorado en física en la Universidad Nacional de La Plata, y fue becado para ir a Francia, donde trabajó en el Laboratorio Curie, en París. En ese mismo año nació allí su primer hijo, y fue en la capital francesa donde se acercó al movimiento surrealista y a la obra de Óscar Domínguez, Benjamín Péret, Roberto Matta Echaurren y Esteban Francés, entre otros.
Sábato reconocía además la gran influencia sobre su vida y su obra que tuvo el dominicano Pedro Henríquez Ureña. En un fragmento de la primera parte de su libro Antes del fin, publicado en 1999, al hablar sobre su época universitaria, dice: Se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó a ser titular de ninguna de las facultades de letras
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A Henríquez Ureña “le debo mi primer acercamiento a los grandes autores, y recuerdo su sabia admonición: ‘donde termina la gramática empieza el gran arte’, porque no era partidario de la concepción purista del lenguaje, por el contrario, estaba cerca de Vossler y Humboldt, quienes consideraban el idioma como fuerza viva en permanente transformación”.
En 2004, cuando fue homenajeado en la ciudad de Rosario durante el tercer Congreso de la Lengua, dijo a La Jornada que había que recuperar aquellos resplandores, como los que hubo en tiempos en los que Argentina y México eran los lugares de encuentro de todos los hombres de las palabras y la gran literatura
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