s lugar común decir que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Me parece que lo que le sucedió a México entre 1853 y 1854 y lo que está pasando en esta época, especialmente el terrible 2011, tiene algo o mucho de semejante; nuestros gobernantes, muchos de los analistas políticos, y seguramente buena parte de la sociedad, han olvidado o no quieren recordar que en 1854 el general Antonio López de Santa Anna vendió por 10 millones de dólares un territorio mexicano de más de cien mil kilómetros cuadrados, llamado La Mesilla, al gobierno de Estados Unidos.
Santa Anna, después de su vergonzosa actuación en la guerra de 1847-1848, había regresado de su destierro y puesto nuevamente en el gobierno, a solicitud de conservadores, liberales moderados y liberales puros; de la misma manera que hoy, en ciertas ocasiones, se ponen de acuerdo los partidos en el Congreso. Entonces, ante la grave situación por la que pasaba el país, no tuvieron otra ocurrencia que traer al ya para entonces viejo dictador, sólo para darle la oportunidad de que cometiera uno más de sus garrafales errores históricos.
Igual que lo que hoy sucede al huésped de Los Pinos, el gobierno estadunidense presionaba al desorientado e indeciso huésped del Palacio Nacional con amenazas de males graves para la nación que gobernaba si no cedía a diversas pretensiones territoriales y otras que comprometían nuestra soberanía.
Habían enviado a un empresario con poderes diplomáticos amplios para la negociación, míster James Gadsden, quien presentó diversas opciones, todas inaceptables; vender Baja California, partes de Chihuahua, Sonora, Tamaulipas y Nuevo León y el paso franco por el siempre codiciado Istmo de Tehuantepec, todo a cambio de algunos millones de dólares, tal como hoy.
Las presiones de entonces consistían en armar a las tribus de pieles rojas que habían quedado en el territorio estadunidense para que, con armas nuevas proporcionadas por nuestros vecinos del norte, incursionaran de este lado de la frontera, saqueando ranchos y pueblos mexicanos y creando un ambiente de zozobra y angustia, como hoy se arma –recordar Rápido y furioso– a la llamada delincuencia organizada para fines similares.
También en ese turbulento siglo XIX proporcionaron armas, transporte y paso franco por su territorio, a famosos filibusteros que invadieron nuestro país con la pretensión de crear unos absurdos estados independientes, en Baja California y en Sonora. La historia recuerda al conde francés Gastón Raouset-Boulbon, quien murió fusilado en Guaymas, y al aventurero estadunidense William Walter, quien se designó a sí mismo presidente precisamente de Baja California y Sonora.
El debilitado gobierno santanista no tenía ni el apoyo popular suficiente, sólo el de los políticos, ni el patriotismo, ni el valor personal para enfrentar a nuestros abusivos vecinos, y acabó, después de un tortuoso y denigrante regateo, cediendo lo que seguramente querían, desde un principio: el estratégico y extenso territorio que forma parte ahora de los estados de Nuevo México y Arizona, al norte de Sonora, la famosa Mesilla.
En este tiempo, el gobierno estadunidense presiona al nuestro de diversas maneras. Pretende ser el vigilante del respeto a los derechos humanos, califica a nuestro país y le reclama que sus incontables adictos a las drogas se surtan con mercancía que les llegan del sur; se trata evidentemente de una doble moral: ellos toleran en su propio territorio el trasiego de los estupefacientes, pero se rasgan las vestiduras porque las mismas se producen en nuestro territorio o pasan por él.
Quieren, por supuesto, algo de nosotros; quizá muchas cosas, pero una sin duda, que ya consiguieron, son los llamados contratos incentivados con Petróleos Mexicanos. Pretenden también injerencia en nuestros asuntos internos y que nuestras instituciones y estrategias se modifiquen ad hoc para que se mimeticen con las de ellos y beneficien sus intereses económicos y políticos.
En aquella época eran los indios merodeadores y los filibusteros los que llegaban armados a crear un ambiente de terror y de incertidumbre; hoy nos llegan las armas y los dólares para que los delincuentes cumplan el mismo papel y el gobierno, asustado, doble las manos ante sus pretensiones, que seguramente cada vez serán mayores.
Es evidente que se requiere un cambio de fondo; un gobierno con amplio apoyo popular, que sin bravuconadas ni altanería sepa defender la dignidad de la nación mexicana, tomar las medidas de fondo para combatir la inseguridad, ir a las causas y no sólo a los efectos y gobernar buscando nuestros intereses, como país soberano, y no ser solamente títere de un gobierno extranjero.