Sábado 23 de abril de 2011, p. a16
Marchas, polkas, redobas, danzas, mazurcas, valses nobles y sentimentales. Música de salón
, sonidos nacidos en épocas convulsas.
Todo un repertorio, tesoro lírico, ha traspasado eras y generaciones pero se había confinado a un rincón, un apartado con denominaciones varias: música de viejitos
, de restaurante de comida tradicional mexicana
, pieza de museo
.
Pamplinas.
Se trata de un tesoro nacional cuya valía es multívoca. En primer lugar, son composiciones de alta raigambre técnica y popular. También, es una presencia viva; aún confinada, se escucha por doquier, en dulce paradoja.
La aparición de álbumes gemelos ha causado furor en las tiendas de discos: Música mexicana de salón con salterio, se titula el uno y Don Porfirio: la música de su tiempo, el otro.
Los mismos títulos denotan su naturaleza: música ligada a las condiciones sociales y políticas del día que nacieron: música de salón, en su concepto clasista (los ricos y el peladaje, que no baila en salón, sino a cielo abierto) y don Porfirio, un emblema de la dominación militar que, no existen coincidencias, ahora asoma en México, cuando el país se encuentra ensangrentado por causa de las ambiciones y fantasías de un gobierno de ultraderecha.
Es precisamente con la victoria de la reacción, hace 10 años, que la música mexicana decimonónica comenzó a salir de sus sarcófagos. La causa es simple y terrible: el priísmo los enterró durante siete décadas, por reaccionarios
, y puso en su lugar un nacionalismo cultural que tuvo en la música vertientes populares exultantes, exaltantes y proclives a un sentimiento de pertenencia diferente.
No se extinguió la música porfirista
o decimonónica
o reaccionaria
. Para nada. Pervive y permea. Percute y repercute. Anima y da brillo. De manera interesante, valores semejantes se comparten. De hecho, los primeros gobiernos revolucionarios
adoptaron mucha de esta música como su emblema.
Pero más allá de su naturaleza sociopolítica, esta música es ante todo espejo de una parte fundamental de México: su raigambre.
El álbum doble dedicado a la música del tiempo de Porfirio Díaz es interpretado por Antonio Barberena en un acordeón clásico, acompañado por el Ensamble Centenario, que es un trío de guitarra (Roberto Medrano), marimba (Javier Nandayapa) y salterio (Anabel Medrano).
El vals Dios nunca muere, variaciones sobre el jarabe mexicano, La Zandunga, El Butaquito, la Marcha Zaragoza, la polka Las bicicletas (ahí fue donde la polka torció el rabo, je), entre otros tesoros culturales, en dos discos. Por la característica intrínseca del instrumento, un acordeón de registro entero, puede saturar al escucha, de manera que es recomendable oír el disco por pausas. En tanto el otro disco, de salterio, es puro jolgorio.