Décimas por Semana Santa
a pasada entrega debía ser, me parecía, una Canción tercera, misma que dada la importancia de otro tema, seguramente abordado sin la requerida contundencia mas no insinceramente, quedó definitivamente hecha a un lado. Por esos días fue dicho, repetido, y cómo no aceptar tal aserto, que con sus asegunes México es un país sobre todo católico. No confieso, confío, que católico fui desde que tuve uso de razón, que incluso, desde los cinco a los 12 años, quise de mayor ser sacerdote, y que luego de leer a Juan de la Cruz, fraile de su orden, presunta vocación de la que curiosamente desistí por una para mí afortunada bobería: el día que visité a los carmelitas tapatíos no sé qué celebraban y, antes de hacer caso a mis propósitos, me ofrecieron un abundante mole de pollo con arroz y una sí que bendecida agua de jamaica (en señal de que la cosa iba en serio, yo había caminado bajo un inclemente sol más de dos horas para llegar a la santa casa de los hermanos). Me alegró y entristeció el recibimiento. Quizá era lo que yo requería; no lo que buscaba. De todos modos, aun cuando para nada soy practicante, entre muchos otros un Ricardo religioso no sé si natural o culturalmente me habita. Tal persona poética
, de pronto sabrá Dios cómo se me impuso y me puso a escribir lo siguiente, que atendiendo al espacio, reproduzco de modo horizontal:
De tanta luz como he visto/ sólo me queda tu luz,/ la tuya, Dios o Jesús*/ o mi Señor Jesucristo./ Perdona si me contristo/ cuando que alegrarme debo/ porque tu vino aquí bebo/ y de tu pan aquí como/ y porque a mi alma me asomo/ y veo que al centro te llevo.// No puedo desarrollar/ el tema y aquí lo dejo./ No puedo con ese espejo,/ se me pudiera quebrar./ Oigo una estrella llorar./ Son lágrimas de María,/ que a ti mi vida confía,/ cosa que cómo merezco./ Esa vergüenza padezco/ y antes no la conocía.// Ora sí que cómo le hago/ para no corresponder./ Espero lo logre hacer,/ que esto con nada lo pago./ En la vida he sido un vago,/ redomado pecador./ ¿Cómo es que ahora este dulzor/ en mi corazón cual rosa/ que abriéndose va gozosa/ me dice eres sólo amor?// De que te amo, te amo entero,/ y aunque creo he sabido amar/ a los caminos, al mar,/ al aquel jardín primero,/ nunca he amado como quiero./ Confieso, segundo Adán,/ que aunque mis palabras van/ agradeciendo tu guía,/ cierta inconsistencia mía/ no sabe lo que dirán.// Ni lo que haré. Me
* El nombre de aquel personaje, como todo el mundo lo sabe, era Jesús de Nazaret; los judíos de su tiempo lo llamaban Yeshua. Es conocido por todos que él predicó un mensaje de misericordia, amor y paz, y que fue crucificado por tomarse esta molestia.
Thomas Cahill, en El deseo de las colinas eternas.