a Universidad Autónoma de la Ciudad de México vive su primera gran crisis. El problema es político. Tiene que ver con dos proyectos de universidad. El conflicto exhibe la pugna entre educadores, científicos, intelectuales y estudiantes por apropiarse de uno de los lugares donde se produce y se distribuye el conocimiento socialmente más significativo en la ciudad de México. La UACM es un proyecto educativo popular en construcción y como tal se ha ido forjando una identidad. La disputa es en torno a esa identidad, se da entre quienes pretenden profundizar el modelo y quienes aspiran a desmontarlo.
La UACM nació en septiembre de 2001 tras 18 años de políticas neoliberales. Cuando la tecnocracia fundamentalista apostaba a que el Estado abdicara de su responsabilidad de garantizar la educación pública, laica y gratuita. Uno de los propósitos deliberados del proyecto excluyente neoliberal era que la educación dejara de ser factor de movilidad social. Eran los días de la dictadura del pensamiento único y, mediante una campaña de intoxicación propagandística manipuladora, cobraba auge la degradación de todo a la perspectiva mercantil. Se impuso el vocabulario de quienes combaten en el mercado por la mayor ganancia. Un lenguaje empresarial corporativo con eje en productividad, competitividad, excelencia, calidad, rendición de cuentas. Ergo, la rivalidad como nuevo paradigma en detrimento de la cooperación, el egoísmo en vez de la fraternidad. Con una idea subyacente: el retorno al destino (ley natural) o la liquidación de la sociedad por la sociedad misma (Horst Kurnitzky).
Entonces como ahora había que liberar al comercio y a la industria de la tutela y control del Estado. Desregulación y laissez faire fueron las palabras mágicas para una competencia sin obstáculos legales. En ese contexto, el argumento central de las políticas educativas neoliberales fue que los grandes sistemas escolares eran ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. La educación pública había fracasado
y emergió en las universidades un discurso funcionalista cargado de atributos técnicos y de un lenguaje organizacional, y medidas que impulsaban la descentralización y la privatización, la flexibilización de la contratación, la piramidalización y la reducción de la planta docente, junto a un fuerte control gubernamental de contenidos y evaluaciones comunes impuestos condicionadamente por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Las estrategias del conservadurismo educacional imprimieron a los discursos pedagógicos la tónica de su lógica económica; un modelo educativo que es un facsímil de las reglas del mercado, y se basa en la competitividad absoluta entre las instituciones y los individuos. La responsabilidad
de la educación era ahora contribuir a elevar la capacidad de competir en el mercado globalizado. Impuestas verticalmente y en forma inconsulta, tales políticas y mecanismos inspirados en el conductismo, con su sistema de premios y castigos que busca la estratificación y la exclusión, requirieron de medidas autoritarias para sostenerse. Fue en ese contexto que de manera perversa se introdujeron en las universidades aspiraciones paranoicas de perfección: quien no busca la famosa excelencia
es tachado de irresponsable. El efecto fue un deterioro profundo de los enunciados dirigidos a enseñar y aprender.
Todo ocurrió a partir de la fabricación de un discurso escolar, universitario y pedagógico gubernamental masmediático, que postulaba el fin de las dimensiones histórica e ideológica (Fukuyama), y por tanto imaginaria, aplicando a la educación la ecuación costo-beneficio económico. Un discurso mítico, castrador, disciplinador, paralizante.
Fue en ese contexto que, en 2001, a contracorriente del modelo educativo mercantilizado y sin pretender competir con nadie, surgió la UACM como un proyecto cultural y de educación pública, laica, gratuita, científica, humanista, universal; alternativo al modelo hegemónico de excelencia
y comprometido con la sociedad, principalmente con los habitantes de la ciudad de México. Ante la ausencia de una idea de sociedad y de vida social civilizada, por ley, la razón de ser de la UACM fue y es la formación de mujeres y hombres con compromiso social, cultos, libres, con pensamiento crítico y humanista, y conocimientos científicos y tecnológicos sólidos y actualizados, que contribuyan a construir una sociedad educada, equitativa y solidaria.
Frente al socialdarwinismo neoliberal que preconiza el derecho natural al éxito del más apto en un mundo lobo; ante los modelos vitalistas o biologicistas que han propagado, naturalizado y normalizado los atributos del caos, la violencia y el terror sin límites en una guerra
cotidiana donde prevalece la ley de la selva y el hombre es el enemigo del hombre, la propuesta cultural, educativa, científica, autonómica en construcción de la UACM, es brindar a los jóvenes un conocimiento socialmente útil; una formación sólida, amplia, avanzada; dotarlos de capacidad para razonar, criticar, analizar y decodificar los usos y abusos del poder y su propaganda, mitos, falacias, tabúes, estereotipos y obsesiones; ayudarlos a forjar una voluntad férrea para trabajar por una sociedad más justa, fraterna, solidaria, diversa, donde todos quepan.
En una perspectiva histórica, más allá de la dictadura de los diplomas, de procesos meritocráticos y clasistas, y de la búsqueda de certificados burocráticos o comerciales de productividad, calidad, evaluación y eficiencia, se trata de formar jóvenes comprometidos con la verdad, para que puedan contribuir en la práctica a solucionar los problemas humanos en la perspectiva de Publio Terencio. Allí radica, pues, la disputa por la UACM, entre quienes aspiran a profundizar la construcción de una educación y una ciencia liberadoras, emancipatorias, y quienes de manera vertical y autoritaria quieren desmantelarla, asfixiándola presupuestariamente y generando miedo maniqueo, histeria xenofóbica y delación a su paso.