M
i padre llegó y se metió a la casa de mi abuelo, como ya lo conocían, había confianza. Se metió hasta el cuarto de mi madre y la sacó, la subió a su caballo y se la llevó a Anenecuilco. Luego nací yo.
Ana María Zapata Portillo, hija del general Emiliano Zapata y de Petra Portillo Torres murió en la madrugada del 28 de febrero. Había nacido el 22 de julio de 1915 y era la segunda hija del general Zapata.
“Mi infancia fue triste. Cuando asesinaron a mi padre, tuvimos que irnos a Chietla, en Puebla, porque hubo persecución. Crecí enfermiza, raquítica, con paludismo. Hasta los 14 años me compuse y me empezó a gustar la política. Cuando vino el general Cárdenas a Cuautla lo recibimos y me preguntó: ‘¿Qué planes tienes?’” La joven zapatista le propuso al presidente organizar a las viudas, hijas, madres y hermanas de veteranos caídos en la Revolución en una agrupación para que el gobierno les otorgara una pensión como lo mencionaba el Plan de Ayala. Organicé una asamblea en el Cine Morelos en Cuernavaca y vinieron más de 800 mujeres de Guerrero, México, Veracruz, Puebla. El general Cárdenas, chulo, muy comprensivo, bonito el señor, quedó muy contento.
En las elecciones presidenciales de 1939, la hija de Zapata apoyó al candidato antipriísta Juan Andrew Almazán. Ávila Camacho me mandaba a buscar para convencerme que lo apoyara, pero no le hice caso. El día de la elección llegó una camioneta con matones buscando las urnas. No las encontraron porque las escondí debajo de mi cama. Ganó Almazán, pero pasa lo de siempre, ganan pero pierden, porque no lo dejaron ser el presidente.
En el gobierno de Ruiz Cortines, Anita fue de las principales promotoras del reconocimiento al voto femenino. Con Adolfo López Mateos se convirtió en una de las primeras diputadas en la historia de México y la primera diputada por el estado de Morelos. Desde entonces su liderazgo fue preponderante en la lucha por los derechos de las mujeres en México. Antes los candidatos a gobernadores venían a verme, también los presidentes, nos trataban con mucho respeto. Sabían que juntaba mucha gente, por eso venían.
Desde Cárdenas hasta Salinas, Ana María convivió con varios presidentes. “A Ruiz Cortines le decíamos el viejito, su esposa era infame. Se sentaba en un sillón después del informe y las esposas de los gobernadores te-nían que hacer cola para saludarla y si alguna no le gustaba la insultaba. Yo no me dejé. También me tocó recibir a Charles de Gaulle en la Cámara de Diputados. Echeverría quería llevarse los restos de mi padre al Monumento a la Revolución, allá en México, pero no lo dejamos. López Portillo me dijo que tenía la silla de Zapata, le dije: ‘A ver cuándo me invitas para conocerla’, pero como que se hizo tonto. Salinas fue falso, una desgracia para México. Al que no conozco ni quiero conocer es a Fox porque dijo que a él no le gustaban los caudillos y mandó a quitar el retrato de Juárez de su oficina. Calderón ni fu ni fa.”
Como hija de Zapata, Anita fue depositaria de la amistad y el respeto de los veteranos revolucionarios. “De los generales zapatistas conocí a Gildardo Magaña, que quedó como jefe cuando mataron a mi padre, a Genovevo de la O, a Francisco Mendoza Palma, a Genaro Amezcua, que siempre andaba muy pulcro, le decía yo ‘¿a poco andaba usted tan limpio en la Revolución?’ Al doctor Gustavo Baz, que me contó que mi padre le había encargado que cuidara de la salud mía y de mi madre mientras él andaba en campaña, amenazándolo con colgarlo si algo nos pasaba, pero yo siempre enferma y el doctor con miedo; un día avisa mi padre que venía y el doctor se puso a sudar. Ese día que llegó, yo amanecí bien y mi padre lo felicitó, se salvó él y me salvé yo.”
Su compromiso con el México profundo también fue palpable en su apoyo al reconocimiento de los restos del último tlatoani mexica: Cuauhtémoc, en Ixcateopan. En los años 50 del siglo pasado sirvió de enlace entre el gobierno y el movimiento jaramillista: “Rubén traía un montón de viejas y en el morral traían sus pistolas escondidas. Un día me pidió que lo acompañara con Julián Adame, secretario de agricultura. Adame no lo quería recibir, despreciaba a Jaramillo, pero le insistí: ‘recíbelo, te conviene’, y es que venían las mujeres con sus pistolas”.
Recientemente Anita expresó su simpatía por el movimiento zapatista recibiendo al subcomandante Marcos en la casa de su padre, en Anenecuilco, en marzo de 2001: “No está feo, al contrario, tiene los ojos bonitos. Dijo que iba a regresar, y aquí lo estamos esperando.
Mi padre no nos dejó nada, sólo un nombre sagrado, que hemos sabido respetar. Me ha tocado ir allá por donde se firmó el Plan de Ayala y la gente supo que era hija del general. Se llenaron las manos con florecitas de campo y me las fueron a regalar, me abrazaban, me llevaron a sus casas y allá tenían la imagen de Zapata en una repisa con veladoras. Me dijeron que les hacía milagros. Siembran, le piden a mi padre y sale la milpa. Mientras creamos y respetemos a nuestros antepasados, qué bueno. ¿No es bonito eso? ¡caramba!
* Autor de las películas documentales Los últimos zapatistas, Pancho Villa, la Revolución no ha terminado y 13 pueblos en defensa del agua, el aire y la tierra. Entrevistó a Ana María Zapata en varias ocasiones desde 2004.