Hilda Tenorio, la obsesiva pasión torera
Hoy recibe merecida alternativa en la Plaza México, escenario de sus éxitos y su percance
asión y obsesión han caracterizado más de diez años en la vida de Hilda Tenorio Patiño, jovencita originaria de Morelia, hija de un médico y de un ama de casa, padres también de un abogado y un biólogo, que ante el entusiasmo incontrolable pero responsable, congruente y cada vez más destacado de la muchacha tuvieron que volverse taurinos, padecer a éstos, alegar con empresarios, alternar con novilleros, cuadrillas y monosabios, y hacerla de apoderados, veedores de toros, vestidores de la niña, acompañantes, interlocutores, consoladores y, cómo no, de defensores cuando ha venido al caso.
Como toda locura que se respete, a Hilda lo de hacerse torera le empezó de gratis o a lo sumo viendo a los 12 años un video de Alfonso Ramírez El Calesero, cuyo refinado arte siempre ha sido peligroso detonador de vocaciones.
Aprendió la técnica de los tres tercios y el toreo de salón con el maestro Rutilo Morales, con quien entrena varias horas diarias, y a torear de la única manera: toreando, pero sin descuidar jamás sus estudios de secundaria, luego de preparatoria y finalmente universitarios, hasta concluir la carrera de leyes, aprovechando la penosa y prolongada convalecencia a que la obligó una grave lesión en la rodilla derecha, con rotura de ligamentos y meniscos, al intentar un par al violín de poder a poder, precisamente en la Plaza México el 4 de septiembre de 2005.
Luego de haber cortado tres apoteósicas orejas en el undécimo festejo de esa temporada, convirtiéndose en la triunfadora del serial, la desaprensiva empresa la recompensó con una infame novillada de Guanamé, que no sólo fue mansa de solemnidad, sino que interrumpió dolorosamente su triunfal carrera, pospuso el intenso romance surgido entre Hilda y los públicos de todo el país y dejó al espectáculo sin el producto taurino femenino que ofrecía más garantías.
Transcurrieron tres desesperantes años en los que la novillera Tenorio vio pasar especialistas, operaciones, tratamientos, medicinas y compañeros de su generación que pudieron tomar la alternativa, sin más obstáculo que sus conocimientos y entrega, lapso que Hilda aprovechó para templar su paciencia, aprender del dolor, rumiar su frustración y concluir sus estudios de derecho.
Luego de haber enfrentado los simplones pronósticos de la ciencia, los obtusos criterios de los taurinos y las recomendaciones bien intencionadas de muchos para que dejara los toros, la moreliana regresó el año pasado a los ruedos, obteniendo importantes triunfos y clavando incluso vistosos pares de banderillas, pues con valor sereno domina los tres tercios como ninguna otra torera en el mundo.
Su alternativa hoy en la Plaza México, de manos de Manolo Mejía, con el español Ruiz Manuel de testigo y ganado de Autrique, no es sino la merecida ceremonia que debió llevarse a cabo hace más de tres años. Deseándole toda la suerte del mundo, le suplicamos no arrodillarse, no escuchar las peticiones del villamelonaje si le exige poner banderillas a un toro que no se presta para ello, acordarse sobre todo de sus amores delante de las reses e iniciar otro capítulo triunfal en su tenaz y prometedora carrera.