En homenaje al ex premier libanés algunos exigen conocer la verdad
Lunes 15 de febrero de 2010, p. 32
Beirut, 14 de febrero. Como expresó un periodista libanés, se les hacía agua la boca. Vaya que sí. Mucha agua. El ex primer ministro libanés, Saad Hariri, quien en diciembre realizó una sombría peregrinación a Damasco para estrechar la mano del presidente del país al cual atribuye (o atribuía) la muerte de su padre, habló de reconciliación árabe. La astucia política sobrepasa a la culpa judicial.
La unidad nacional vino primero. Cinco años después de que Rafiq Hariri, el padre de Saad, fue masacrado en Beirut, se pidió al pueblo libanés hacerse responsable (no culpable, sino en el sentido político del término). La congregación en el centro de Beirut –unas 100 mil personas– se mostró obediente, sumisa y respetuosa de la ley.
Algunos en la multitud corearon ¡Haqiqa!
(la verdad), pero pocos creen que alguna vez la conocerán. Un aparatoso tribunal de la ONU, que ha costado millones de dólares y está cargado de jueces, juristas y policías, no ha logrado acusar a una sola persona. Instalado en el antiguo cuartel de la policía secreta holandesa, su único logro fue haber revelado el nombre de algunos oficiales sirios, pero luego censuró la información y retiró cargos contra un testigo que resultó ser un fraude. Y cuatro importantes funcionarios de seguridad han sido liberados luego de pasar años en prisión sin ser sometidos a juicio. ¿Haqiqa? Sí, cómo no. Con inconsciente ironía, soldados de Beirut cercaron una gran red de calles con cinta amarilla marcada con la leyenda escena del crimen
. Y, en efecto, en eso es en lo que la ciudad se ha convertido: una vasta escena del crimen, un lugar de estatuas e imágenes de mártires de la política y el periodismo, ninguna de cuyas muertes se ha resuelto jamás: ni una sola.
Y aun así, hoy la Hermana Siria, alguna vez vilipendiada como principal sospechosa del asesinato de Hariri (y de muchos otros), sonríe de nuevo, ya reinstalada en la lista de amigos de Washington –pronto se nombrará un nuevo embajador estadunidense en Damasco– porque Estados Unidos necesita que el presidente Bashar Assadis lo ayude a desenmarañar el embrollo de Irak. El presidente Barack Obama telefoneó al hijo de Rafiq Hariri la semana pasada para expresarle sus votos por que el tribunal de la ONU tenga éxito en su cometido. Vaya esperanza.
Hezbollah, armado por Irán, amigo de Siria, representado en el gabinete libanés y con poder de veto sobre todas las decisiones de gobierno, no estuvo presente. De ahí la ausencia de los chiítas, la principal minoría libanesa. De ahí el fracaso de la clase política libanesa. La Hermana Siria controla este pequeño país.
Hasta el líder druso, Walid Jumblatt, que espera día con día una llamada de Damasco para redimirse, sólo apareció como uno de tantos dolientes en la tumba de Rafiq, cubierta de lirios blancos, con las manos enlazadas detrás de Saad Hariri. Hace apenas cinco años hablaba del tirano terrorista
Basil Assad, pero eso era entonces. Líbano es tan propenso a perdonar como a no perdonar. Amin Gemayel (padre de Pierre, muerto por mano desconocida en 2006) fue orador, al igual que Samir Geagea, quien tiene sangre en las manos.
¡Ustedes, los tipos locos de Bcharre y los cedros, sean bienvenidos!
, gritó el alegre maestro de ceremonias. ¡Ustedes, los tipos locos de Trípoli, de Metn, de Kesrwan, de Beirut..!
Pero no mencionó las ciudades y poblados chiítas, porque no estaban allí.
Y mientras Saad Hariri, el primer ministro, lanzaba besos al aire, desde un altavoz surgió de pronto la voz de su padre muerto, manifestando en inglés su orgullo por la ONU, la misma institución que en forma tan miserable ha fallado en encontrar a sus asesinos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya