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Toros

Limpia de corrales en la Plaza México mientras llegan las corridas de aniversario

Para el español José María Manzanares, meritoria oreja por su inteligencia torera

Deslucidas reses de San José y Barralva

José Luis Angelino y José Mauricio, sin callejón

Foto
El diestro José Luis Angelino, en la decimosegunda corrida de la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 25 de enero de 2010, p. a42

En lugar de andar asustando a taurinos pasmados, de repetir sandeces como la de que el público disfruta con el hipotético sufrimiento de los toros y que aquél y los toreros son sicópatas, el diputado del PRI en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal Christian Vargas puede consultar la página de toros de La Jornada de las recientes décadas, así como a los analistas taurinos de la misma, quienes sin compromiso podemos proporcionarle una lista de argumentos sustentados para cuestionar, en serio, la viabilidad de la fiesta de los toros en la versión tonta que imponen los que se apropiaron del país. Si bien la fiesta brava de México es hoy más cuestionable que nunca, lo es por motivos que rebasan la crueldad a priori y los diagnósticos no por electoreros menos superficiales. El quehacer político todavía exige niveles de percepción y de acción.

En la decimosegunda corrida de la temporada como grande en la Plaza México se lidiaron tres toros del hierro de San José y tres más de Barralva, que tuvieron presencia y cumplieron en varas pero llegaron a la muleta escasos de toreabilidad y recorrido, convirtiendo una tarde de expectativas en corredero de asistentes por la aparición de una rata en el tendido de sol.

Alternaron tres triunfadores de este mismo serial: José Luis Angelino, José María Manzanares hijo y José Mauricio, cuyo respectivo nivel técnico y anímico se topó con animales con edad y trapío, salvo el novillote de regalo proveniente de Los Ébanos, pero escasos de transmisión, de emoción hacia el tendido, en ese concepto equivocado de disminuir bravura y aumentar docilidad, tan afecto a los diestros que figuran y a los criadores postmodernos, ya sin idea de lo que sustenta a la tauromaquia intemporal pero alcahueteando a un público desinformado por la crítica dizque especializada.

Manzanares es un torero que no se quiso atener a la fama y fortuna de su padre sino que decidió ser y hacer por él mismo. Con un carácter diametralmente opuesto al de su refinado y displicente progenitor, tras una faena tesonera a su soso primero, escasa de muletazos en cada serie y con trompicón de por medio, cobró un preciso volapié, realizando con cadenciosa verdad la difícil suerte de matar, por lo que el público demandó una merecida oreja. Más estructurado e intenso fue el trasteo a su brusco segundo, pero este Manzanares, cerebral y tenaz, malogró con la espada aquella obra magnífica y lo que debió ser otra oreja quedó en una salida al tercio.

José Luis Angelino todo lo intentó pero poco le resultó, salvo los oportunos y eficaces quites que le hicieron su padre Joaquín y su hermano Gerardo, cuando salía de sendos cuarteos al abreplaza. A la escasa transmisión del pastueño de San José, el de Tlaxcala abría mucho al toro en los cites por lo que la emoción brilló por su ausencia. A su segundo de Barralva lo toreó de capa con lucimiento y variedad, pero volvió a incurrir en el defecto citado –más pico que bamba–, y se atrevió a regalar o a aceptar que le regalaran un anovillado ejemplar de Los Ébanos con los mismos resultados.

Y José Mauricio, siempre valiente y carismático, pero también escaso de oportuna asesoría en el callejón, realizó con su primero un increíble péndulo con la zurda del que fue derribado por el toro con los cuartos traseros. Imperturbable repitió la suerte y derrochó quietud y entrega en su faena, sin que le luciera por el mal estilo del de Barralva y la nula intención del torero de ahormar aquella descompuesta embestida. Repitió color con su segundo, de pésimo estilo, con el que terminó doblándose cuando debió hacerlo al principio.